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Cuando escribimos el texto de la forma más hermosa hacemos llegar más lejos el mensaje periodístico. Foto: Archivo

Plasmar lo más hermoso aún cuando hablamos del dolor

Para los que nos desempeñamos en la profesión que nos gusta, trabajar es un placer, es hermoso. Es así como nos encontramos con el mejor barbero que nos arregla, el médico preferido, escogemos al psicólogo de la familia o buscamos al carpintero o albañil cuando lo necesitamos.

Para otros, en cambio, cada nueva jornada es una tortura que deben aceptar porque es el empleo que el destino le asignó, y ya se sabe que éste es el pretexto de los fracasados, como dijo el poeta Pablo Neruda.

Pero en lo que se refiere al mundo de las letras nos encontramos con infinidad de poetas, escritores y periodistas que han dejado sus criterios, entre ellos se encuentran: Alejo Carpentier, Grahanm Greene, José Lezama Lima, José Martí, William Faulkner, Roque Dalton y Ernest Hemingway, entre otros grandes de la cultura iberoamericana y anglosajona.

Cada una de estas personalidades disfrutaron o se deleitaron escribiendo. Hemingway decía que si la inspiración existía que lo cogiera escribiendo, en cambio, para Greene “escribir es una forma de terapia”, mientras Rilke expresó “si usted cree que es capaz de vivir sin escribir, no escriba”.

Para los poetas universales como Dalton definía: “Poesía perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras”. Y es, precisamente, esa palabra convertida en verbo, adjetivo o sustantivo la que alimenta el espíritu del creador que utiliza el lenguaje escrito para plasmar lo más hermoso de nuestras vidas, aún cuando hablamos del dolor.

Martí dijo cierta vez que la verdad iba más lejos cuando se escribía de la forma más bella, y es por eso que muchos cubanos y seguidores de su pensamiento lo llamamos maestro, pues sus poesías y artículos periodísticos, que en su gran mayoría conforman la obra martiana, han llegado con plena vigencia hasta este siglo XXI.

Faulkner expresaba que la casa perfecta para un escritor era un burdel, pues en las horas de la mañana hay mucha calma, y en cambio, en la noche hay fiesta. Para el narrador J.D. Salinger el lugar apropiado, como también para Truman Capote, era una cabaña en la montaña frente a un lago, como el refugio ideal para escribir la gran novela.

En cuanto a la forma de hacerlo la poetisa cubana Dulce María Loynaz escribía a mano sus textos, método que Carpentier seguía, aunque hoy muchos prefieren la computadora y su conexión a Internet para buscar en el momento los datos necesarios para hilvanar las narraciones.

La rapidez hoy en día nos lleva a utilizar la computadora porque la pantalla nos permite dar marcha atrás, sin necesidad de desechar el papel, y cuando ya tenemos el texto final damos clic en el símbolo de impresora en el Word, y obtenemos el texto en el formato que queremos.

En Cuba tenemos a Carpentier y Martí, dos grandes periodistas que disfrutaron mucho de su faena, y que actualmente siguen siendo nuestros mejores profesores de las letras, pues desde sus crónicas, reportajes y artículos nos llevan desde las raíces de la cultura cubana a la universal; y es que sus escritos son todos una clase magistral del buen hacer y el mejor reflejo de que escribir es un gran placer.

José Miguel Ávila Pérez
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