César Hidalgo Torres es capaz de penetrar en lo más íntimo de su casa en los momentos menos apropiados y‚ sin embargo‚ puede negarse a abandonarla. Es una persona muy peligrosa‚ no puede ser de otra forma quien pretenda ser escuchado y quiera crear un hábito cual droga mortífera. Vale la pena el riesgo a este hábito que nos convierte en asiduo seguidor de sus programas de divulgación de la historia en la radio y la televisión. Pocos como este periodista historiador nos fascinan con sus relatos en los medios de comunicación. Su narración abarca desde descarnados combates hasta apasionadas y sensibles historias de amor. En fin‚ lo que sigue es el testimonio de este César de la radio, la televisión y la historia. Que sea él quien cuente sobre su vida y oficio:
«Nací en un punto pequeño de la inmensa ruralidad del municipio de Báguanos llamado Santa Teresa. No había cine, ni parques, ni lugar donde socializar. Solamente una charca tan insignificante que‚ en cuanto empecé la etapa de la adolescencia, se evaporó. Seguro que en el futuro los arqueólogos encontrarán los esqueletos fósiles de las biajacas. Lo único bueno del lugar donde nací era la carretera que pasaba a kilómetro y medio de distancia, un abuelo campesino y mitómano y un viejo radio de pilas.
«En las noches‚ las luces del candil más que luz daban sombras descomunales que crecían en las paredes, dando miedo, pero era por culpa de la imaginación de la gente. La gente de la que hablo eran mi abuelo y otros de su misma “calaña”, robustos como él. Las manos las tenían de ese color inexplicable que les daba la tierra y el sol cuando ellos, cabeciduros, insistían en que florecerían sus sembrados entre aquellos pedregales a los que llamaban “haciendas”.
«Aquella gente armaba la mejor tertulia de todas las que he conocido. Al oírlos suponía que tenían la boca llena, aunque no estaban comiendo, sino que eran gordas sus lenguas. Deberían grabar a esos viejos campesinos cuando les da por contar la historia que conocieron de oírla a sus mayores y luego transcribirlas en libros. Recuerdo que cuando hablaban, hacían que lo sucedido ocurriera otra vez. Ellos fueron quienes me acostumbraron a repetir lo que oigo (y leo).
«Ellos y el viejo radio de pilas. Ese aparato se convirtió en el más importante de la casa y tanto que cuando las pilas no vinieron más, se usaban los acumuladores o baterías de los tractores. El mundo de los episodios de la radio se parecía a los cuentos de mi abuelo. Y sencillamente me aficioné. Fue la radio quien mejor mantuvo viva la conversación cuando los queridos viejos murieron. Y eso es lo mismo que decir que la radio formó y forjó la cultura de la comunidad.
«Con la timidez propia de un muchacho campesino entré a Radio Angulo por primera vez, casi por casualidad. Primero fue Miguel Gutiérrez Guethon y después los otros maestros: Rafael Peña Santana, Osvaldo Aguilera, Enma García. Ellos no habían hecho estudios superiores, pero tenían sangre de contadores, de palabreros, de palabrosos. Y también Ana Irma Sanz, tímida y guajira —y perdóneme usted la redundancia—, ella me enseñó que se puede jugar a ser Dios, usando los ruidos propios de la vida, la música y las palabras. Y comenzar con la consabida frase de “había una vez y otra y otra…”
«Mi vocación eran las aventuras, o sea, inventar aventuras, la ficción. Lo que quería era crear un personaje justiciero y casi sobrenatural, que enfrentara a los malos y los venciera. Y que la fuerza para lograr su objetivo fuera el amor de una muchacha tan linda‚ como era de linda mi maestra de la primaria. Pero el futuro me tenía otra misión en la que yo no había reparado.
«En 1994‚ la Radio Cubana inició una serie de programas para conmemorar el centenario de la guerra organizada por José Martí y me “asignaron” la tarea. De historia real yo solamente sabía organizar cronológicamente los hechos más significativos y recordaba, eso sí, a mis maestros repitiendo insistentemente el carácter del enfrentamiento y la frase contundente de Martí que dice que la guerra era “con todos y para el bien de todos”. Entonces leí historia más de lo que había leído en toda mi vida. Esos eran libros muy serios y de muchos capítulos en los que se explicaban las causas que desataron el conflicto bélico y sus conclusiones.
«Pero a los libros que leí les faltaba la gente de carne y hueso. Yo necesitaba saber el por ciento de miedo que se sentía antes del combate, la nostalgia de los amantes separados por la guerra, el desespero por vencer al enemigo poderoso. Ese del que hablo era el material que necesitaba para contar de los héroes como mismo se contaba de los otros héroes, los de ficción que aparecían contundentemente heroicos en los episodios de la vieja radio de mi infancia. Yo no quería enseñar historia, eso es tarea de los maestros. Lo que quería era que los oyentes suspiraran con emoción por las acciones epopéyicas de mis antepasados. No era evaluar su vida, sino verlos mientras vivían. Verbo y no sustantivo… Por eso mi afición a los libros de memorias, las cartas, las anécdotas, las biografías.
«Cuando conocí a los historiadores y me hice su sombra, mirándolos cuando investigaban, admirándolos cuando llegaban a conclusiones, dudé mucho de mis posibilidades en esa ciencia. Yo no me interesaba mucho en enunciar conceptos sobre una época, sino en el proceso de vivir de los personajes. O sea, mi acercamiento al pasado no era racional sino emotivo. Lo que me interesaba era crear imágenes del momento histórico.
«Dudé mucho. Y me negué rotundamente a que me llamaran historiador. No lo soy. Y no lo soy por falta de talento y de conocimientos. Yo no estudio los métodos de investigación de la historia, sino el lenguaje de los medios de comunicación masiva. Mi servicio al conocimiento de los humanos del pasado‚ es contar sus vidas a través de medios que llegan masivamente a humanos del presente. Mi relación con el pasado es de admiración y mi compromiso real es con la gente de hoy mismo.
«No se trata de aparecer como el pavo real. No es decirle a los demás: miren como sé lo que ustedes no saben. Es ayudar a los del presente a descubrir cómo actuaron los del pasado en contradicciones semejantes. Es construir un cuadro de un segundo de la vida y que la imagen sea lo más completa y humana posible para que la gente “saque sus propias conclusiones”. Esa labor se parece a la del historiador, pero a mí me gusta pensar que se parece más al del genetista y decirle a la gente, como sin querer: “vean u oigan el minuto cero en que comenzó la forma de ser y de actuar que tenemos ahora”.
«De mí han dicho algunos historiadores que soy un intruso, que hablo de lo que no estudié. Y a lo mejor es verdad. La Historia es una ciencia respetable y compleja a la que hay que dedicarle la vida entera y todavía más, si fuera posible. Por eso es que me niego a que me llamen historiador. Lo que soy es comunicador a través de los medios masivos, “conversador”, que es una facultad igual de respetable y compleja. Un comunicador que conversa sobre hechos y personajes del pasado para ayudar a entender el presente. Por tanto‚ el historiador que venga a los medios masivos tiene que saber de historia y de métodos para investigar lo que se va a decir y con métodos para investigar cómo se va a decir.
«Lamentablemente‚ no todos los historiadores saben contar lo que investigaron y eso queda probado cuando los libros quedan en los estantes de las librerías por años, sin nadie que los compre. Esos libros que nadie compra generalmente padecen de una de estas dos enfermedades. Están escritos con un descuido tan monumental que irrespetan las más elementales normas de la gramática y, por tanto, da mucho trabajo entender lo que dice. O por lo contrario, el historiador desea tanto que le consideren un científico que solo consigue un texto tan abstracto que da mucho trabajo entender. En esos casos siempre recuerdo a una maestra de redacción que tuve, que decía donde la oyeran: “solamente quien sabe mucho de algo es quien puede explicar con meridiana claridad”. Y decía mi buena maestra: “solo escribe bien quien piensa claro”.
«Para hablar en medio masivo (y el libro es uno de esos medios) y ser aceptado, hay que hacerse entender por todos. Por eso no creo conveniente publicar en forma de libro lo que se escribió para ser leído por los académicos. Cada medio tiene un lenguaje, que es igual a decir que cada medio tiene un idioma específico.
«Mi trabajo ha sido, esencialmente, traducir al lenguaje de la radio y la televisión las obras científicas de los historiadores. Y les aseguro que esa no es obra fácil, aunque hay quienes creen que lo es. Hace poco la Unión Nacional de Historiadores, en coordinación con el ICRT, convocó a un curso de una semana de duración para que los historiadores que quisieran se formaran como guionistas de radio y televisión. Si fuera así de fácil, los guionistas de radio y televisión pudiéramos aspirar a hacernos historiadores en otro curso que también dure una semana.
«Los medios masivos (radio y televisión, pero también prensa impresa y libros, y las polémicas redes sociales y su mundo infinito de posibilidades) son a la sociedad, lo que los sentidos al cuerpo humano; a través de ellos la gente ve, oye, huele, saborea, palpa y por esos medios se expresa y actúa. Esos medios son tan definidores para la geografía en que nacen y viven, que bien pudiera preguntarles a las comunidades cómo son sus medios para luego decirles quién o quiénes son ellos mismos. Por tanto‚ no debe ser tan festinada la forma en que los usamos.
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«Mi obra particular, que es modesta y pequeña, la he enfrentado con ojos de periodista y, cuando me ha sido posible, con los métodos del historiador. Pero esa ha sido, solamente, la intención. Lo inmensamente grande es el deseo de trazar la historia excepcional de la comarca, que es la historia de los habitantes, mis vecinos y primos, siempre interesante, amena‚ llena de gracia y dramatismo».
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