Carlos Manuel de Céspedes resumió en muy pocas palabras las esperanzas que ponían los revolucionarios en sus ataques a las poblaciones controladas por los españoles:
Ha llegado el momento en que el pueblo de Cuba comprenda que tiene que guerrear; lo hace, pero quiere comer. Pide los asaltos para obtener dinero y ropa, comprando con lo que coge, lo que necesita. (1)
Los mambises atacaban los poblados españoles para acceder a las vituallas necesarias para subsistir y continuar combatiendo. Generalmente actuaban de noche, sorprendiendo a la guarnición. Es de pensar que esta tropa, al retirarse del poblado atacado, iría con sus rebosantes macutos –especie de mochila utilizada por los mambises–, llenos de todo lo imaginable e inimaginable y las bestias de la caballería convertidas en acémilas (2).
Alguien a puro azote hacía avanzar a una piara de puercos. De la cintura de un valiente colgaban, amarradas por las patas, de un improvisado cinto, pollos y gallinas.
Esta multitud de hambrientos iba dejando a la vera del camino botellas de vino o aguardiente, restos de tabaco y comidas, los andrajos de ropa que eran sustituidos por lo capturado. Quizás un mambí hacía una selección de lo que llevaba, abandonando en un recodo de la marcha alguna loza, cazuelas de barro o metal producto del saqueo pero que le hacían extenuante el desplazarse.
Alguien degollaba un puerco que se negaba a marchar guardando en los bolsillos y el macuto trozos de carne. Dejando el rastro de sangre del infeliz animal. Era difícil que el más estricto jefe no se sintiera contagiado por el alboroto de su tropa, por la irresistible alegría de hartura de los hambrientos.
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Atrás, en la saqueada población, se preparaba el desquite. Los obligados a refugiarse en sus fuertes y cuarteles, durante el asalto, iban apareciendo en plazas y calles llenos de furia y resentimiento por la derrota sufrida. Los almacenistas arruinados y los bodegueros saqueados incitaban a la venganza.
Entonces se organizaba la columna de la revancha. De poblaciones cercanas acudían con tropas de refuerzo. Se emprendía la persecución por los rastros muy bien marcados. Los exploradores siguiendo un tabaco a medio quemar acá, una botella vacía más allá, un pan mordisqueado y tirado, un frito de carne dejado a la voluntad de hormigas y gatos monteses… en fin, no era difícil dar con el improvisado campamento mambí.
En muchas ocasiones, este se había establecido no siguiendo la lógica de la buena disposición de una defensa ante un posible ataque, sino la realidad de una hartura general que apenas permitía que los pies sostuvieran a estómagos sobredimensionados. A esto se agregaba una borrachera común, con buen Oporto o aguardiente de caña, que hacían que la extrema vanguardia confundiera las conocidas veredas.
La gente estaba cansada, con sueño por la noche de pelea. Los heridos quejosos reclamaban una cura. Además, las carnes saladas y secas parecían pedir el fuego. Cochinos y reses invitaban a improvisados carniceros y cocineros a la matanza y el gran asado.
Céspedes describió uno de estos bulliciosos campamentos establecidos pocas horas después del ataque y saqueo de Holguín en diciembre de 1872:
Encontramos a todos muy animados y bien vestidos, el campamento tenía el aspecto de una exposición. Nos dieron muchas vivas y nos recibieron a los acordes de una orquesta, que sacaron de la ciudad. Nos invitaron a un magnífico almuerzo: hubo varios brindis y discursos muy elocuentes: la alegre expansión fue general. (3)
En estas circunstancias no era raro que la columna enviada desde el poblado atacado u otro cercano encontrara al campamento insurrecto y lo embistiera.
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Lo narrado lo hemos ido reconstruyendo a golpes de imaginación, pero siguiendo el sentido muy verídico de los informes rendidos por ambos bandos en cada uno de los combates, que se desarrollaron luego de un asalto a un poblado o una ciudad.
Los más importantes combates realizados en las jurisdicciones de Holguín, Bayamo, Manzanillo, Jiguaní y Las Tunas casi siempre se llevaron a cabo luego del ataque a un poblado o una ciudad enemiga. Veamos algunos ejemplos: El combate de Palmarito, efectuado después del ataque a Jiguaní, en septiembre de 1871. El general que dirigía las tropas cubanas nos cuenta que:
El enemigo reforzado por todos los campamentos de sus alrededores, me atacó en la tarde del mismo día en el punto nombrado Palmarito, en número de más de 600 hombres. (4)
Pero esto no es una excepción. También se desarrollaron el de Veguitas de Banes, luego del asalto al caserío de Cañadón en julio de 1872, el de Camazán posterior al ataque a Holguín, en diciembre de 1872. El de la Cana, seguidamente del asalto a Auras, en abril de 1873. En este último los mambises estaban más interesados en defender el botín que en combatir propiamente al extremo que uno de los participantes escribió:
Si no hubiera estado tan cargada la gente, si no hubiera sido el botín, el enemigo habría sido completamente derrotado. (5)
Otra acción de ese tipo fue la de Santa María de Ocujal, en septiembre de 1873. Esta se efectúo después del ataque al poblado de Güirabo en la jurisdicción de Holguín por Calixto García. Los españoles lanzaron tras los mambises una poderosa columna. Los cubanos la atacaron.
El jefe de las tropas cubanas iniciaba su informe al presidente Céspedes con unas palabras que llevan explícitos la tensión del combate:
Escribo estos cortas renglones bajo la impresión de una hermosa victoria. (6)
Había tal asombro por lo espléndido de la victoria que el manuscrito tan solo contiene dos párrafos como si no se creyera en la realidad de la columna contraria macheteada, con los cuerpos de infantes y jinetes formando una macabra alfombra a la vera del camino.
Luego vendría el combate de Melones en la jurisdicción de Holguín, después de los ataques a Corralito, Yabazón y el Rabón en los primeros días de enero de 1874. La historia se repetía. Los hispanos enviaban una columna a vengar la afrenta tras cada asalto a una población.
Era tan usual que las fuerzas coloniales luego del ataque a una población siguieran y atacaran a los mambises en el lugar donde acamparan, que Calixto García luego del ataque a Holguín el 19 de diciembre de 1872 anotó que:
El 20 acampé en las Cabezadas de Camazán, donde tomé posición para esperar el enemigo. (7)
No estaban desacertados los mambises, pues el 22 una columna atacó el campamento. Luego de un intenso combate fue rechazada.
La seguridad de que el enemigo siempre emprendía una operación de represalia luego del asalto a un poblado le hizo escribir al jefe que atacó a Guisa, en octubre de 1872, a Céspedes:
No envío el parte oficial de la acción, porque estoy esperando al enemigo. (8)
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Es interesante que los mambises no eluden el seguro ataque enemigo. Acampan no muy lejos del poblado atacado. Al parecer el botín era tan abundante que se consideraba imposible descartar el encuentro. Además un combate en marcha era más difícil de proteger lo conquistado. A esto se agregaban los heridos en el asalto al poblado o ciudad y a los que no siempre era fácil trasladar y atender. Por ejemplo, en el referido combate de Camazán los mambises contaban con 21 heridos producidos en el ataque a Holguín. (9)
Realmente no es de pensar que estas tropas victoriosas y satisfechas pudieran alejarse mucho del territorio donde habían realizado el ataque. Vicente García en el ataque a Cascorro, el 14 de abril de 1874, nos dice:
Acampamos en Las Guásimas de Agramonte a tres leguas de Cascorro. (10)
Esta distancia para la capacidad de desplazamiento de una columna española es poca.
Los españoles no solo reaccionaban enérgicamente cuando eran asaltadas sus poblaciones sino también en el caso de incursiones contra haciendas y zonas de cultivo. Hay un ejemplo bastante interesante que nos reporta un jefe mambí que operaba en el sur de Oriente:
El 9 (noviembre de 1872) salí en dirección del partido Benevolencia, tomando las haciendas Bella Vista, Carolina, San Julio, Jali, Caguasi y San Prudencio, incendiado esta última donde hice un prisionero. El mismo día acampando en Arroyo Berraco, me atacó el enemigo, siendo rechazado en todas direcciones, después de tres horas y media de fuego. (11)
La defensa del botín es un asunto prácticamente olvidado de la historia militar cubana que es necesario tener en cuenta al analizar muchos de los combates independentistas.
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