En una conversación con Maggie Mateo, destinada a formar parte de mi libro El sabor del instante (Trece entrevistas con escritores cubanos, Ediciones Holguín, 2016), me confesaba su interés por la escritura como una manera de bregar con algunas obsesiones y caprichos recurrentes. Tal postulado se sugiere en el despliegue de contextos que hace posible Ella escribía poscrítica, libro publicado por primera vez en 1995, devenido título emblemático en los círculos literarios insulares —tanto entre autores de diversas generaciones como entre lectores de variadas estirpes—, y que recientemente ha vuelto por el sello de Ediciones Holguín.
Dueña de un currículum académico encomiable, Margarita Mateo, o para decirlo con el cariño que le confirman familiares y amigos: Maggie (La Habana, 1950), es Doctora en Ciencias Literarias, Profesora de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, del Instituto Superior de Arte y miembro de la Academia Cubana de la Lengua pero a la hora de la literatura, su faena como ensayista y novelista se despliega con intuición, dominio y elegancia, a la sombra de lecturas y remembranzas en un abanico de jugosas posibilidades: Cuba, el Caribe, América Latina, la lengua inglesa, la trova tradicional, la música rock… —por citar apenas un puñado de sus afinidades—.
Títulos como Paradiso: la aventura mítica y Desde los blancos manicomios, ganadores de los premios Alejo Carpentier de Ensayo 2002 y de Novela 2008, respectivamente; y Dame el siete, tebano. La prosa de Antón Arrufat, Premio de Ensayo Enrique José Varona 2013, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba —un trío de piezas definitorias de su labor y su pertenencia a la memoria verbal de la isla—, permiten adentrarse en el mundo de una autora que ha merecido el Premio Nacional de Literatura 2016 y para quien —tal como ella misma advierte— “todo es parte de lo mismo: saber, escritura, imaginación, lecturas, entre otras cosas”.
La nueva aparición de Ella escribía poscrítica permite que los lectores y escritores más jóvenes del ámbito insular, se adentren en el conocimiento de una autora que se extiende por páginas donde se desarrolla un abanico de proposiciones, caracterizadas por la afluencia de lectura y repaso, meditación y examen, sagacidad y deleite, para hacer del trabajo crítico, a la hora de la literatura, un paseo por piezas y autores que deslindan un muestrario tan variado como atrayente, lo cual resulta un viaje en el tiempo a nombres y propuestas de la joven literatura cubana de finales del siglo veinte, para estimar esos momentos allí aquilatados.
En Ella escribía poscrítica, la “isla narrativa” de aquel tiempo —finales de los años noventa— se transforma en un curioso diario para deslindar voluntad de creación y discusión del texto: lectura y escritura se revelan como experiencia única, en la que hay constancia de cómo se desentraña la poscrítica, a la vez que una intención marcadamente ficcional para conectar la historia de las peripecias académicas de la autora como alfa y omega de tal empeño. Así, la amistad y sus compañías se asientan en el hecho literario y sus protagonistas, de modo entrañable el nombre del inolvidable crítico y ensayista cubano Salvador Redonet: lo íntimo y lo público entrecruzan sus caminos.
Un audaz y vigoroso contrapunteo se ensancha en el libro, entre los trabajos y los días de una profesora inmersa en lecciones y textos, a la vez que en la cotidianidad de querencias y apremios; y el desglose de autores y obras que determinan un mapa con nuevas rutas a la hora de narrar. Así, Ella escribía poscrítica admite una lectura que lo acerca —poco más de veinticinco años después de su primera edición— a las potestades de una memoria, tan minuciosa como activa, sobre una época literaria tan peculiar, justo al paso de sus protagonistas y de los fragmentos que van entregando, para el posible mapa narrativo de unos años singulares en clave cubana.
Lectora que se pasea con satisfacción y sutileza por ámbitos tan diferentes como sugestivos, Maggie Mateo lo advierte en la entrevista ya citada: “Los autores latinoamericanos y caribeños son los más cercanos a mí. He dedicado muchos años a la lectura, el estudio y el disfrute de esas literaturas”. Vale recordar que nombres como Alejo Carpentier y José Lezama Lima son asiduos a la hora de sus pesquisas y labores: “Me gusta dialogar con esas voces que van apareciendo mientras escribo, y lo hago, a veces de modo más explícito, otras más veladamente, pero siempre dejando alguna huella que el lector cómplice, como diría Cortázar, sabrá rastrear”.
Para lectores cómplices, sin dudas, para los muchos adeptos a la simpatía y la agudeza de sus juicios literarios, es una fortuna contar con Maggie Mateo: Sus palabras son la mejor fe de vida: “Todo lo leído, no sólo lo vivido, está presente en la escritura personal, en el acto de creación”. Y lo sella con esta aseveración del teórico Roland Barthes: “Todo texto es un intertexto; otros textos están presentes en él, en estratos variables, bajo formas más o menos reconocibles, los textos de la cultura anterior y los de la que le rodean; todo texto es un tejido nuevo de citas anteriores”. Así, encontrarse con sus “tejidos” es asistir a la fortuna de Maggie Mateo y la pasión del venturoso leer.
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