Un título que indica desde la cubierta «Crónicas martianas» puede llamar a desconcierto si se supone que es una antología con textos de José Martí. Pues no. Y más: lejos del género periodístico señalado —que en este caso induce la guía a seguir como propuesta inicial—, el libro que motiva esta columna puede ubicarse en lo avisado en los párrafos anteriores. Estamos en presencia de una novela singular en lo posible que su lectura ofrece, y seductora en lo que su escritura distingue.
Se trata de un libro del poeta y editor Yamil Díaz (Santa Clara, 1971), publicado por la editorial Capiro, de aquella ciudad: un texto afincado en una lectura atenta y minuciosa de la prosa martiana, que funciona como protagonista para acceder a un examen extremado y atrayente de esos personajes, a la vez entrañables y únicos, que residen en las cartas y en el diario de José Martí. Y todo asentado en las destrezas del buen narrar, precisión en el manejo y cotejo de datos provenientes de varias fuentes.
Autor de un genuino “best seller” poético insular como es Decimerón (publicado por ediciones Sed de Belleza), Yamil ha frecuentado con gentileza la prosa en las parcelas del periodismo cultural, y son ejemplos considerables de ello los reunidos en libros como Con el alma de abrigo (Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara), Los libros que a diario, y Compañeros poetas, una suerte de «viajes» afectivos a los dominios verbales de Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar y Miguel Barnet, por citar tres ejemplos.
Resulta oportuno recordar que el horizonte de la novela —género literario por excelencia— se ha convertido en una zona versátil, cruce de caminos donde convergen rutas procedentes de los lugares más imprevistos. Desde El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, hasta ahora mismo, la novela incorpora voces y maneras provenientes de otras parcelas —ensayo, poesía, epístola, apuntes, reportaje— para favorecer una mezcla de saberes y sabores que permiten una desenvoltura de plenitudes inéditas.
El escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), uno de los grandes valedores del arte de la novela en Latinoamérica, advierte en su libro En esto creo, que «la imaginación y el lenguaje, la memoria y el deseo, son no sólo la materia viva de la novela, sino el sitio de encuentro de nuestra humanidad inacabada». Y más adelante añade: «Debemos vernos y ver al mundo como proyectos inacabados, personalidades permanentemente incompletas y voces que no han dicho su última palabra».
Crónicas martianas tiene una apertura novelística: «No admite duda que monsieur Francisco Torres y monsieur Marcos Rojas son hoy por hoy las dos figuras fundamentales de la revolución que ha comenzado en Cuba: ni siquiera José Martí y Máximo Gómez los superan en importancia… las dos figuras fundamentales… claro que Torres y Rojas cuentan con una ventaja al ser desconocidos, pues la corona española no puede calcular cuánto peligro portan en sí estos dos pasajeros del vapor Nordstrand… cuánto peligro…».
A partir de ese preludio, el protagonista ya indicado —que no es otro que el lector de los textos martianos—, guía los pasos por aquellas páginas a través de una senda en la que se trenzan la investigación y el comentario, para dar constancia de lectura cómplice, como nombraba Julio Cortázar a quien lograba «llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista». Es así como surge un relato que, paso a paso, va ganando brío y emoción, aunque sepamos desde el comienzo su desenlace.
En poco más de cien páginas se despliegan cuatro capítulos, con una notable apertura: «Lola, jolongo, llorando en el balcón…» —el célebre comienzo del Diario de José Martí—, la estancia de aquel y Gómez en Haití en vísperas del viaje definitivo, con el retrato en familia del médico cubano Ulpiano Dellundé, inolvidable y valeroso, la intensidad de una trama policial en la que casi puede sentirse el peligro al que se enfrentan clandestinos los dos grandes hombres acuciados por la amenaza de las autoridades españolas.
Luego, los tres restantes sin perder fuerza: «Como la paz de un niño» —los primeros pasos tras el arribo a Cuba por Playitas—; «A un galpón del camino» —el notorio y polémico encuentro de Martí, Gómez y Maceo en La Mejorana, con luces y sombras de palabras y recelos—; y «Pegado al último tronco, al último peleador», los sucesivos entierros del cadáver de Martí y desde ellos, en vuelta al comienzo de aquellos momentos, el día fatal del 19 de mayo de 1895, releído y apuntado con suma atención.
El libro concluye con dos anexos, que bien pueden agregar una fe bibliográfica a pie de desenlace novelesco: el primero, una carta de Bernarda Toro de Gómez a Martí, fechada el 12 de junio de 1895, en la que destella el reclamo de «cuídeme a Máximo», misiva que, claro, ya nunca sería leída por su destinatario; y el segundo, unas confesiones del gran pintor cubano Pedro Pablo Oliva en torno a su abuelo, Olivita, práctico del ejército español, inculpado de haber rematado al apóstol tras su caída en Dos Ríos.
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Muestra de cómo Martí es fuente inagotable de lecturas diversas y entrecruzadas, siempre a favor de otras posibilidades para hacer nuevas invitaciones al acercamiento a su vida y a su palabra, Crónicas martianas es algo más que un acucioso ejercicio de leer a fondo textos ya establecidos, para incorporar tanto solicitudes inesperadas como comprensiones ineludibles, con ventaja de conocimiento para otorgar al libro lo atrayente de una mirada que apuesta por adentrarse en inédita perspectiva: he ahí una novela martiana.
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