Antón Arrufat, escritor cubano, Literatura, Cultura
Antón Arrufat

Antón frente al espejo

Imposible evocarlo de otra forma que no sea en el gozo de conversar. He ahí la palabra clave para un escritor como Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935 – La Habana, 21 de mayo de 2023): conversación. Hizo de ella algo más que un perfil definitivo. Su manera de buen conversador—ingenioso y pausado, atento y memorioso, irónico y argumentado, largo y cautivante—, se asentaba en el dominio señorial del acto de escribir —minucioso y perspicaz, hábil y augusto, riguroso y conocedor, sosegado y elegante—.

Aunque desde hace muy pocos años residía frente al magnífico Paseo del Prado, siempre lo recordaré en su vieja casa del segundo piso de Trocadero número 259, entre Águila y Amistad, en Centro Habana. Rodeado de libros que ocupaban estanterías desde el suelo hasta el techo, las mecedoras, una mesita de mármol… El balcón con las puertas abiertas, los olores del mar que llegaban desde el Malecón para expandirse: un día cualquiera que ahora, cuando cierro los ojos, retorna, y tengo frente a mí a Antón Arrufat, invitando a compartir los dones de la palabra y sus secretos más recónditos, siempre haciendo de la amistad un lujo inolvidable.

Has frecuentado el teatro, la novela, el cuento, la poesía y el ensayo… ¿con cuál te sientes más identificado, en cuál te hayas más cómodo?

“Luego de haber escrito varios géneros durante tantos años, una pregunta frecuente es la que ahora me haces, cuál de ellos me resulta el preferido. He respondido que la poesía era el “centro irradiante” de cuanto había escrito. Un escritor de ochenta años tal vez pudiera alcanzar cierta claridad sobre cuanto ha escrito. Esta claridad, que se consigue forcejeando con las sombras de la escritura, que son tal vez sombras de la realidad, no es mucha y le conviene que no lo sea en demasía. La escritura, me refiero a la literaria, es una aventura, un no saber, un partir hacia estas sombras, y se debe aceptar el hecho como inexorable.

“Después que mis libros fueron escritos, publicados y hasta ordenados en una estantería, alguna relación —diré sistémica— he podido descubrir en ellos. No solo por la existencia de repeticiones, reapariciones, personajes que vuelven, ideas que incluso se combaten entre sí, sino que con el tiempo fui alcanzando cierta claridad previa: crear una estructura relacionada entre los diversos géneros que escribía. Para citar un ejemplo sencillo, no sería difícil establecer una relación creadora entre la presencia de las cosas, de las cotidianas y vitales, que se encuentra entre dos obras, de géneros diferentes y hasta contradictorios, como son La caja está cerrada, novela, y De las pequeñas cosas, ensayo.

“El protagonista de aquella novela, en el curso de la adolescencia, va recogiendo objetos que le han impresionado, que parecen, sin duda, ligados o contaminados con ella, para guardarlos en una caja, hecho que evoca en cierta medida el mito de Pandora. Transcurrido el tiempo, al abrirla nuevamente y retomarlos en sus manos, estas cosas de alguna manera podrán hacer regresar el momento al que estuvieron mezcladas.

“Mientras organizaba esa narración, extensa por cierto, alrededor de ochocientas cuartillas, y que me llevó largo tiempo terminar, fue surgiendo un conjunto de ensayos relacionados entre sí, que iba entregando cada mes a una publicación periódica. Trabajé durante dos años. Al cabo había completado De las pequeñas cosas. Su título es casi una declaración programática”.

¿Cómo explicarías esa relación entre ambos libros?

“Sin que me diera del todo cuenta, a mi manera aventurera de trabajar, me comportaba como el protagonista de la novela, obsesionado por las menudas cosas del mundo o de nuestra vida. Si no las guardaba en una caja, las describía, historiaba, intentaba descubrir su significado, y parecía guardarlas en la página escrita. Desde las puertas hasta el jardín, desde el encuentro hasta la glorieta, me acercaba a ellas, haciendo un paréntesis en nuestro trato cotidiano, la suspensión de lo habitual, y descubría al pintor en su taller, utilizando en su obra las radiaciones del espejo.

“Después de aquella selección, y tras el curso insobornable de las horas, esa opinión ya no era tan diáfana o me impresionaba como parcial. Tanto la novela como los ensayos, La caja está cerrada y De las pequeñas cosas, tienen algo previo, subyacente, que los enlaza, dándoles una significación diversa a la que hasta ese momento había creído: el tono sustancialmente narrativo. Los ensayos están organizados y realizados de modo semejante a capítulos de la novela. Por otra parte, encuentro en mis poemas una organización o estructura igualmente narrativa o cercana a la narración. A veces, lo digo con estupor, me impresionan como pequeños cuentos”.

Sin embargo, tus dos novelas son de intenciones diferentes…

“La caja está cerrada no es solamente una novela de aprendizaje, es conjuntamente la historia de un barrio, de diversas familias, de dos concepciones religiosas de la vida, y como dije antes, del reconocimiento del sentido de las cosas en la existencia de los seres humanos. Es, además, o desde el principio, la reevaluación de un mito clásico, el de Pandora.

“La noche del aguafiestas es novela profundamente vanguardista, negadora de las estructuras narrativas habituales: la presentación detallada de los personajes, diálogos y narración separados e independientes. Y también, neoplatónica. En ella cuenta la decisiva importancia del retrato, de la imagen, del recuerdo, de las tradicionales posiciones: sentarse, recostarse, acostarse…

“Pese a esas diáfanas diferencias entre ambas, un hecho las enlaza: la decisiva presencia del lenguaje. Ambas son lenguaje. El lenguaje, creador de presencias humanas, restaurador del pasado, formador del hombre, fuerza comunicante entre los seres; el lenguaje como enlace y como destino. Negador del vacío y de la nada”.

El teatro como relectura de un clásico griego: Los siete contra Tebas. ¿Esa obra te posibilitó un conocimiento más directo de las relaciones del autor y su tiempo?

“Reelaborar el texto de Esquilo, majestuoso y rudo, me entusiasmó, tocándome profundamente. Me impresionaron su aliento épico, el tema de la justicia y el derecho, su encanto arcaico, la estructura rudimentaria y fuerte, como de una maquinaria de madera pintada en colores primarios, y el temor, sobre todo el temor, que la recorre como una llama. Temor a la muerte que la guerra precipita, temor de perder los bienes de la vida y el deseo, sumamente arraigado, de preservar estos bienes.

“Esta experiencia encierra algo demoníaco: la posibilidad de manipular un texto clásico, jugar y vulnerar, anulando en parte la autoridad casi mística que ejerce legítimamente sobre nosotros, sus descendientes. No intenté innovar, huyendo del texto original, por el contrario, utilizarlo con amplitud. En esta decisión radica la originalidad de mi trabajo, o al menos, su novedad: no huir del texto de Esquilo, hundirme en él. No buscar una nueva estructura ni una cubanización. Citar, citar, como un collage, fragmentos enteros, pero dentro de otro contexto, o mejor, pre-texto. Situado en las antípodas de Esquilo, citarlo, plagiarlo y usar la eficacia de su expresión, imágenes y élan retórico, la fuerza de su discurso dramático y encanto arcaico. En rigor, no obré por imitación, sino por contaminación.

“Finalmente una observación u ocurrencia. El atractivo permanente de las grandes obras radica en su aparente hecho de estar incompletas. Nos sugieren siempre algo que no está del todo en el texto, en el trazo, en el acorde. Son, esencialmente, provocadoras. Dos mil años después un poeta cubano, patronímico que Esquilo no llegó a escuchar, se acerca a su tragedia y la acerca a él, como si le hiciera señales. Con melancolía pienso que otros poetas, habitantes de otras latitudes y otros siglos, harán otra vez lo mismo”.

De las pequeñas cosas… ¿tu libro recupera los placeres del género a la manera establecida por Montaigne en su obra capital Los ensayos?

“Para algunos críticos y lectores los textos que integran De las pequeñas cosas podrían ser clasificados con cierta vaguedad o imprecisión, como viñetas, pequeños relatos o ensayos. A esta definición se adscribe Rafael Rojas en su libro La vanguardia peregrina: “un libro de ensayos, en la mejor tradición del género, la que viene directamente de Montaigne”. Unas líneas más adelante, esta definición de pronto se amplía, a riesgo de caer en contradicción, cuando el autor afirma que es la “bitácora de un bibliófilo: un cuaderno de viñetas que, desde la herencia de Montaigne, desemboca en una prosa híbrida, entre ensayo, memoria y ficción…”

“El encanto que produce su lectura, según críticos y lectores sinceros, radica en el difícil equilibrio inestable de la mezcla de géneros en esencia contrarios. Estas piezas se encuentran sutilmente entrelazadas. Tal enlace podría descubrirse en un hecho: su organización narrativa; presentación y desarrollo cercanos, o en algunos casos dentro, de la estructura y los procedimientos de narrar, empleo de diversas voces. Sin olvidar que cada texto en De las pequeñas cosas trata acerca de la significación de esas cosas habituales que los seres humanos usamos, y de su importancia, casi siempre desconocida o descuidada, en nuestra vida cotidiana”.

Así, la voz del escritor permanecerá siempre en la imagen única de las palabras que fijan su figura: el retrato único de Antón frente al espejo.

Eugenio Marrón Casanova
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