En la vida cotidiana hay tantas cosas que hacer, y tanto a lo que atender, que el poco tiempo que resta de las obligaciones del día a día se trata de dedicar al descanso. Pero ese lapso, que bien sirve para reparar las fuerzas perdidas, no trae necesariamente momentos de ocio ni procura una tregua para dedicarse un tiempo a uno mismo.
La dinámica diaria y algunas creencias erróneas nos llevan muchas veces a ceder las horas libres de las que disponemos para satisfacer a los otros y cumplir con ciertas pautas sociales, aplazando deseos y necesidades propias. Esta actitud, a veces mal calificada de altruista, no respeta, o desconoce, los límites en que uno se mueve con satisfacción. Ello ocasiona una negación personal, por lo general acompañada de frustración y enfado.
El hábito de postergarnos, de no tenernos en cuenta, nos lleva a un ámbito donde no hay cabida para nuestras aspiraciones, pues les hemos quitado importancia y dejamos de procurárnoslas. Habrá momentos en que reclamemos atención más como una exigencia que como una petición, pues percibimos a los demás como deudores aunque hayamos sido nosotros mismos quienes nos hemos mutilado y nos olvidamos guardar un tiempo para hacer actividades que nos satisfagan o para estar con aquellas personas con quienes nos place estar.
Más aún, existe una parcela olvidada y dejada de lado: la de estar centrado uno consigo mismo durante un tiempo en el día, aunque sea reducido.
Quince escasos minutos son suficientes para recuperar esa parcela. Poner una cifra y que sea tan reducida puede parecer intrascendente, pero al igual que programamos el resto de nuestras actividades ¿por qué no programar ésta? El tiempo concreto que acordemos y el hecho de hacerlo implica tenernos en cuenta, darnos un lugar en las prioridades de nuestras acciones, pensar que somos importantes, cuidarnos al igual que cuidamos de los demás, y hasta si se quiere, “mimar” nuestra existencia. Todo ello contribuye también a la buena salud mental y al autoconocimiento, que es la habilidad de conectarse con nuestros sentimientos, pensamientos y acciones.
Si un familiar o un buen amigo nos solicitase quince minutos de seguro que no dudaríamos en concedérselos. ¿Por qué no tener la misma atención y cuidado para con nosotros mismos? ¿Por qué nos cuesta tanto vernos y sentirnos como lo que somos, una persona importante? ¿Será que no nos valoramos ni queremos?
Muchos se forjan un ideal sobre quién quieren ser, y como ocurre con algunos ideales o paradigmas, no logran que se convierta en realidad. Esto en sí no es negativo, pues esa diferencia entre lo ideal y la realidad se percibe en diversas áreas de la existencia humana. El problema surge cuando la contradicción desencadena reacciones enfermizas y los conduce al enfado, el enojo y la ira, por no ser capaces de alcanzar aquello que persiguen y que piensan los haría felices.
El no vernos reflejados como creemos que nos gustaría ser nos lleva a la frustración y a perder la confianza sí mismos. Si no nos gustamos, difícilmente querremos estar a solas con nosotros, ni dedicarnos tiempo, aunque sea sólo quince minutos. Pero esto no puede servirnos de excusa para no intentarlo.
Tal vez te preguntes: ¿cómo disfrutar de nuestro tiempo a solas? Pues lo primero a tener en cuenta es que ese espacio no es para agobiarnos con todo lo que deberíamos haber hecho o nos falta por hacer, ni para recordar nuestros malestares, tanto físicos como emocionales. Tampoco es para dar vueltas a cualquier hecho que nos tiene preocupados, ni para buscar soluciones a problemas que tenemos pendientes, ni para pensar y hacer trabajar la mente con nuestras inquietudes o pensamientos negativos recurrentes.
Nuestro tiempo a solas debe ser para aislarnos de nuestros problemas, darnos un respiro de las preocupaciones y una tregua de las obligaciones, darnos un tiempo en el que constatamos la importancia que nos otorgamos, conectar con nuestra propia soledad, estar físicamente solos con nuestro cuerpo y nuestra mente, sentirnos y conocernos más y mejor, abandonarnos, flotar. En ocasiones, se agolparán los pensamientos y en otras nos vendrán de uno a uno, pero lo mejor sería quedarnos con “la mente en blanco”. A los pensamientos hay que dejarlos pasar, sin detenernos en cada uno de ellos. Al principio puede que ese tiempo incomode e inquiete, igual que la primera vez que compartimos un espacio y un tiempo con alguien a quien no conocemos. Pero estoy seguro de que poco a poco nos habituaremos a escucharnos para dejar de ser extraños de nosotros mismos. Encontraremos el gusto y el placer de disfrutar de nuestra propia compañía y la valoraremos más.
Este día vale oro. Abre tus ojos y observa su riqueza. Acéptalo tal como es, y el amor con el que te brindes a la vida lo hará mejor aún. Salga como salga, considera un privilegio el hecho de que tengas la oportunidad de vivirlo. Busca lo positivo en cada situación, y seguramente lo encontrarás.
No prestes atención a las falsas limitaciones que tu entorno pueda querer ponerle a tu alegría. No hace falta tener ni dominar para ser feliz. Simplemente ábrete a la abundancia que ya está a tu alrededor y así te conectarás firmemente a todo lo que jamás podrías llegar a desear. Este día vale oro. Cuanto más intensamente vivas su tesoro más tendrás de él.
Recuerdo ahora un texto de Walt Whitman que me parece un buen cierre para este encuentro:
“No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte
en protagonistas de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra
continúa: tú puedes aportar una estrofa.
No dejes de soñar, porque en sueños
es libre el hombre.”
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