Franz Kafka, escritor
Franz Kafka. Foto: Tomada de mejorconsalud.as.com

Kafka, entre la vorágine y la montaña

Conmemoraciones significativas relacionadas con la literatura ocuparán el calendario del año que comienza; entre nacimientos y muertes de grandes escritores, así como celebraciones de obras literarias con notorios cumpleaños, 2024 permitirá recorrer una diversidad de nombres cuya presencia no sólo forma parte de la memoria cultural de la Humanidad, sino que es constancia de cómo resurge sin cesar lo que dice un remoto proverbio africano: “El mañana alumbrará al pasado mañana”.

Vale comenzar por uno que vive en todas las lenguas: Franz Kafka, a cien años de su fallecimiento el 3 de junio, a la edad de 43, en el sanatorio de Kierling, en Austria. El italiano Pietro Citati en su biografía Kafka —al decir suyo: “un soldado en las desoladas fronteras del espíritu”—, anota que la tuberculosis lo había vencido, la fiebre más allá de los 39 grados, las inyecciones de morfina no valían de nada, no podía comer ni beber ni hablar. Tras el pinchazo final, a punto de salir un amigo de la habitación, el escritor le dijo: “Soy yo quien se va”.

Nacido en Praga el 3 de julio de 1883 —entonces una de las ciudades más importantes del Imperio Austro-Húngaro— en el seno de una familia judía, Kafka se había graduado de Doctor en Leyes a los veintitrés años. Sin embargo, su quehacer literario en vida se circunscribió a breves cuentos publicados en revistas, y solamente fue posterior a su muerte —gracias a su amigo Max Brod, quien conservó los originales— cuando su obra escrita en alemán, que era el idioma oficial, comenzó a publicarse y traducirse en otras geografías.

Carlos Fuentes, una de las grandes figuras de la literatura latinoamericana, lo distinguió con exactitud: “Kafka, el escritor indispensable del terrible siglo XX. Sin él, no entenderíamos nuestro tiempo. (…) Si le dio un rostro a los horrores del poder en el siglo XX, es posible que también sea el profeta del poder en el siglo XXI”. Sus novelas y narraciones son tan lúcidas como inquietantes: vale recordar América, La metamorfosis, El proceso, En la colonia penitenciaria, El castillo, Un médico rural, La muralla china, por citar algunas.

“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”; es el comienzo de una novela publicada en Bogotá el 25 de noviembre de 1924, cinco meses después de la muerte de Kafka, que narra la odisea de Arturo Cova y su amante Alicia, peligrosa aventura por las sabanas y las frondosidades, huyendo del exterminio a manos de los rancheros del caucho: La vorágine, escrita por un Doctor en Leyes llamado José Eustasio Rivera (Huila, 19 de febrero de 1888 – Nueva York, 1 de diciembre de 1928).

De acuerdo a lo documentado por los estudiosos de ese “libro clásico por excelencia” —según dijera Alejo Carpentier—, su autor fue secretario de una de las comisiones que delimitaron la frontera entre Colombia y Venezuela, lo cual le permitió un conocimiento muy profundo del llano y de las zonas caucheras, con sus extensos aledaños; establecido como abogado en aquellos lugares, Rivera conoció a sus habitantes, y le sirvieron de germen para los personajes de esa “gran novela de la selva”, como la calificó el cuentista Horacio Quiroga.

Comenzada en 1912, y en proceso hasta 1923, la publicación a finales de 1924 de La montaña mágica, de Thomas Mann (Lübeck, 6 de junio de 1875 – Zürich, 12 de agosto de 1955), es uno de los grandes acontecimientos del arte de la novela en el siglo XX. El autor —quien sería galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1929—, desarrolla en poco más de mil páginas, un exhaustivo retrato de la condición humana, teniendo como escenario un paraje especial de los Alpes suizos, casi a las puertas de la Primera Guerra Mundial.

Un joven de veintitrés años, Hans Castorp, viaja a una clínica en Davos, a más de mil quinientos metros de altitud, para visitar a su primo Joachim Ziemssen, internado para tratarse la tuberculosis. El mundo que encuentra allí es un cuadro de la sociedad europea: la bella y atractiva dama rusa Clawdia Chauchat; el penetrante conversador y escritor italiano Ludovico Settembrini; el joven polemista judío Leo Naphta; el doctor Behrens; Adriática, la enfermera; el negociante holandés Pieter Peeperkorn —entre otros—…

Tal como advirtiera la gran Marguerite Yourcenar, “el mito se eleva sobre la nieve; lo fantástico (…) se ordena según las leyes de la epopeya…”; y añade la autora de Memorias de Adriano: “La montaña mágica es la descripción exactísima de un sanatorio de la Suiza alemana hacia 1912; es también una suma medieval, una alegoría de la Ciudad del Mundo; finalmente, es asimismo la epopeya de un Ulises del abismo interior, entregado a los ogros y a las larvas, que aborda dentro de sí a la manera de una modesta Ítaca”.

2024 trae el bicentenario de la muerte de Lord Byron, uno de los protagonistas por excelencia de la Poesía Romántica Inglesa —en Cuba con una inolvidable traducción de Heberto Padilla, bajo ese título en 1979—, fallecido el 19 de abril de 1824, a los 36 años, víctima de unas sangrías tras un ataque epiléptico, en Missolonghi, localidad griega, donde estaba para combatir contra la dominación turca. De gran influencia sobre sus contemporáneos, y más, Byron fue figura magnética por su intensa vida: poeta, viajero, polemista, rebelde, seductor…

Y el 26 de diciembre de este año serán los 120 del natalicio de Alejo Carpentier en la urbe suiza de Lausana, de la que vendría junto a sus padres siendo muy niño para La Habana, ciudad que su obra recoge con profundidad de calado, energía y elegancia en novelas, relatos y ensayos, situados en lo más alto de la lengua española; y justamente dos de sus novelas ejemplares cumplirán cincuenta años de su aparición: Concierto barroco, y El recurso del método, publicadas entonces al calor de su setenta cumpleaños.

Carpentier entre el reino y los pasos

Buena oportunidad para el reencuentro —o la primera vez— de lecturas a la sombra de libros que muy bien pueden ser —para decirlo con unos versos de Eliseo Diego— “…unas palabras /que uno ha querido, y cambian /de sitio con el tiempo (…) una conversación en la penumbra”; volver a aquella mañana cuando Gregorio Samsa se encontró en su cama convertido en un insecto, a los pasos de Arturo Cova en medio de la selva, a los días de Hans Castorp en las alturas alpinas: certidumbre de Kafka, entre la vorágine y la montaña.

Eugenio Marrón Casanova
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