La familia de la mayoría de los mambises los siguió al campo cuando la ofensiva española ocupó los poblados capturados por los independentistas, al iniciarse la guerra de independencia de 1868. Las mujeres, niños y ancianos ofrecían a estos bravos guerreros el calor humano necesario para continuar la resistencia. Los atendían cuando enfermaban o eran heridos; los alimentaban, cuidaban de sus maltrechas ropas, le entregaban el tan indispensable sexo. Los campos holguineros fueron testigos de estas escenas de ternura pero muy pronto la muerte, la crueldad reclamó su espacio.
Los colonialistas comprendieron el relevante papel de las familias para los insurrectos y las convirtieron en un objetivo militar. Los hombres preocupados por la suerte de hijos, mujeres y padres se podían dispersar en los bosques y sabanas cargando con armas y parque que, en lugar de utilizarse en una emboscada mortífera donde se aniquilara una compañía contraria lo cual permitiría también capturar equipamiento bélico, lo utilizaban en la defensa solitaria de la familia contra una numerosa tropa enemiga, lo cual no pocas veces terminaba en la muerte del combatiente y la pérdida de armas y del sentido de la disciplina mambisa.
Mercedita y el General Calixto García
Los amantes, los esclavos y los soldados: Holguín 1868
Carlos Manuel de Céspedes se atemorizaba ante los intentos de sus parientes de proteger a sus respectivas familias de esa forma solitaria. El día el 18 de octubre de 1871 le decía a la esposa, que estaba en el extranjero, en una carta: “Estoy lleno de temores por la vida de Javier y Ricardo; pues no quieren separarse de la familia y con eso hacen sus presas fáciles los verdugos españoles, como ha sucedido con Miguel Figueredo y otros”.[1 ]
Son numerosos los casos de insurrectos ultimados tratando de proteger su familia como Carlos Téllez, uno de los líderes de la insurrección en Holguín: Fue asesinado por los españoles al ser sorprendido en una prefectura y defender a sus seres queridos.[2] Mientras el teniente abanderado de la división de Holguín Prisciliano Cardet Rojas era salvajemente macheteado por una contraguerrilla que lo sorprendió en el momento de visitar a la esposa.[3] El valiente coronel Eduardo Cordón, antiguo oficial del ejército peninsular y coronel de las tropas mambisas en Holguín, estaba junto a la esposa y sus hijos en un rancho en el bosque cuando una fuerza colonial lo sorprendió y asesinó a la vista de sus parientes.[4]
Esta especie de inmolación a la que se entregaban los mambises, por proteger a sus familias, creó una gran alarma en el mando. Se producían deserciones de hombres armados que terminaban en el rancho de la parentela. Era necesario, constantemente, buscar a esos prófugos, andar tras carabinas y fusiles que permanecían prácticamente inútiles en un bohío o un vara en tierra de una prefectura cualquiera. No se podía convencer a estos sufridos mambises que era imposible proteger a los parientes cuando el rancho era atacado por una poderosa tropa por un solitario insurrecto. Esta dispersión del armamento de un ejército que carecía, muchas veces, de parque y que no pocos de sus hombres iban al combate desarmados, debilitaba la capacidad combativa. A esto había que agregar la necesidad de enviar combatientes para requisar esas armas. Existen numerosos documentos que dejan constancia del esfuerzo que hacían para que armas y hombres retornaran desde las rancherías insurrectas a las unidades de combate.
El general Julio Grave de Peralta además de atender una de las mayores divisiones del Ejército Libertador, debía encargarse de asuntos como el que detallaba en una de sus órdenes en 1869 en la que disponía que: “El C. Ramírez Sargento 2do tiene una Comisión para recoger todas las armas que halle en mano de hombre que no esté sin prestar servicio en las filas.”[5]
El referido general llegó a designar a un alto oficial con ese objetivo:
“El portador, Gefe de mi Estado Mayor pasa á su casa á recoger el Remington que mantiene en su poder él C. que se halla enfermo en su casa, si este C. se negare a entregar dicha arma le hará V. que inmediatamente venga a á incorporarse a esta fuerza.”[6]
Esto no significa que el ejército insurrecto no hizo todo lo que pudo para proteger estas familias. Pero se intentó hacerlo no dispersando hombres y armas por apartadas rancherías.
Máximo Gómez realizó un esfuerzo considerable para cuidar a las familias que residían en el territorio mambí durante la desastrosa campaña del invierno de 1869-1870 en Holguín. Uno de sus oficiales dejó testimonio de la situación creada por las familias: “Los españoles habían ido estrechando el cerco y se movían incesantemente (…) nos batíamos á todas horas; abrumados, además, por el sin número de familias que buscaban al amparo de nuestra fuerza para escapar la persecución del enemigo.”[7]
Se llegaron a entablar combates para defender las familias, el 15 de febrero de 1870, el coronel mambí holguinero Loreto Vasallo avanzaba desde Aguada de la Piedra hacia San Antonio, en las llanuras del Cauto:
“[…] conduciendo varias familias que habían acudido á el pidiendole proteccion para pasar aquel punto, y ya en camino trató tambien el enemigo emboscado de dispersarle la gente; logro este jefe (…) hacer que a su vez que las nuestras cayeran sobre la emboscada lo que se efectuo desalojando al enemigo de su posicion (…) sin que pudieran quitarle ninguna familia que era todo su interes.[8]”
El documento de este oficial batiéndose por esta gente desarrapada: mujeres, niños y ancianos, despierta nuestro respeto. Máximo Gómez al conocer de la presencia de una columna enemiga le ordena a Julio Sanguily, uno de los oficiales subordinados: “[…] corra a avisar a las familias para que no cojan a nadie descuidado.” [9]
Fue aquella historia del olvido, de fuga en los bosques de aquella multitud de mujeres, niños ancianos. Gente indefensa pero convencida y soporte de la resistencia cotidiana del mambí.
NOTAS
[1] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, t III, p 84.
[2] Testimonio a José Abreu Cardet de Jesús Téllez Carracedo.
[3]Testimonio a José Abreu Cardet de Margarita Méndez Carvallo.
[4] Juan Albanés. Eduardo Cordón. Inédito.
[ 5] Museo Provincial de Holguín, Fondo Julio Grave de Peralta, Libro copiador, copia 850.
[6] Museo Provincial de Holguín, Fondo Julio Grave de Peralta, Libro copiador, copia 852.
[7 ] Enrique Collazo. Cuba Heroica, S.F. p. 275.
[8 ] Museo provincial de Holguín, Fondo Julio Grave de Peralta, Libro copiador, copia 1146, de 22 de febrero de 1870.
[9] Yoel Cordoví Núñez. Máximo Gómez tras las huellas del Zanjón. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005, p 111.
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