Fue Alexandre Dumas quien, a la hora de dar continuidad a las andanzas de sus célebres mosqueteros, estimó que un lapso más que prudencial para afianzar la consecución de expectativas sería dos décadas, para lo cual su novela Veinte años después cierra la apoteosis de una época y sus héroes. Sin embargo, la vida demuestra que aquello puede ser apenas un comienzo, de forma que poco más de tal cantidad de calendarios, es motivo de crecida juventud entre tenacidades y labores.
Nacido en Holguín, el Premio Celestino de Cuento, que ahora arriba a su aniversario veinticinco, originalmente exigía un solo texto a concursar, con jóvenes autores de la provincia, y luego amplió su convocatoria a todo el país, y ya no un solo relato, sino un libro. Así, ha crecido como uno de los lauros más ansiados para quienes bregan en los predios de la joven narrativa cubana, de modo que es una suerte de Vellocino de Oro, como aquel que en los mitos griegos era buscado afanosamente por Jasón y sus argonautas.
Con la constancia de Ediciones La Luz y la Asociación Hermanos Saíz, con el apoyo imprescindible del sectorial de Cultura y el Centro Provincial del Libro, el concurso tiene un derrotero que suma los libros premiados y las jornadas a la sombra de su elección, a favor de un gran espacio en el mapa de la literatura insular de los últimos tiempos. El Premio Celestino, cuyo nombre fue idea del poeta Ghabriel Pérez, para recordar a un singular personaje de la ficción literaria en el horizonte holguinero, significa tenacidad y energía de creación.
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Publicada por primera vez en Cuba en 1966, por ediciones Unión en su colección Contemporáneos, con la legendaria cubierta del diseñador Darío Mora que hace alusión a la naturaleza del protagonista y su duplicación, Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas (Holguín, 1943 – Nueva York, 1990) es la historia prodigiosa de un niño campesino, y su gran capacidad de fantasía para subsistir en un medio muy pobre, para lo cual prefiere inventarse un primo imaginario, Celestino, quien lo salva de aquella realidad.
En su aniversario veinticinco, el Premio ha abierto una exposición que reúne diversas maneras —pintura, fotografía, grabado, dibujo, técnicas mixtas—, para entregar bajo el título “Mi nombre es Celestino”, lecturas diversas. En las palabras del catálogo, el escritor y profesor de la escuela profesional de arte, Juan Siam, advierte que se trata de obras “esmeradamente figurativas unas, distantes del academicismo otras, donde cada autor se ha apropiado de su visión de la obra y donde resultan vitales los suplementos verbales”.
También la apertura de la jornada ha posibilitado la entrega de cinco nuevos títulos en la colección Analekta, de Ediciones La Luz, con relatos del jurado, que este año reúne a cinco miembros, incluyendo la presencia, junto a tres autores holguineros de reconocido itinerario, de dos grandes figuras del ámbito internacional: Mario Bellatin, narrador mexicano, y Eduardo Manet, novelista y cineasta cubano radicado en París —del primero es El pasante de notario Murasaki Shikibu, en tanto del segundo, Como una carta abierta—.
De los tres cubanos en el jurado, se publican Flora y el ángel, de Rubén Rodríguez —cuento que fuera el primer triunfador del Premio—; En el paralelogramo metálico, de Lourdes González; y La habitación, de Emerio Medina. Vale añadir que los libros ganadores de los tres últimos premios serán presentados al calor de esta semana: Bumbos, de Héctor Leandro Barrios (2021); Las mujeres que no amaban a los hombres, de Katherine Persant (2022); y La figura en el puente, de Náthaly Hernández Chávez (2023).
Como miembro del jurado en algunas ocasiones, y también según lo apunto en el nombre de esta columna —Oficio de lector—, puedo dar fe de algunos ejemplos significativos: Umbralismo: una antología, de Rafael Ramírez; Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea; Nube oscura alrededor de la cabeza, de Julián Marcel; La máquina de recuerdos, de Evelin Queipo; Boustrophilia, de Roberto Ráez; Girasoles en el fin del mundo, de Elaine Vilar Madruga; y La figura en el puente, de Náthaly Hernández Chávez, son mis siete samuráis del “Celestino”.
Que un Premio literario no solamente se marque por las obras que distingue, sino además por desplegar un programa de conferencias, paneles, lecturas y presentaciones que, durante unos días, convoca a escritores y lectores en una concurrida y fructuosa celebración del cuento, como modalidad literaria de gran linaje —el género por excelencia de Borges y Cortázar, para decirlo rápido, en nuestra lengua—, y a su sombra la preferencia que por él sienten los jóvenes hacedores del hecho literario, es fortuna que alienta a la hora de leer.
Y en clave cubana, bien resulta saludable rememorar algunos autores legendarios, nombres grandes que han hecho, desde sus libros de cuentos, una parcela plena en diversos tiempos: Enrique Labrador Ruiz, Lino Novás Calvo, Félix Pita Rodríguez, Virgilio Piñera, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Guillermo Cabrera Infante, Jesús Díaz, Antonio Benítez Rojo, Eduardo Heras León… Todos ellos forman parte de esa ceremonia entrañable que es narrar, leer, escuchar, libro en mano un cuento.
Hermosa lección es la de ese niño campesino que en la novela de Reinaldo Arenas, escribe alucinado sus cuentos en las hojas de maguey y en los troncos de las matas, modo de alcanzar la nombradía que su entorno no le propicia, pero que la imaginación exuberante pone a su disposición; tal es lo posible de este certamen que tiene en Holguín y en Ediciones La Luz, lo fascinante de un género que, desde Las mil y una noches hasta los libros que han concursado esta vez, corrobora un esplendor: bien lo dice Celestino en su semana.
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