Manuel García Verdecia, editor, literatura cubana
Manuel García Verdecia. Foto: Amauris Betancourt.

Los misterios de un editor

Los libros están rodeados de fantasmas. Muchos, con su esfuerzo, ayudan a que al lector potencial llegue un texto bien acabado en la redacción, la ortografía, la flexibilidad espiritual que debe acompañar a una buena obra, pero raramente se les recuerda.

Entre ellos, los editores son fundamentales para darle el acabado a ese pequeño tesoro que llega a nuestras manos desde las librerías y bibliotecas. Nos acercamos a uno de ellos, con una docena de libros editados: Manuel García Verdecia, también escritor, ensayista, poeta, traductor, profesor y promotor cultural. Durante 20 años, en la tarde de cada jueves, ha presidido la tertulia “Café literario”, desde la Uneac, que cuenta con una fiel y numerosa concurrencia y se ha convertido en un verdadero símbolo de la ciudad.

A Verdecia, como lo llamamos con cariño y respeto, acudimos con un puñado de preguntas para conocer por la palabra de un relevante editor los muchos misterios y senderos de ese respetable oficio.

Desde que el libro llega a la editorial y hasta la presentación al público, ¿cuántas manos lo “acarician”?

Es un proceso de decantación progresiva. Casi siempre inicia por un consejo lector que se encarga de decidir si la obra tiene cualidades que la hagan digna de publicarse. Luego la pasan al editor que es el principal encargado de darle completud al libro. Posteriormente va al corrector, que se ocupa de que no se haya saltado alguna parte ni que haya quedado ese tumor horroroso que es el gazapo. Antes, cuando la impresión directa, iba al cajista y al tipógrafo, ahora es al maquetador que en la computadora da forma virtual al libro. Junto con este trabaja el diseñador que tiene la importante función de encontrar la mejor visualidad para el libro, desde la cubierta que atrae al lector, hasta las imágenes y espacios interiores que hacen la lectura más amena. Observo que, durante todo el proceso, el editor debe estar vigilante de que cada acción ayude al logro del todo previsto. Creo que no se me queda alguno.

¿Cómo explicarías la función del editor a una persona no vinculada al oficio?

Siempre he dicho, como una definición básica, que el editor es el que logra que un manuscrito se convierta en libro. El editor es un lector necesariamente avezado, que hace su lectura de modo muy puntilloso, leyendo no para disfrutar sino para lograr que el manuscrito que trabaja se convierta en una pieza legible y además disfrutable. Tiene que verificar puntualmente que lo que está escrito expresa, de manera eficaz, lo que el autor quiere decir o sugerir, pues la literatura no es solo dicción directa sino insinuante. Para ello es necesario el diálogo permanente con el autor, que es en definitiva el que debe aprobar cualquier modificación. Esto supone que para hacer su labor, el editor tiene que dominar ampliamente el idioma, en sus distintas normas, su gramática en toda la vastedad del término, y la cultura que está reflejada en la obra. Es necesario tener imaginación, para poder llegar a las zonas connotativas, no explicitas de la obra, así como curiosidad y afinidad para alcanzar a hacer propuestas meliorativas.

¿Cuál fue el primer libro que editaste?

El libro en que me inicié como editor profesional (o sea, como una función oficial) fue, sin que me diera cuenta, una suerte de vaticinio, porque en el mismo se unían dos grandes afanes de mi vida: José Martí y la traducción. Se trató de una investigación de un bibliotecario de la Universidad de Holguín, Héctor Bonet, cuyo título era precisamente Martí, un teórico de la traducción. El autor fue muy receptivo a los cambios que le propuse así que me hizo el trabajo más amable. Lo arduo era corroborar puntualmente las citas de Martí, así como verificar que efectivamente conformaban una suerte de teoría. Esta labor me ayudó a leer al Apóstol en otra faceta de su escritura y a extraer significativas conclusiones para mi propia labor de traductor. Creo que para ser mi primera edición quedó muy decorosa.

¿Qué recuerdas de la presentación al público de ese primer título?

Toda presentación es un acontecimiento. Es como el nacimiento de un hijo, no importa que ya tengas varios descendientes, cada vez que nace otro pues estás en una inquietante mezcla de alegría y temor. Por el asunto de ese libro, la audiencia la conformaba un público especializado e interesado. De modo que transcurrió todo muy fludo. Así que me hizo sentir muy honrado notar aquel interés, a la vez que me hizo muy feliz ver al autor contento de tener su primer libro. Es algo emotivo y acrecentador.

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Manuel García Verdecia junto a la poeta Lina de Feria. Foto: Amauris Betancourt.
¿Cuál es tu ritual de edición, por dónde inicias?

Creo que hago lo normal que hace todo editor, leerlo. Por supuesto siempre hay ciertas indagaciones anteriores como quién es el autor, de dónde viene, cómo llegó aquí el libro, de qué va la cosa… Pero no hay mejor modo de editar que la lectura atenta y consciente. Suelo leer el libro un par de veces sin detenerme en detalles formales, solo para verificar que es eficaz en trasladar el asunto que quiere expresar. Luego hago una lectura más lenta, paso a paso y ahí empiezo a fijarme en aspectos de la escritura, aclarar zonas oscuras, eliminar repeticiones viciosas, sintetizar aspectos impropiamente extensos, eliminar (es lo más difícil en el trato con el autor, pues cada cual aprecia lo que ha hecho y lo considera efectivo) aquellas partes que redundan, confunden o no añaden nada a la eficacia del libro.

Por supuesto que, repito, hay que mantener una comunicación sistemática con el autor.  Cuando ya uno lo considera editado pues comienza la interacción con los otros técnicos que dan forma definitiva al libro, pues es el editor el que tiene la idea general y detallada de lo que se quiere expresar, por tanto no puede descuidar la composición, la corrección ni el diseño, pues cualquier desliz inapropiado en estas partes lacera la calidad integral de la obra.

¿Crees que el editor debe prestar más atención a cuestiones ortográficas y gramaticales que al contenido del libro?

En parte la respuesta anterior habla de esto. El editor es un consejero que ayuda al autor a que, la obra que pensó, sea eficaz, apropiada, interesante en el asunto que trata y que lo haga además en una forma que no entorpezca alcanzar esos fines y, a la vez, convierta al lector en un participante activo de la construcción del sentido último. Por eso el editor está obligado en profundizar en el contenido de la obra para proponer cualquier elipsis, extensión o aclaración para que aquel gane la suficiente claridad, hondura y actualidad. Esto tiene que ir unido al hallazgo del mejor modo de redacción literaria para que la forma propicie la mejor exposición del asunto.

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Las visiones del autor sobre asuntos como la puntuación, el tamaño de los párrafos y las oraciones suelen generar discrepancias, ¿cómo las resuelves?

Por supuesto, siempre uno se halla con hábitos, conceptos, apreciaciones personales enraizados que, cuando entorpecen el desarrollo formal de la obra, el editor debe ayudar a resolverlos, con razonamientos, conocimientos técnicos y la evidente voluntad de beneficiar al autor. No son malas las discrepancias, pues puede suceder que tanto el autor como el editor estén equivocados y tengan que hallar una nueva opción. Malo es que no haya disposición para la búsqueda del mejor modo y el consenso beneficioso.

¿Te has encontrado con autores que son editores (o lo fueron) o tienen una formación en ese sentido? ¿Cuánto beneficia tu trabajo?

Sí, he editado libros de algunos editores, como Lourdes González, Rubén Rodríguez (editor periodístico), Roberto Fernández Retamar… entre otros. Por supuesto que, en principio, es una ayuda pues tienen un conocimiento fundamental de las técnicas de estructura y conformación de un libro. Sin embargo, no siempre es una panacea, pues a veces hay ideas que no se basan en un fundamento técnico estricto sino en una práctica sistemática e, incluso, en una caprichosa intención del autor. Así que siempre hay que negociar, sin arrogancia ni prejuicio, con mente abierta.

¿El trabajo editorial difiere según la materia o género: narrativa, poesía, teatro, historia, ciencia, política…?

Hay textos que tienen una función estilística pragmática, o sea, lo importante es transmitir una información y hacerlo de la manera más claramente precisa y contundente. Obviamente hablo de las obras que no dependen tanto de la invención como de la compilación y estructuración de datos, a partir de los cuales se exponen conjeturas o generalizaciones teóricas. Aquí estarían las obras históricas, científicas, políticas, etc. Ya con los libros que se inscriben en el ámbito literario (novelas, cuentos, poesía), donde la imaginación, la fabulación, la connotación y el empleo de técnicas para incrementar la belleza y polisemia del lenguaje juegan un papel primordial pues hay que trabajar la edición con otra perspectiva y un conocimiento particular de las técnicas literarias.

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Espacio “Café literario” de la Uneac, en Holguín. Foto: Luis Ernesto Ruiz Martínez.
¿Qué libros prefieres editar?

Al ser escritor, pues me gusta más editar libros de corte literario. Me ayudan a ejercitar mis habilidades de escritor aunque de modo receptivo, que no pasivo.

¿Cuáles te resultan más difíciles?

Creo que lo más difícil de editar es la poesía y las traducciones. La primera por la sutileza de sentido que entrega y su nivel connotativo. Las segundas porque exigen un conocimiento no solo de la lengua materna sino de la extranjera, así como el dominio de muchos elementos culturales de esa lengua.

También escribes, ¿cuánto ha influido en tu obra el ser editor?

La edición es una lectura atenta e intencional en descubrir asuntos y maneras. Al uno adentrarse en la particularidades creativas de otros autores, pues uno puede ganar nuevas formas de pensar o hacer, bien sea por aceptación de lo que hace el otro o por rechazo (yo no lo haría así), lo cual siempre nos lleva a una superación.

¿Cómo se relaciona el editor con los demás especialistas que intervienen en el proceso de conformación de un libro?

Durante todo el proceso de elaboración del libro, el editor debe ser como el director de orquesta. Tiene lograr que todos los instrumentos estén afinados y que toquen su parte en armonía con los otros, para que nada desentone.

¿Qué le aconsejas a un editor que se inicia?

No creo que sea un editor con un amplio dominio como para dar consejos, pero me atrevería a dar dos. Primero, que lea mucho, constantemente, y que al hacerlo no solo se fije en el asunto del libro sino en el modo que cada línea, cada párrafo, cada capítulo está hecho. El segundo sería que busque obras editadas por especialistas ya consagrados y estudie cómo resuelve ese editor los distintos aspectos problemáticos que un libro presenta.

¿Existen oportunidades de superación profesional para los editores? ¿Alguna iniciativa al respecto?

Sí existen. En algunas universidades de estudia la ecdótica, que es la disciplina que se encarga de investigar y sistematizar las distintas técnicas y herramientas para editar un libro. No obstante creo que la mejor superación es editar una y otra vez, pues cada nuevo libro es un reto. Sería bueno que a alguien se le ocurriera hacer una antología de obras bien editadas, tal vez por géneros, de modo que sirva de guía a los editores y de estímulo a quienes hicieron un trabajo notable en tal sentido.

José Miguel Abreu Cardet
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