Acostumbrados a las referencias sobre Cintio Vitier (Cayo Hueso, Estados Unidos, 1921–La Habana, 2009) como ensayista, y a propósito de sus célebres textos de carácter unitario —por ejemplo Lo cubano en la poesía (1958), Temas martianos (1969) y Ese sol del mundo moral (1975), trilogía emblemática que aviva siempre cualquier debate intelectual sobre Cuba y sus coordenadas más íntimas—, se ha ignorado, por desconocimiento o retardo, una parcela tan sustanciosa e ineludible como la que ofrece un libro suyo publicado en 1971 por Ediciones Unión en su inolvidable colección Contemporáneos.
Crítica sucesiva —que tal es el título de aquel volumen— reúne textos breves sobre grandes figuras cubanas e internacionales de la creación verbal, y algunas de sus claves más destacadas: Stephane Mallarmé, Johann Wolfgang Goethe, Herman Hesse, Juan Ramón Jiménez, Santa Teresa de Jesús, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar, Julián del Casal, Juana Borrero, Ernesto Cardenal…, nombres que pueden hallarse en esas más de cuatrocientas páginas que son muestra de lujo, para adentrarse en la pasión por la lectura de su autor.
“A veces, una simple cuartilla es más necesaria que un abrumador estudio”, advierte Cintio Vitier en las palabras para presentar el libro, y tal aseveración distingue sus excelencias en el orden de las piezas que conforman esa Crítica…, que para el autor tiene su clave en el hecho de que —tal como apunta— “esa lectura también sucesiva y colaboradora es la que en verdad apetezco, sin que por ello deje de agradecer los chapuzones improvisados y discontinuos que suelen dar alegría”. Ello subraya el valor que le otorgaba a esa manera, tan placentera como rápida y nada trivial, de su escritura.
Crítica sucesiva resulta estimulante dado el realce que ya tenía su autor hasta aquella fecha: aparte de sus poemarios Vísperas (1953) y Testimonios (1968), el trabajo del investigador y crítico aportaba antologías como Cincuenta años de poesía cubana (1952) y los tres tomos de La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano (1970), sin olvidar esa joya con catorce breves biografías que es Poetas cubanos del siglo XIX (1970); y asimismo su presencia en el grupo Orígenes, al calor de aquella revista legendaria en el ámbito de la lengua española entre 1944 y 1956, encabezada por José Lezama Lima.
Ya desde el título, Crítica sucesiva, se advierte lo inaplazable de su contenido; el oficio del crítico está determinado por su cometido a la hora de leer: nada mejor que evocar la palabra latina “succesivus”, es decir, “lo que sucede”. Así, el encuentro con la obra se convierte en la necesidad de lo que Julio Cortázar llamaba “un lector cómplice”, sólo posible al “llegar a ser copartícipe y copadeciente” de la experiencia por la que pasa un autor, y sin olvidar a Mario Benedetti cuando distinguía que “la complicidad es quizá una de las más importantes maniobras que el oficiante crítico realiza en su afán de entender”.
Cuando se advierten las fechas al pie de los textos recogidos en Crítica sucesiva, puede comprobarse que la curiosidad como condición de lectura, de principio a fin, recorre la biografía intelectual del escritor: en el primero, de 1949, La crítica y la creación en nuestro tiempo, apunta que “la actitud crítica en sí misma, en su dirección más pura y entrañable, nace quizás de una sospecha trascendente: la sospecha de que la realidad, al trasponer sus enigmas en los símbolos indelebles del arte, no logra otra cosa que plantearlos en una forma cada vez más aguda y necesaria”.
Y en el último, un texto ocasional, Ernesto Cardenal, que Cintio Vitier leyera en la Biblioteca Nacional José Martí, el 6 de julio de 1970, a propósito del bardo nicaragüense que escribiera la Oración por Marylin Monroe, presentado por primera vez en Cuba: “Descendiente por la cepa más honda de aquel magno poeta a quien Martí llamara en un abrazo hijo”…, para más adelante recalcar que el visitante es “absolutamente moderno como quería Rimbaud, discípulo de Ezra Pound pero también del misterioso cacique Nicaragua, sacerdote y monje de la primitiva iglesia de los pobres”.
Tres ejemplos más: tras el Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez en 1956, lo recuerda en La Habana de 1937, “monstruo no de la abundancia, ni de la perfección, ni de las iluminaciones, sino monstruo del hechizo, poseedor de un sello regio sobre la poesía”; en tanto de Borges, dice que “la dulzura discursiva” (de sus poemas) “extrañamente mezclada de soñolencia y lucidez, conlleva como una voz acompañante su especial paladeo, su propio estilo de lectura”, y sobre En la Calzada de Jesús del Monte, de Eliseo Diego, señala una “memoria entretejida de las imágenes de la infancia, de la patria virginal”.
Cincuenta y dos años después de su publicación, Crítica sucesiva propone nuevas y gustosas relecturas, muy lejos de ser un título fortuito en el devenir del escritor. El propósito resalta, tal como él mismo advertía en su introducción, para “ofrecer una selección no preconcebida pero sí coherente, con unas constantes espirituales y un argumento intelectual que se desarrolla en sucesión dialéctica, con sus naturales ramificaciones, a través de casi treinta años”. Es así como permanece acrecentado en la memoria de su obra, el quehacer de Cintio Vitier, lector infatigable.
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