Ronel González, escritor, Holguín
Ronel González. Foto: Cortesía del entrevistado

Ronel González: “Entre los totíes de Cacocum y el mar de Gibara”

De campanillas blancas en el Caiguranal de la infancia feliz, las raíces campesinas y los anhelos de visitar parajes lejanos desde una ciudad del Oriente de la mayor de las Antillas, el multilaureado poeta, decimista y escritor Ronel Gonzalez, abre su corazón en latido genuino de cubano, al diálogo en exclusiva con este portal digital.

En 2023 recibiste la medalla Raúl Gómez García por más de 25 años como trabajador del Sindicato de la Cultura, obtuviste los premios nacionales de poesía América Bobia, del Concurso 26 de Julio de las FAR, en poesía y en décima —siendo el primer autor en obtener dos premios en la historia del certamen—, la Beca de Creación Cintio Vitier de la UNEAC por un proyecto de investigación literaria y además, menciones en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en el Premio Nacional Emilio Ballagas de Camagüey y en el Concurso Hermanos Loynaz de Pinar del Río.

¿Qué representan esos nuevos lauros en tu trayectoria profesional y creativa?

“He trabajado muchísimo desde que comencé a escribir a principios de 1980, así que llevo más de 40 años en el mundo literario, de modo que recibir estos reconocimientos forma parte de una gran motivación para continuar. Mentiría si dijera que no disfruto los premios. Los celebro junto a mi familia, mis amigos y compañeros de trabajo, pero te aseguro que no me envanecen, al contrario, me comprometen con la creación y con mis búsquedas creativas”.

¿Recreas en tu obra vivencias de tu pueblo natal?

“San Pedro de Cacocum es una referencia constante en mis conversaciones y en gran parte de mi obra. Prueba de ellos son los cuentos para niños de La enigmática historia de Doceleguas —Premio Nacional José María Heredia 2008 en literatura para niños, publicado en 2010 por las Ediciones Caserón de la UNEAC de Santiago de Cuba— y de Relatos de Ninguna Parte —Primera Mención en el Premio Nacional de Literatura para niños y jóvenes La Edad de Oro 2010, publicado en 2013 por Ediciones Holguín—, además mi pueblo está en mis poemas, en mis décimas y hasta en algún cuento todavía inédito.

“El ambiente de muchas historias y otros textos me lo ha dado Cacocum y seguramente seguirá apareciendo de alguna manera porque yo tengo una relación muy vital con mi pueblito”.

¿Cómo pudo influir en tu obra ese ambiente natural?

“De Cacocum conservo en la memoria un río minúsculo que no cambio ni por el Orinoco que vi en mi adultez, algunos potreros para jugar a la pelota y que ya no existen, árboles en los que me trepaba, calles sin asfaltar por las que iba a la escuela, un canal que ya no conduce nada, pero por el que entonces corría el agua y había peces, el puente que allá llaman el elevado, inmensos tanques de metal que se esfumaron con el paso del tiempo, el paso inmemorial de los trenes que aparecen y desaparecen, los centrales azucareros, los años que mi padre trabajó en los cañaverales, la carretera central, dos o tres escuelas donde estudié todo eso y más, hasta el cementerio municipal está en mi obra. ¿Cómo no iban a estar tantos sitios y seres envueltos siempre en un halo de amor/odio?

“Allá viví hasta 1992, aunque hacía algún tiempo había venido para Holguín a estudiar en la Vocacional José Martí y luego me había ido a estudiar a la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba. Nadie se imagina el grado de emoción que experimento cuando vuelvo a Cacocum y cuantas cosas le debo como eterno aprendiz de escritor”.

¿Qué recuerdos te trae tu infancia?

“Muchos. Mis primeros cinco años los viví en Caguairanal, un barrio que está aproximadamente a ocho kilómetros del pueblo. De allá tengo el imborrable olor de las flores del Júpiter —Júpito le llamaban—, las campanillas blancas llenas de rocío, frecuentadas por las abejas, un pozo hondísimo donde nadaban biajacas y jicoteas, palmas, ceibas, algarrobos, árboles de güiras, guácimas, yucas.

“Tojosas y palomas torcazas, gatos blancos y negros con los que jugaba, el majá que mató mi padre porque venía a mi casa a comerse los pollos, las lechuzas que gritaban en la noche y abuela decía que eran aves de mal agüero, los insectos que revoloteaban en el extenso guaninal, puercos por todas partes, mis primeros encuentros con la escuela rural, el miedo a un loco que se escondía cerca, dormirme mientras ponían en la radio el programa Nocturno y una visión del monte que no se me borra.

“Ya en esos años (1971-1976) había escuchado cantar décimas y sabía lo que era la tristeza. Luego fue la mudanza para Cacocum. Comenzar los estudios de primaria, los secundarios luego. Mi maestra Magaly González. La biblioteca municipal. Los primeros versos que escribí. El taller literario. Yo no tuve una ciudad con caballos de madera ni un hada que me dijera qué hacer con la soledad… Creo que escribo porque no se me olvida mi infancia”.

Si no hubieras nacido en ese ambiente, ¿serías defensor de esos temas?

“Quizás no. Esa parte de mi vida fue fundamental en mi formación”.

¿Hasta qué punto la figura materna ha determinado tu interés literario?

“Mi madre siempre me apoyó. Me inculcó el interés por la lectura y la poesía. Ella tenía libros que yo leía y leo. Por ella conocí el taller literario de la Casa de la Cultura donde ella trabajaba”.

Eres reconocido como poeta, decimista, investigador literario. Sin embargo, en el género de novela no se conoce ninguna obra. ¿Tienes algún proyecto?

“Escribí una novela breve que el pasado año recibió mención en el Premio Emilio Ballagas. Tengo tres más en proceso de escritura y una noveleta para niños”.

Tu poema «Albatros de Baudelaire», recibió en el 2023 el Premio Nacional América Bobia de la Editorial Vigía de Matanzas. En versos de ese poema dices que “La isla quedará sumergida para siempre en mi carne…”

“Ese es un poema acerca del tema de la emigración, tópico que diariamente nos sobresalta. En esos versos el hablante incorpora la personalidad del individuo que decide abandonarlo todo, por consiguiente, es un poema escrito con mucho dolor. La emigración es un inevitable fenómeno mundial. Es, además, un derecho de los seres humanos y nos toca de cerca. Utilizo el símbolo baudelariano del albatros para subrayar la universalidad de la idea”.

Has recibido relevantes premios nacionales y algunos internacionales. ¿Eres el mismo poeta con premios o sin ellos?

“Los premios alegran, se celebran, ayudan, impulsan, motivan. Si llegan, bien, pero lo más importante no es enviar ni recibirlos, sino hacer la obra, ser muy exigente con uno mismo. No soy el mismo poeta sin los premios porque esos resultados han visualizado un poco lo que escribo, pero puedo ingeniármelas sin ellos, porque ningún premio me hace sentir diferente ni creerme lo que no soy. Ojalá yo pudiera publicar un libro que fuera leído por muchas personas. Eso sí me haría feliz”.

¿Cuáles son las horas que prefiere Ronel para escribir?

“La madrugada y las primeras horas del día. Sobre todo, antes de que comiencen los gallos cantar”.

¿Qué lecturas y autores lees cuando no escribes?

“Hoy escojo lo que voy a leer. Generalmente lo que puede aportarme como poeta o como investigador. Los autores que investigo y el cuerpo de opiniones acerca de esos autores”.

De las décimas actuales que se escriben en Cuba. ¿Consideras que deben modernizarse en formas y contenido?

“Los poetas tienen que seguir intentando construir un discurso que aporte a la historia de la décima cubana. Un discurso a tono con esta época y con las personalidades poéticas de los autores. Hay que mirar hacia atrás sólo para no repetir las ganancias alcanzadas. Es necesario dar otro vuelco a la escritura de la décima como el que dimos los poetas que publicamos nuestros libros de 1990 para acá. Eso lleva tiempo, preparación, lecturas, talento, pero hay que hacerlo”.

En tu opinión ¿escribir para el público infantil es más difícil o de menor rigor?

“Es también muy difícil, necesario, divertido, estimulante y ojalá pudiera hacer algún aporte, mínimo, a la historia del género en Cuba”.

¿Es de tu agrado relacionarte con este grupo de lectores?

“Siempre. De esa relación han surgido ideas para la escritura y hasta maneras para asumir el reto. Acercarme a los niños y compartir con ellas retroalimenta la escritura”.

¿Qué experimentas cuando leen tus obras?

“Es el mayor premio que puedo recibir. Sé de niños que tienen libros que he escrito y eso me emociona. En algunas escuelas me han sorprendido niños que se saben poemas míos de memoria. Eso me hace sentir útil y me devuelve la imagen del niño que fui”.

En tu obra como investigador literario has escrito acerca del Premio Nacional de Literatura 2022 Delfín Prats. ¿Qué hallazgos para la literatura universal y cubana encuentras en el poeta de Lenguaje de mudos?

“A Delfín los cubanos le debemos un breve, pero hermoso conjunto de poemas. Ha sido y es un poeta en lucha tenaz con el vacío. Su obra, aunque como dice uno de sus versos, ha visto abrirse las constelaciones, sin integrarse ni restringirse a ninguna vertiente expresiva, se ubica en el espacio significacional entre los cotos del conversacionalismo que ocluyó el sesgo vanguardista arrostrado por décadas anteriores y el resto de las fluencias poemáticas que sobrevinieron en la literatura cubana hasta bien avanzada la década de 1990 del siglo XX. Con muy pocas herramientas Delfín logra emocionarnos y hacernos sentir el gusto de lo universal. Eso me interesa de lo que escribió”.

¿Cuál es el sueño mayor que tiene para los próximos años el autor de Consumación de la utopía?

“Mi mayor utopía, y necesidad, es seguir creando. Quisiera tener salud y tiempo para poder concretar nuevos proyectos y otros que van en camino. Leer algunos libros, escribir algún cuento, cuatro o cinco poemas que necesito y ya comienzo a visualizar”.

¿Necesitas de Cuba, de Holguín, para crear tu obra?

“Estuve en Venezuela, amé y amo ese país y allá escribí un libro dedicado a los niños. Fue poco tiempo y quizás por eso me sentía descentrado porque yo pertenezco a estos paisajes, a estos montes, al mar que quisiera ver con mayor frecuencia para quedarme en silencio mientras se rompen las olas contra las piedras.

“Por razones culturales me gustaría poder ver el Mediterráneo, ir a Nueva York y a Tampa donde Martí estuvo, amó y creó en esos sitios, regresar a los llanos de Venezuela que tanto me recuerdan mis días primigenios, pero sin Cuba yo no existo. No puedo ser sin la décima, sin la grandeza de los Versos sencillos, La vuelta al bosque, la Noche insular, jardines invisibles, En la Calzada de Jesús del Monte, La isla en peso. Aquí quisiera apagarme, disolverme entre Cacocum y Gibara. Entre los totíes que se alborotan cuando ven o escuchan pasar un tren y los paseantes emocionados cuando observan el Atlántico desde los indómitos muros de la Batería Fernando VII. ¿Existe algo más universal que esa visión de criaturas y sitios entrañables? Para mí, no”.

Ronel González, de una altura mayor en la décima cubana y la literatura para niñas y niños, de prolífera pluma posee los dones de la sinceridad y la agudeza en el diálogo.

Autor de 53 obras, laureado con la Distinción por la Cultura Cubana, el Escudo de la Provincia de Holguín, el Aldabón de La Periquera, símbolo de la ciudad de Holguín, y otros premios nacionales e internacionales. Ha sido reconocido como Hijo Ilustre de Cacocum.

Mavel Ponce de León
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