Lourdes González., escritora holguinera
Lourdes González. Tomada de UNEAC

Lourdes González: “La novela es el paraíso de los escritores”

“La intensidad del verano está aún por definir, pero todo lo que en Cuba no es verde, tiende a ser transparente, por ejemplo, las historias personales”. Así, sumando esa apertura a tantos comienzos legendarios a la hora de la novela, Lourdes González abre su primera incursión en ese género, publicada en el año 2006 por la Editorial Oriente. Hasta esa fecha, su poesía le situaba en un lugar señero en la lírica cubana, pero a partir de entonces, pasó a ser leída y admirada también como una vigorosa voz en el ámbito de la narrativa insular.

Y no sólo en la novela —vale recordar El amanuense (2012) y El ensayo (2016)—, sino además en el cuento —modalidad de gran arraigo en la literatura latinoamericana, ya se sabe, con nombres como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Juan Rulfo, por citar un trío de valores universales—, su presencia es de primer orden: libros como La sombra del paisaje (2009), La mirada del siervo (2012), La mujer del último show (2018), y Alas (2019), corroboran con creces su dominio en el arte de narrar.

Tengo el placer de una anécdota que mucho dice del calado de Las edades transparentes. En octubre de 2018, en el espacio El autor y su obra, dedicado a Lourdes González por el Instituto Cubano del Libro en La Habana, al intervenir Antón Arrufat, recordó un fragmento de una entrevista a ella en mi libro El sabor del instante: “En alguna zona del tiempo se abrió ante mí la puerta de la novela. Y entré. Enseguida supe que estaba pisando un suelo peligroso, abrumador y magnífico en su propia categoría de ilusión”.

Y es allí, realzada la remembranza, cuando vale citar a Marcel Proust en su novela A la sombra de las muchachas en flor, a tono con la esencia suya que Antón distinguía en Lourdes: “…la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una brisa húmeda de lluvia, en el olor a cerrado de un cuarto o en el perfume de una primera llamarada: allí dondequiera que encontremos esa parte de nosotros mismos de que no dispuso, que desdeñó nuestra inteligencia, esa postrera reserva del pasado”.

Todo ello lo pude percibir el martes 9 de enero, cuando junto a la autora de Las edades transparentes —correspondiendo a una invitación del poeta y buen amigo Rolando Bellido, para una lectura poética y conferencia en Báguanos—, al caminar por las calles del pueblo, disfrutar de los parajes arbolados de su parque, observar las viejas casas, le dije: “Vamos caminando por las páginas de tu novela, los escenarios de tus edades”… Y allí, de cierta manera, al rememorar aquella historia y sus personajes, surgieron estas preguntas

 ¿Cómo conviven, en una autora, el oficio de la poesía y el trabajo de la novela?

“Nutriéndose. Ambas son hijas de la lengua española y, en mi caso, hijas también de las experiencias vitales, que son muchas y poseen esa verdad de la memoria, inatrapable fuera de un texto literario. He creado una fusión irreductible, se nota la narrativa en mis poemas, y la poesía en mi narrativa. Creo que cuando arribé a esa zona inclusiva, mi estilo selló su forma”.

Con Las edades transparentes fue el viaje a los ámbitos de la memoria familiar —recuerdo que Antón Arrufat distinguió allí ese aroma proustiano— y a partir de ella, nuevos territorios… ¿Qué te brinda la novela como escritura y como suma?

“La novela es el paraíso de los escritores. Un lugar mágico dentro del que se puede crear sin límites y con mucha libertad. La descubrí a inicios de los dos mil, antes de esa fecha jamás imaginé que escribiría cuentos ni novelas. Se trata de una de esas sorpresas que tiene el camino esperándote. Escribir Las edades transparentes añade a mi vida una energía especial, fíjate que digo escribirla, el acto de ir día a día a ese lugar mapeado en mi mente me hace un bien extraordinario. Fueron dos años y medio de trabajo, dos años y medio que describieron un año de ese pueblo, de la vida de los jóvenes protagonistas. Una maravilla de tiempo”.

No sólo en tus novelas publicadas, sino también en tus libros de cuentos, la diversidad de ambientes y personajes es constante… ¿Te consideras una narradora en perpetuo movimiento?

“Me gusta mover mis historias, rotarlas, modificarlas, apenas resisto la realidad como materia; he probado con las lindes de lo fantástico, del erotismo (tengo una novela inédita que juega mucho a traspasar rozando la frontera del erotismo), con muchas otras bondades, y me alejo de temas que he manejado con anterioridad. Se trata de no aburrirme mientras escribo. Hay que permanecer en forma o la mente te lleva a repetirte. Hay que escarbar en las sentinas de lo humano, y atreverse a kilómetros de las serenas orillas de lo que ya como escritor conoces. Sería muy mala autora de bestseller”.

 Tu novela inédita Arqueología de la vejez, advierte zonas de indagación en lo relativo a la condición humana y sus circunstancias… ¿Apuestas en ella por mayores zonas reflexivas dentro de la ficción?

Arqueología de la vejez es un libro dentro de una molécula de sangre. Escrito desde la hondura, matizado con clamores de diversas culturas que funcionan como gritos, para restar un poco de tensión en zonas de casi insoportables descripciones; esta novela espera su oportunidad en la creencia de que tendrá lectores, que es la aspiración de los escritores cuando concluyen su trabajo, nunca antes. Tiene una estructura inclasificable dentro de las cánones cubanos, pero quienes han llegado a ella, los amigos, la han leído con interés y han dado sus opiniones; creo que es una novela en el camino correcto de la literatura y ansío su publicación, en ella hay una parte importante de mi relación con lo humano, y aún más, con lo que apenas es posible definir de lo humano”.

¿Qué encuentras en tus lecturas de los novelistas latinoamericanos de estos tiempos, imposible de hallar en los ámbitos cubanos?

“Mira, Eugenio, la verdad es que no tiene relación lo que estamos leyendo de Chile, México, Colombia, Argentina, con lo que leemos de Cuba, salvo honrosas excepciones. Creo que el asunto tiene varias zonas de abordaje, por un lado las lecturas, el hecho de leernos entre nosotros mismos y apenas acceder a las novedades editoriales que se suceden en el mundo; la ausencia de crítica literaria, ya no solo especializada, sino de lector, usando como textos críticos las palabras de presentación de los libros; la sustitución de la lectura por los audiovisuales, o sea, el abandono de la buena costumbre de leer libros, con la consecuencia de la pérdida del placer de leer.

“Para un escritor es capital la retroalimentación, que te lean en Argentina y que tú leas el último libro de Benjamín Labatut, por ejemplo, MANIAC, porque la literatura tiene naturaleza múltiple, y necesidad de constante renovación”.

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