Holguín, en octubre de 1868, era una jurisdicción del Departamento Oriental de la capitanía general de Cuba. La ciudad cabecera contaba con unos cinco mil habitantes. El gobernador español de esta jurisdicción, en la noche del 12 de octubre de 1868, fue despertado por una sorprendente noticia.
En un telegrama de sus superiores se le anunciaba la sublevación de un grupo de revolucionarios, en la jurisdicción de Manzanillo, situada en la costa sur del Departamento Oriental. Inmediatamente dispuso la detención de Manuel Hernández Perdomo y Julio Grave de Peralta. Estas eran las dos únicas personas sobre las que se tenían sospechas de una actitud subversiva en la jurisdicción.(1) Hernández Perdomo era un maestro, natural de Puerto Príncipe (actual Camagüey), establecido en Holguín desde años atrás. Hombre de recursos modestos para subsistir, además de su humilde sueldo de pedagogo cultivaba un patio y hacía trabajos de hojalatería. (2)
Se comentaba públicamente un romance que tenía con Juana Isabel de la Torre Pupo. Ella era una joven holguinera que poseía una pequeña fortuna, la cual le permitía tener una sólida casa a unos cien metros de la plaza principal de la ciudad y dos esclavos domésticos. Rompiendo con prejuicios seculares le dio entrada en su alcoba a Manuel sin pasar previamente por el templo católico. Desde aquel día el amante se estableció en su casa. Es de imaginar que tal asunto creó un pequeño escándalo en aquella aldea que era la ciudad de Holguín. Pero Juana le daría mayores sorpresas a sus coterráneos.
En la noche del 12 de octubre Manuel y Juana sintieron el tumulto de llamadas en la puerta de la casa. Pudieron distinguir las voces de los agentes para que les abrieran. Comprendieron la alta responsabilidad que tenían entre sus manos. Hernández pertenecía a la Logia Masónica de Holguín. Era además uno de los principales comprometidos en la conspiración. Tenía bastante información sobre los revolucionarios locales. Era el líder de los conspiradores del barrio de Yareyal, situado a unos 15 kilómetros de la ciudad. Esa noche Manuel logró escapar. Al día siguiente se sublevó al frente de los vecinos del barrio de Yareyal. Un periodista y vocero intelectual de las fuerzas integristas en la zona escribiría al respecto:
“Oh! si Hernández no se hubiera escapado, no solo habría faltado al partido de Yareyal ese caudillo, sino que, como se le dio tiempo para prepararse, tal vez se llevo ó inutilizo documentos que hubieran arrojado mucha luz sobre la revolución.” (3)
El texto tenía un pequeño error. No fueron las autoridades las que le dieron tiempo a Manuel para escaparse. Responsables de esto fueron Juana y sus dos esclavos domésticos, un anciano y una joven, quienes se encerraron en la casa. Aseguraron puertas, ventanas y atrajeron sobre ellos toda la atención de los agentes coloniales. Mientras Manuel se fugaba de la casa. No tenía el conspirador otra alternativa. Era imposible emprender la fuga en compañía de su amada. Los colonialistas apenas descubrieran que la casa estaba abandonada, organizarían una batida por las muy rectas calles holguineras. Era muy probable que los hubieran descubierto. Además era necesario incinerar la numerosa papelería comprometedora que guardaban en la casa. Juana se encargaría de esa labor.
La mujer y los dos esclavos, pese a la exigencia de las autoridades se negaron a abrir la puerta. El Teniente Gobernador envió de refuerzo un pelotón de fuerzas regulares que, en zafarrancho de combate, se dislocaron por las inmediaciones de la casa. Fue necesario que los indignados represores buscaran un albañil que a barretazos derribó la colosal puerta de madera. (4)
Los sicarios, en sus indagaciones, encontraron abundante cenizas de papeles incinerados. También cierta cantidad de plomo utilizado para confeccionar proyectiles, un pequeño revólver guardado en el cuarto de la propietaria de la residencia. Incluso un documento con ritos de la Logia Masónica que escapó del fuego; pues no tenía información que comprometiera a los demás subversivos. Juana fue trasladada a la casa de gobierno. Pese a interrogatorios y amenazas guardó silencio, al igual que sus esclavos. Es muy probable que estos fueran testigos de reuniones, escucharan conversaciones comprometedoras, sirvieran a visitantes llegados en circunstancias poco convencionales. Incluso no debemos descartar que realizaran labores conspirativas. Lo más importante, apoyaron a su ama en su enfrentamiento a las autoridades. De seguro ayudaron a reforzar las ventanas y puertas. Callaron pese a las presiones de las autoridades. El anciano afirmaba que no entendía el español. Los colonialistas convencidos de que conocía detalles de interés trajeron a un africano que hizo el papel de traductor. Luego de un difícil diálogo, el esclavo tan solo reconoció las relaciones maritales de su ama con Manuel.
Es interesante que la primera acción revolucionaria en Holguín la realicen el 12 de octubre de 1868, una mujer y dos esclavos. ¿Qué ha ocurrido en el resto del Departamento Oriental?
Si bien es cierto que en su territorio se produjeron, entre el 10 y el 15 de octubre, numerosos alzamientos; todos los que se enfrentaron a las fuerzas españolas fueron derrotados. Los sublevados en las jurisdicciones de Manzanillo, Tunas y Holguín fueron vencidos en combates sostenidos en los lugares conocidos por: Yara, el Hormiguero y los Cayos del Papayal, respectivamente. Aunque luego de estas derrotas se reorganizaron y acabaron ocupando, hasta enero de 1869, los campos de sus jurisdicciones. Pero inicialmente la sublevación fue un fracaso.
En esos cinco días el único conspirador que logró un éxito fue Juana Isabel al permitir la fuga de su amante y contener a un pelotón del ejército regular y un grupo de agentes de la policía durante varias horas.
«Victoria de Holguín»: una fracasada aspiración
El acontecimiento ha sido virtualmente olvidado. Incluso la historia regional holguinera tan propensa a exaltar los hechos heroicos apenas hace mención del acontecimiento.
Lo que se ha destacado de Juana es una leyenda. El auge del movimiento revolucionario obligo a los defensores del imperio español en Holguín a atrincherarse en un grupo de casas en el centro de la ciudad. Los insurrectos pusieron sitio a estas edificaciones. Juana -que se encontraba prisionera de los españoles en esas casas- fue obligada a situarse en un balcón frente a los independentistas que se encontraban en edificios cercanos.
Los españoles le exigieron que pidiera a los revolucionarios el cese del ataque. En lugar de esto, Juana aprovechó la oportunidad para arengar a sus compatriotas a continuar el cañoneo, aunque ella pereciera entre los escombros de aquellos edificios. Las palabras de la heroína fueron grabadas en el museo de la ciudad. Se reprodujeron en un libro de efemérides, se dramatizaron en programas de radio y televisión. Es esta la tradicional historia de las frases hermosas. No hay evidencia alguna de que tal acontecimiento ocurrió.
No se ha reconstruido ni destacado la historia guardada en la documentación oficial sobre la acción de ella, de enfrentar durante horas a decenas de soldados, policías y voluntarios hispanos. Hemos preferido esta frase heroica y de la que no existe evidencia documental. Pero darle un papel activo de encarar a las fuerzas represivas sale del marco en que ha sido encerrado el prototipo de mujer héroe de la guerra donde lo importante son un puñado de frases.
La historia se ve siempre con una visión muy varonil y no parece muy elegante reconocer que una mujer le propinó a los colonialistas la primera frustración represiva en el inicio de la guerra, mientras los hombres, los futuros héroes, eran derrotados y huían a la desbandada. El acontecimiento debería de conmemorarse como el inicio del proceso independentista en la comarca holguinera y la primera victoria de los revolucionarios del ´68. La guerra en Holguín comenzó el 12 de octubre de ese año.
En esta acción del 12 de octubre de 1868 tomaron parte blancos y negros, mujeres y hombres, libres y esclavos, ancianos y jóvenes. Todo un símbolo de lo que sería la guerra de 1868. Como una estupenda donación a la imaginación, Juana y Manuel se encontraron de nuevo en los campos mambises. No hemos podido determinar cómo lo lograron; pero existe la documentación que lo demuestra. El coronel insurrecto Francisco Arredondeo hace referencia en su diario personal a que los visitó en una ranchería insurrecta en 1869. (5) Manuel era coronel y ella nunca dejó de ser una patriota convencida.
Fundaron hogar en las llanuras camagüeyanas donde continuaron su apasionado romance.(6) Incluso como si fueran personajes irreales y volátiles, desaparecieron en el pasado sin dejar huellas. No se sabe qué ocurrió con aquellos amantes. Con aquella mujer que le propinó la primera derrota al colonialismo hispano. Quizás con esa delicadeza de los amantes prefirieron conducir al olvido sus tragedias y sus dichas. No necesitaban aplausos ni glorias. Ella hizo lo que tenía que hacer como buena conspiradora: fugarse hacia la indescifrable discreción femenina. Los historiadores han hecho también lo que tenían que hacer. Donarle un puñado de frases altisonantes y dejarla en el olvido. Es difícil entender que fue una mujer y además enamorada, la que le asestó el primer fracaso al imperio español en la guerra cubana de 1868.
NOTAS.
1–Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, Legajo 125, número 1.
2–Ibid.
3–Antonio Jose Nápoles Fajardo, El Sitio de Holguín, Imprenta Militar de la V. E, HS de Soler, La Habana, 1869, La Habana, 1869. p. 18
4–Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, Legajo 125, número 1.
5–Francisco de Arredondo y Miranda, Recuerdos de la Guerra de Cuba, Biblioteca Nacional Jose Martí, 1962, p. 101
6–Idem, p. 101
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