Ser escolta tal vez sea de las profesiones más ingratas que puedan existir y si la persona a proteger es un objetivo del imperialismo, se convierte en una labor casi suicida. El amor a la patria y a las ideas que enarbola un líder político son los principales acicates para estimular a un hombre a permanecer fiel en condiciones tan adversas y hasta las últimas consecuencias. Ese es el caso del chileno Isidro García y de otros héroes anónimos.
Nuestras vidas se cruzaron por caprichos del azar. Después de las primeras palabras percibí que Isidro tenía muchas cosas que decir y que había develado solo la punta del iceberg.
Testigo presencial de uno de los acontecimientos más estremecedores del continente como el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y hombre cercano al presidente Salvador Allende, esta es la historia de su vida y la quiere compartir con el pueblo cubano.
¿Quién es Isidro García?
Yo fui uno de los tantos niños chilenos que nació en la pobreza a mediados del siglo pasado. Crecí prácticamente solo, pues perdí a temprana edad a mis padres. Cuando tenía seis años falleció mi mamá y al año siguiente mi papá.
Desde entonces me tuve que abrir camino en la vida solo, en lo que era una verdadera selva. Por iniciativa propia fui al colegio, la mayoría de las veces descalzo, aunque era ayudado por mis hermanos un poco mayores que yo.
Desarrollé temprano una conciencia política, pues viví de cerca y en propia piel la pobreza, el trabajo que pasaban las mujeres para criar y alimentar a sus hijos y como la sociedad las había relegado a que prácticamente esa fuera su única tarea. También vi a muchos hombres en trabajos precarios en los que apenas les alcanzaba el dinero para llevar pan al hogar.
¿Cuándo inició su militancia política?
Ingresé en el Partido Socialista de Chile en 1967 en la comuna de Recoleta, que era entonces donde vivía, en Santiago de Chile. Lo hice por propia voluntad, fue mi decisión, nadie me lo pidió. Ya tenía una conciencia política clara de lo que era la sociedad chilena.
Había observado cómo funcionaban los partidos políticos de la época, la disciplina y conducta de sus integrantes y consideré que el Partido Socialista era el que más se ajustaba a mi forma de entender el mundo y de erradicar las injusticias que veía y había padecido. Pero en honor a la verdad, la principal razón fue por la presencia de ese gran hombre que ya era Salvador Allende.
En el momento en que yo ingreso al partido él era presidente del Senado y se había presentado infructuosamente en tres ocasiones a las elecciones presidenciales. Pero era sin discusión alguna la principal figura del socialismo chileno.
Seguí mucho su vida política antes de que llegara a la presidencia. Nos vimos en varias ocasiones y prestaba mucha atención a sus discursos, a sus promesas, a su comportamiento como hombre político y sobre todo como ser humano. Me percaté que su actuar era consecuente con su palabra y consideré que como líder iba a cumplir con el pueblo. Y ya ven, mis apreciaciones no me engañaron.
¿Cómo llegó a ser escolta del presidente Salvador Allende?
Allende llega a la presidencia en noviembre de 1970 y durante la campaña presidencial se produjeron una serie de irregularidades en su dispositivo de seguridad que pusieron en riesgo su vida. Debido a ello se decide reestructurar este aparato y nombrar a un grupo de compañeros del partido que fueran decididos y disciplinados para garantizar su protección. Fueron llamados militantes de todo el país, del campo, la ciudad, de las industrias, de la universidad, en fin, de todos los ámbitos de la sociedad. Este es el famoso Grupo de Amigos Personales (GAP).
Yo era un militante muy dedicado a las labores partidistas y estaba siempre en las tareas de campaña, actividades a las que considero se debe consagrar un militante revolucionario y consecuente; a las que se debe entregar si está realmente comprometido con cambiar las injusticias y la falta de equidad de la sociedad. Fue de esta manera en la que paso a formar parte de la escolta del presidente Salvador Allende.
Lo sentí como una oportunidad inmensa ¿Qué podía hacer un militante socialista que estaba completamente de acuerdo con el proceso político que se iniciaba en mi país? Simplemente acepté la propuesta.
¿Tuvieron alguna preparación previa?
¡Sí, claro! El hecho de aceptar la propuesta no significó ser escolta inmediatamente.
A los seleccionados nos agruparon de 20 a 25 hombres y nos llevaban todos los meses para una escuela, allí nos dieron una preparación bastante básica. De ellos quedaron como dos o tres por grupos y el resto volvió a su lugar de origen. En el caso de los aprobados fuimos destinados al grupo en el que mejor podíamos servir.
A mí me tocó junto con mi hermano Hugo García en el segundo grupo, que era el de la escolta, porque también estaba el de la guarnición, que cuidaban las instalaciones donde llegaba el presidente y un tercer grupo que era el de avanzada, este partía antes que el presidente y su labor consistía en revisar el lugar, velar que todo estuviera en orden y proteger los puntos que pudieran representar algún peligro.
¿Cómo era el día a día junto al presidente Allende?
Alrededor del presidente solo se acercaban los compañeros de su escolta, tanto es así que no importaba la hora a la que llegáramos a la casa presidencial de Tomás Moro, nos sorteábamos quién era el primero en hacer la guardia en la puerta de su dormitorio. Cada vez que un compañero terminaba su turno llamaba a través del citófono al que le sucedía y así estábamos las 24 horas a su alrededor.
El día a día consistía en prácticamente vivir en Tomás Moro. Teníamos una rutina todas las mañanas, que en dependencia de la agenda del presidente la adelantábamos o no y consistía en la práctica de una hora de deporte. Después de terminado nos lanzábamos a la piscina, a veces en invierno estaba cubierta por una capa de hielo.
En muchas ocasiones llegábamos bien tarde en la noche y el presidente se daba cuenta que continuábamos practicando deporte. Recuerdo con mucho cariño que entonces se levantaba y nos decía que cómo se nos ocurría estar practicando deportes y no descansar, pero lo hacíamos para mantener un buen estado físico, para poder cumplir, ya que muchas veces teníamos que trotar al lado de su auto.
Después del ejercicio matutino y del desayuno ya estábamos listos para partir, nunca haciéndolo esperar. Dependiendo del lugar a donde nos dirigiéramos era el tipo de escolta que se disponía. Por ejemplo, para La Moneda iban camionetas o autos adelantados, fácilmente mimetizados entre los civiles. Una vez que el presidente entraba a su despacho, nosotros nos ubicábamos en la oficina de seguridad, justo al lado de la suya.
El regreso a Tomás Moro era bastante expedito. Salíamos de La Moneda con la ruta ya trazada, conocida por los choferes y por la policía de escolta. Al llegar a la residencia presidencial, de cierta manera nos relajábamos un poco, porque descansábamos, por decirlo de algún modo en los compañeros de la guarnición. Entonces se quedaban dos o tres compañeros siempre cerca de él.
¿Cómo era en el trato de Allende con los hombres de su escolta?
Era quizá demasiado cercano, por supuesto, en los tiempos en que su responsabilidad se lo permitía. Por ejemplo, cuando íbamos a la casa de descanso El Cañaveral los fines de semana, a menudo se sentaba a conversar con nosotros o nos invitaba a ver una película. También había una mesa de billar y en ocasiones jugábamos con él.
Su comportamiento hacia nosotros era incluso un poco paternalista, creo que nos respetaba mucho, y nosotros a él.
No solo era afectivo con nosotros, esa era su forma de ser. Tengo fresca en mi memoria las múltiples ocasiones en que hacía detener los autos en pleno camino hacia La Moneda o su casa, se bajaba y pedía caminar solo entre la gente. Era increíble cómo se le acercaban a saludarlo e intercambiaba directamente con el pueblo sobre los problemas del país. También los hubo que le gritaron cosas desagradables, entonces él se paraba, llamaba a la persona en cuestión y se ponía a conversar, lo escuchaba y le daba explicaciones sobre sus inquietudes. Esas personas generalmente terminaban despidiéndose del presidente con mucho respeto.
Esos eran los momentos más difíciles para nosotros o cuando llegaba a un evento y se ponía a saludar, porque esa era su naturaleza. Muchas veces algún compañero de la escolta debía simular que era parte del público para poder protegerlo.
¿En los tres años de presidencia de Salvador Allende sufrió algún intento de atentado?
Nunca sufrimos un atentado. Quizá lo más grave era que a veces algún vehículo trataba de penetrar entre los carros de la escolta, lo cual teníamos previsto y estaban los vehículos que debían actuar en ese caso.
No obstante, tengo que ser sincero. Nuestra preparación se había obtenido más por instinto que por una formación sólida. Es por ello que en diciembre de 1972 se eligen entre los mejores escoltas a 12 compañeros y nos envían un mes a Cuba para elevar nuestra formación. Recuerdo que cuando Allende visita ese país ya estábamos allá.
No recuerdo en qué lugar estuvimos, pero sí que visitamos el yate Granma. Recibimos entrenamiento de los propios guardaespaldas del Comandante en Jefe Fidel Castro. Me vienen a la mente el teniente Raúl García, quien me regaló una pistola Browning por ser el mejor en tiro. Se decía que había sido campeón sudamericano en defensa personal. También al compañero Rubio, lamentablemente olvidé su nombre.
De esta forma, nos preparamos todos los días durante un mes, con el objetivo de garantizar una mayor eficiencia en la protección de nuestro presidente. Te puedo asegurar que la preparación fue excelente.
¿Conoció a Fidel Castro u otros líderes de la Revolución cubana? ¿Qué impresión le dejaron?
Sí. Fidel Castro nos visitó en la casa donde nosotros estábamos, me dejó una impresión de admiración, fue un contacto como de amigo, compañero, sin ningún protocolo.
El 29 de junio de 1973 se produce un intento de golpe de Estado que fracasa inmediatamente, me refiero al Tanquetazo. La mayoría de los analistas políticos e historiadores coinciden en que estos hechos constituyen un punto de quiebre en el apoyo del Ejército al gobierno de Unidad Popular y evidenciaron la fragilidad real de la izquierda chilena ¿Cómo reaccionó Allende ante esta situación?
Ese día llega el aviso bien temprano de que La Moneda estaba rodeada de tanques y militares. Cuando el presidente se entera quiere partir inmediatamente hacia el Palacio, pero los jefes nuestros, que estaban en contacto con el general Carlos Prat, en ese momento Comandante en Jefe del Ejército, se lo prohíben, alegando que todavía no habían controlado la situación y que era prácticamente un suicidio ir a en esas condiciones.
Fue tanto lo que insistió que ya no podíamos retenerlo mucho tiempo. Hasta se las arregló para buscar un helicóptero que lo llevara a La Moneda. Finalmente partimos hacia el Palacio. En el camino lo único que encontramos fue una patrulla de militares, quienes nos dijeron que eran leales al gobierno, aun así, le hicimos soltar sus armas.
Antes de llegar al Palacio nos dirigimos hacia el Cuartel de Investigación para conocer la situación real en La Moneda. El presidente estuvo unos minutos y partimos a la sede del gobierno. En el lugar estaba el general Prat con la situación ya controlada.
Después del 29 de junio de 1973 muchos de los jóvenes que escoltaban al presidente lo abandonaron, Allende fue perdiendo el apoyo del ejército y el próximo intento de golpe de estado estaba todos los días en el ambiente político ¿Por qué se mantuvo en su puesto?
Porque como le comenté anteriormente fui un joven que me tuve que abrir paso solo desde niño, fui adulto aún siendo adolescente y habiendo tomado conciencia del sistema en que crecí y vivía. Además, era un joven que soñaba con el proceso revolucionario que dirigía el presidente Allende en Chile, eso hacía que yo tuviera mucha claridad de lo que estaba haciendo ahí y por qué.
¿Conoció de cerca a Augusto Pinochet? ¿Qué impresión tuvo de él?
Lo vi pocas veces, la última ocasión fue el sábado ocho de septiembre de 1973 cuando salió de La Moneda por Morandé 80.
Augusto Pinochet fue un militar leal al gobierno de Unidad Popular hasta pocos días antes del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Enfrentó resueltamente el Tanquetazo y fue nombrado por Allende el 23 de agosto como comandante en jefe del Ejército ¿A su criterio que produjo este cambio supuestamente tan radical?
Nadie tenía confianza en Pinochet, a excepción del general Carlos Prat que fue quien lo recomendó.
Él era un canalla y un hipócrita. Es el típico traidor, capaz de jugar cualquier rol siempre que le favorezca. Desde el momento en que es nombrado al frente del Ejército era seguro que el golpe de estado se adelantaba.
Nosotros los compañeros de la escolta sabíamos que el golpe de estado estaba todos los días en el ambiente. Amanecíamos creyendo que ese día iba a ocurrir; también nos sentíamos solos desde el punto de vista político, pero estábamos dispuestos a todo.
El ocho de septiembre de 1973 el presidente estuvo reunido con varios generales, entre ellos Pinochet, que era el jefe del Ejército. Después de que nos retiramos de La Moneda se reunió con nosotros y nos dijo: “Compañeros, las cosas están muy graves, yo tengo mi decisión tomada y no quiero sacrificio de nadie por lo que yo decida, el compañero que quiera partir en este momento e irse a su casa y estar con su familia puede hacerlo ahora. Aquí nadie le va a prohibir irse ni va a hacer nada en su contra”.
Nosotros le dijimos que siempre íbamos a estar a su lado y que lo íbamos a proteger hasta donde fuera posible. Ese día nadie se fue, pero el día 10 se septiembre algunos se las arreglaron para pedir permiso, aun cuando estábamos conscientes de que no se podía hacer en esos momentos, ni siquiera para ir a visitar a la familia. Tanto fue así, que el día 11 de septiembre prácticamente no alcanzamos para completar los autos de la escolta.
¿Qué recuerda de los sucesos del 11 de septiembre de 1973?
En la noche del 10 de septiembre de 1973 el presidente estuvo con algunos de sus colaboradores como Augusto Olivares, Juan Garcés, y otros más. Esa reunión se extendió hasta las tres o cuatro de la madrugada del día siguiente.
Pasadas las 06.00 a.m. suena el teléfono. Estaba de guardia mi hermano Hugo y un oficial le pide que le comunique con el presidente. Le explica que no puede despertarlo porque recién se había acostado. El oficial insiste y le dice: “Usted lo despierta y yo asumo la responsabilidad”. Este oficial le informa a Allende que Valparaíso había sido tomado por la marina.
Inmediatamente el presidente ordenó salir hacia La Moneda. Tuvimos que a la fuerza completar los autos con algunos compañeros de guarnición. Salimos sin escolta de carabineros, ni de Policía de Investigaciones (PDI), llegamos alrededor de 20 compañeros. Esa fue toda la escolta de ese día.
Después del Tanquetazo hubo grupos y organizaciones que se ofrecieron para reforzarnos en caso de que ocurriera algo. El compromiso con ellos era que cubrieran las inmediaciones y nosotros La Moneda y el edificio del Ministerio de Obras Públicas, al costado del Palacio. Lo cierto es que ese día no llegó nadie a apoyarnos y se nos hizo muy difícil cubrir desde La Moneda hasta el citado edificio.
Fue así como quedaron 13 compañeros con el presidente en el interior de La Moneda y siete nos fuimos hacia el edificio del Ministerio de Obras Públicas. Yo estuve con Allende hasta las últimas horas. Hasta ese momento pensábamos que podría haber alguna posibilidad de que el presidente cambiara su decisión y abandonara el edificio, el plan era llevarlo al de Obras Públicas y posteriormente al Banco Central, que es uno de los edificios más sólidos de Chile, tiene varios subterráneos, muros reforzados y es relativamente fácil cubrirle las entradas. Pero ya sabemos lo que ocurrió.
De los siete que fuimos al edificio de Obras Públicas dos no combatieron. Nos quedamos solamente cinco. Cuando comenzó el combate fuimos capaces de retener a los militares que venían por Alameda y los que atacaban pertenecían a la escuela de comandos, es decir, eran supuestamente los más profesionales, los más preparados. Su jefe era el comandante Julio Canesa. No pudieron pasar por Alameda, ya que teníamos una 30, que yo manipulaba.
Dejamos de disparar porque habían salido compañeros de La Moneda por Morandé 80 y los tiraron boca abajo en la vereda y pusieron un tanque y amenazaron que si no parábamos de disparar les pasarían por encima.
Ese día los que nos quedamos estábamos dispuestos a morir. Conocíamos la decisión del presidente de que era más digno morir que darles el placer a los fascistas traidores de torturarnos, humillarnos y asesinarnos. El hecho de ver salir compañeros nuestros del Palacio nos desconcertó a todos, eso nos hizo creer que el presidente estaba vivo y que la lucha continuaba en otras circunstancias.
Los cinco compañeros debatimos algunas ideas de qué hacer. Algunos querían inmolarse y pedían la última bala. Otros, como yo, planteamos salir vivos de ahí. Finalmente decidimos insertarnos entre los trabajadores del Ministerio que se encontraban refugiados en el subterráneo. Al término del combate todos se dirigieron hacia la puerta para que los dejaran salir. Nos ubicamos entre los primeros y salimos frente a los militares golpistas en sus propias barbas.
Después he visto declaraciones de Canesa, ascendido posteriormente a general, de que la mayor resistencia la encontraron en el Ministerio de Obras Públicas, que allí hubo un ejército. El tema es que nosotros tomamos la iniciativa de disparar cambiándonos constantemente de ventanas y de piso y eso les hizo suponer que ahí había mucha gente.
También desde radios amateur se captaron comunicaciones de Pinochet pidiendo desesperadamente que bombardearan el edificio. No sé si hay algún ejército en el mundo que recurra a bombardear un inmueble de ese tamaño para sacar a cinco jóvenes.
Ese fue mi rol el 11 de septiembre de 1973.
¿Qué hizo después?
Me fui para la casa. Posteriormente me encontré con algunos militantes en mi población y con la segunda autoridad del partido de la región y planeamos tomar la comisaría y recuperar armas. Planificando esas acciones nos detuvieron junto a varios compañeros. Nos llevaron al borde de un cerro con la intención de asesinarnos como si nos hubiéramos fugado.
Nos indicaron que teníamos un minuto para llegar a determinado lugar si queríamos salvar la vida. Me negué a correr y le dije a mis compañeros que se quedaran ahí. Tuvieron que llevarnos a la comisaría, donde los pobladores nos vieron y eso impidió nuestra muerte, ya que temían que asaltaran la comisaría. Fue así como nos pusieron en libertad.
¿Cómo es posible que el golpe de Estado haya sorprendido a Salvador Allende cuándo después del Tanquetazo un grupo de altos jefes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, conocidos como el Comité de los 15, prácticamente le diera un ultimátum al presidente? ¿Esto no despertó su sospecha?
No había sospechas, había certezas. El golpe estaba todos los días en el ambiente, pero Allende ya había tomado su decisión. Él soñaba con una sociedad más justa, sin violencia y quería mostrarle al mundo que esa sociedad se podía lograr en Chile.
Han pasado 50 años del golpe de Estado ¿Qué enseñanzas cree que nos deja dicho acontecimiento?
Que estábamos en el camino correcto, que sin la intervención de Estados Unidos, de los grandes monopolios mundiales y del neoliberalismo el sueño de Salvador Allende era posible. Hoy más que nunca el mundo necesita que actuemos como seres humanos y ese camino lo trazó Salvador Allende.
Por: Abel Aguilera Vega (Cubadebate)
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