Alejo Carpentier, escritor cubano
Alejo Carpentier. Foto: Tomada de cubaperiodistas.cu

Carpentier entre el reino y los pasos

Ochenta años se cumplen del viaje iniciático de Alejo Carpentier a Haití, y setenta de la publicación de Los pasos perdidos, una de sus grandes novelas y de la lengua española en el siglo veinte. La historia de su protagonista, inmerso en la busca de los orígenes de instrumentos musicales y esencias que testimonian la travesía humana a la hora de la creación, aúna mito, arte, memoria y tiempo en una soberbia narración. Drama de intenso calado existencial, el propio autor confesaba: “Mi personaje (…) viaja por el Orinoco hasta las raíces de la vida, pero cuando quiere reencontrarla ya no puede, pues ha perdido la puerta de su existencia auténtica”.

En una lejana entrevista que le hiciera el entonces joven novelista peruano Mario Vargas Llosa —Premio Nobel de Literatura 2010—, publicada el 1 de marzo de 1965 en el semanario Marcha, de Montevideo, a propósito de aquella novela —“me parece uno de los libros más ambiciosos de la literatura latinoamericana, porque expresa dentro de una unidad dos dimensiones antagónicas de un mundo: una objetiva y otra mítica”, advierte el entrevistador— el autor le revelaba: “El sentido de Los pasos perdidos es eso: un remontarse, a través de la arteria del Orinoco al pasado más remoto, y una demostración de que todos los estadios de la vida subsisten en el continente americano”.

Tal confesión es raigal para comprender la pasión del novelista, para quien el mundo del Caribe y sus aledaños, específicamente las conexiones tan intrincadas como fecundantes que conducen a sus reservas históricas e imaginativas, son claves que distinguen con creces el mundo narrativo de Alejo Carpentier (Lausana, Suiza, 26 de diciembre de1904- París, Francia, 24 de abril de 1980), conformado por títulos como el ya citado, más El reino de este mundo (1949), El acoso (1956), Guerra del tiempo (1958), El siglo de las luces (1962), Concierto barroco (1974), El recurso del método (1974), La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979).

Uno de los más vehementes estudiosos de la obra de Carpentier, el ensayista cubano Roberto González Echevarría, al abordar el tema en un libro suyo dedicado totalmente a tal impronta, El peregrino en su patria, recuerda que fue en El Caribe donde se engendraron, por primera vez en el llamado Nuevo Mundo, acontecimientos como “el colonialismo, la esclavitud, la mezcla y la lucha de razas y, en consecuencia, los movimientos de revolución e independencia”, todos ellos muy vinculados a tan portentosa creación, como una suerte de guía para asomarse al mapa donde estableció sus dominios expresivos, históricos y temáticos.

Según contara el propio Carpentier en el preámbulo a su novela El reino de este mundo, fue un viaje a Haití lo que le permitió descubrir los ámbitos, tan asombrosos como inaccesibles, donde el rey Henri Christophe logró fraguar, a finales del siglo XVIII, el renombre de su leyenda. En tan célebre prólogo, la visión de “las ruinas, tan poéticas, de Sans Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos y terremotos de la Ciudadela La Ferriére”, acompañado del motivo nada fortuito “de haber hallado advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los tambores del Petro y del Rada, fueron una invitación de inmediato.

Surgida a la sombra de la Revolución francesa, la de Saint-Domingue es única, debido al triunfo de los esclavos. Tal suceso, en El reino de este mundo, ocupa dos momentos, más o menos aproximados, como comienzo y final. Primero está 1750, la revuelta de cimarrones liderada por Mackandal, y luego 1830, los días finales de la presidencia de Jean Pierre Boyer, quien había reunificado las posesiones del norte que fuera reino, con el sur que se había convertido en república. Entre uno y otro, la rebelión contra los colonos franceses, que conduce al alucinante reinado de Henri Christophe, y la que da al traste con este, proclamando el gobierno de los mulatos republicanos.

Con un estilo que se expande con bríos, todo lo narrado en El reino de este mundo se convierte para el lector en todo lo vivido. En ese orden, la opulencia sensorial que brinda la prosa de Carpentier es fabulosa. En el tercer capítulo de la tercera parte de esa novela, titulado “El sacrificio de los toros”, en torno al levantamiento de las murallas de la Ciudadela La Ferriére, en lo más arriscado de aquellas elevaciones del norte haitiano, resalta una muestra significativa: la sangre de las bestias sacrificadas, componente que usarán los albañiles en sus mezclas, se revela como ritual mágico para las visiones del caprichoso soberano Henri Christophe.

Esencial por partida doble, en tanto descubrimiento del entorno donde lo fabuloso de la historia concuerda con lo cotidiano de la mirada, fue el viaje que en 1943 realizara Alejo Carpentier a Haití en compañía de su esposa Lilia Esteban, y allí el contacto con un medio en el que ritos mágicos, afirmados en la dominación de enclaves naturales, favorecían un sustancioso entramado. El desplazamiento en automóvil a través de los más abruptos caminos que conducían a las alturas de la Ciudadela La Ferriére, se convertirá en el núcleo de un orbe narrativo construido a lo largo de casi treinta años, desde 1949 hasta 1978, en el cual se inscribe también hondamente Los pasos perdidos.

Al respecto de todo aquello, vale recordar lo apuntado por Graziella Pogolotti sobre el gran escritor: “Buscador de vasos comunicantes entre la música, las artes visuales, el teatro y la literatura, Carpentier no se detuvo en la obra de sus coetáneos. No se limitó al reconocimiento de sus afinidades esenciales. La insaciable curiosidad, esa virtud proclamada en una de sus crónicas del regreso, lo llevó a seguir el paso de las generaciones sucesivas que tomaron otros rumbos”. Así las cosas, el extraordinario curioso que fue el novelista siempre brinda constancia de tal condición, asentada en los fondos de todo su quehacer, apetencias y horizontes.

Lea también: Graziella Pogolotti y la atracción del prólogo

Ahora, cuando se cumplen ochenta años del viaje a Haití que fuera simiente de la aventura de lo real maravilloso, punto de partida para su libro inicial, y setenta de la publicación de Los pasos perdidos, novela instalada en aquel linaje que se extiende hasta nuestros días, con otros libros y autores que lo prolongan en diversas maneras donde se dan cita ruptura y tradición, la obra suya recuerda, como él mismo indica al final de aquella, que “la única raza que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte”. En ese rumbo, dueño y señor de una literatura prodigiosa, está en su travesía Carpentier entre el reino y los pasos.

Eugenio Marrón Casanova
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