Casa de las Américas
Casa de las Américas. Foto: Tomada de TeleSur

Un libro con la historia de un premio

“Esta es la historia de un premio literario. Pero es también —si se nos perdona la inmodestia— la historia de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las últimas seis décadas. Durante sus sesenta años de existencia, el Premio, el más antiguo de su tipo en el Continente, ha sido reflejo de la historia y la cultura de la América Latina y el Caribe”.

El párrafo anterior abre las “Palabras preliminares” del libro Premio Casa de las Américas. Memoria 1960-2020, de Inés Casañas y Jorge Fornet, publicado por el Fondo Editorial de esa prestigiosa institución. Se trata de un repaso por “los múltiples rostros del Premio” —frase puntual con que Jorge Fornet cierra la introducción—, para seguir año tras año el acontecer del evento.

Nacido para convocar a Poesía, Cuento, Novela, Teatro y Ensayo, el certamen incluye desde los años setenta, otras categorías: las literaturas testimonial, para niños y jóvenes, caribeña en inglés, francés y creol, brasileña e indígenas —mapuche, aymara y maya—. También lauros extraordinarios como son estudios sobre la mujer, culturas originaria, y presencia negra en la América y el Caribe.

Otra parcela a partir del año 2000 es la de tres premios que llevan nombres de grandes figuras de la creación literaria,  vinculadas a la historia de la Casa: José Lezama Lima (Poesía), José María Arguedas (Novela) y Ezequiel Martínez Estrada (Ensayo), dedicada a distinguir obras latinoamericanas publicadas por otras editoriales, con reveladoras excelencias.

Para quien ha seguido los derroteros del Premio, así como para estudiosos e investigadores de las literaturas y épocas allí advertidas, este trabajo de investigación que ahora se publica —pesquisa en actas y documentos, archivos de periódicos y revistas, cartas, solapas de libros, amén del aporte de participantes en tal devenir— resulta un convite.

Si de obras distinguidas se trata y de jurados que validan su realce, un ejemplo notorio está en la edición inaugural de 1960, con la novela Bertillón 166, de José Soler Puig, premiada unánimemente por Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Enrique Labrador Ruiz y Miguel Otero Silva, cuarteto de lujo en el orbe literario latinoamericano de entonces y de siempre.

Pero no solo aquella novela premiada es perdurable. Vale recordar, entre otras, La situación, de Lisandro Otero (1963); Los niños se despiden, de Pablo Armando Fernández (1968); Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti (1975); Maluco. La novela de los descubridores, de Napoleón Baccino Ponce de León (1989); y La hermana, de Paola Kaufmann (2003).

En Cuento, son llamativos autores que se iniciaban con sus libros laureados; un cuarteto de lujo a la hora del género —el tercero de ellos sin el Premio pero con Mención—: Los años duros, de Jesús Díaz (1966); Tute de Reyes, de Antonio Benítez Rojo (1967); Huerto cerrado, de Alfredo Bryce Echenique (1968); y Los días de nuestra sangre, de Fernando Butazzoni (1979).

Poesía es una categoría con no pocos libros sobresalientes y sin dudas hay tres que se inscriben en el Olimpo: Poesía de paso, de Enrique Lihn (1966); Canto ceremonial contra un oso hormiguero, de Antonio Cisneros (1968); y Taberna y otros lugares, de Roque Dalton (1969). Un trío cuya gravitación entre los poetas de América Latina llega hasta hoy.

Por su parte, en Teatro, y para decirlo en clave de la escena cubana, también refrendan la gran altura del certamen obras como La noche de los asesinos, de José Triana (1965); Dos viejos pánicos, de Virgilio Piñera (1968); La Simona, de Eugenio Hernández Espinosa (1977); y Bayamesa. Réquiem por María Luisa Milanés, de Abel González Melo (2020).

Y si en Testimonio son ejemplos Días y noches de amor y de guerra, de Eduardo Galeano (1978); y Me llamo Rigoberta Menchú, de Elizabeth Burgos (1983); a la hora del Ensayo son notorios, entre otros, La poesía ignorada y olvidada, de Jorge Zalamea (1965); Discurso narrativo de la conquista de América, de Beatriz Pastor (1983); y Canibalia, de Carlos Jáuregui (2005).

Muy bien apunta Jorge Fornet en su prólogo: “No es difícil encontrar menciones que resultaron ser mejores que los premios, recomendaciones mejores que las menciones, simples concursantes que regresaron a casa con las manos vacías cuando tenían méritos suficientes para llevarse un galardón. No tiene sentido lamentarlo. Son los gajes de este oficio”.

Vale resaltar tres menciones cuya huella supera a los premios entonces conferidos —las tres asentadas en la historia literaria latinoamericana—: Así en la paz como en la guerra, de Guillermo Cabrera Infante (Cuento, 1960); Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano (Ensayo, 1971); y Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León (Cuento, 1970).

El volumen tendrá seguramente, en próximas ediciones, nuevos capítulos —por ejemplo: el diseño gráfico de los libros, de manera especial las célebres cubiertas del maestro Umberto Peña, entre 1965 y 1983—. Ahora son 472 páginas que invitan a un viaje, también con fotografías memorables, a la sombra de la Casa de las Américas: un libro con la historia de un Premio.

Eugenio Marrón Casanova
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