La victoriosa fuga del coronel

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Belisario Grave de Peralta. Imagen tomada de aldeacotidiana.blogspot.com

El 31 de enero de 1876 el coronel Belisario Grave de Peralta, al frente de fuerzas de la brigada occidental de Holguín, del Ejército Libertador Cubano, atacó, tomó y saqueó el poblado de Las Cruces de Purnio. Este caserío está situado entre el poblado de  San Andrés y la ciudad de Holguín, en el norte del oriente cubano. La tropa mambisa, luego de la victoria, emprende la retirada. Cada soldado se alegra pensando en el botín obtenido de hermosos plátanos, ñames, reses gordas y avanzan por la vereda del Guabino a Sabanilla.

Es de pensar en esta tropa, con sus rebosantes macutos de todo lo imaginable e inimaginable, las bestias de la caballería  convertidas en  acémilas (1) con serones donde sobresalía entre un lío de ropa, un jamón, escoltado por zapatos de mujer, por allá se arriaban vacas y bueyes cogidos en los potreros de las Cruces de Purnio. Alguien a puro azote hacia avanzar  a una piara de puercos. De la cintura de un valiente  colgaban amarradas por las patas, de un improvisado cinto, pollos y gallinas. Esta multitud de hambrientos iba dejando a la vera del camino, botellas de vino o aguardiente, restos de tabaco y comidas, los andrajos de ropa que eran sustituidos por la capturada… Quizás un mambí hacia una selección de lo que llevaba, abandonando en un recodo de la marcha un poco de loza,  cazuelas de barro o metal que le hacía extenuante el desplazarse.

Alguien degollaba un puerco que se negaba a marchar  guardando en los bolsillos y el macuto  trozos de carne. Dejando el rastro de sangre del infeliz animal.  Era difícil que Belisario no se sintiera contagiado por el alboroto de  su tropa, por la irresistible  alegría de hartura de los hambrientos. Estaba estrechamente ligado a cada uno de sus hombres, tanto en los días de penuria como en los de felicidad colectiva como este.

La tropa mambisa acampa en Sabanilla. Debían de haberlo hecho quizás en un lugar un poco más alejado de los poblados enemigos, haber tenido más cuidado con el rastro, pero el hambre ciega a oficiales y soldados. Sí, el hambre, arrastrado de día en día, de año en año desde el inicio de la guerra de 1868 se desató. Allá se mataba y descueraba una vaca, más acá un grupo asa un puerco, en este lado se hierven viandas. Seguramente que algunas botellas de vino o aguardiente de caña recorren la geometría del campamento, sembrando el sueño.

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Mientras esto ocurre en el campo mambí veamos que pasa en el español. La noticia traída al poblado de  San Andrés por el humo del incendio o el terror de algún voluntario que brincando cercas y maniguas escapó, picó el amor propio y despertó la ira. Se organiza una tropa para perseguir a los insurrectos. Reforzados hasta el número de 150 emprendió la persecución. Entre ellos estaban los llamados guerrilleros. Estos eran muchas veces campesinos cubanos e incluso antiguos mambises, famosos por su agresividad y conocimiento del terreno y las tácticas de los insurrectos, también por su crueldad. No hay peor enemigo que un renegado, que un traidor a una causa.

No fue difícil para los exploradores de la fuerza española, guajiros de fino olfato, dar con el descuidado rastro mambí. Se emprendía  la persecución por las huellas muy bien marcados por el desorden  impuesto por la inesperada abundancia. Los exploradores de la tropa  española   siguieron las huellas dejadas en forma de un tabaco a medio quemar acá, una botella vacía más allá, un pan mordisqueado y tirado, un frito de carne dejado a la voluntad de hormigas y gatos monteses…. En fin no era difícil dar con el improvisado campamento mambí. Este se había establecido,  no siguiendo la lógica de la buena disposición  de una defensa ante un posible ataque; sino la realidad de una hartura general, que apenas permitía que los pies sostuvieran a estómagos sobredimensionados. A esto se agregaba  una borrachera común con buen oporto o aguardiente de caña que hacían que la extrema vanguardia confundiera las conocidas veredas. La gente estaba cansada, con sueño por la noche de pelea. Los heridos quejosos reclamaban una cura.

La tropa hispana se acercó sigilosamente. El jolgorio, las risas, los cantos concluyeron por guiarlos hasta el campamento cubano de Sabanilla. La guardia está más preocupada en freír carne, absorta en el crepitar de la manteca caliente, en el burbujeo del agua que hierve un poco de viandas, que en otear caminos y bosques.

La sorpresa fue total. Pero la huida, la carrera veloz en el monte es el pan nuestro de cada día del insurrecto. Incapaces de detener aquella turba furiosa que se le viene encima, cada uno escoge su vereda, su trillo, su pedazo de manigua y pronto el enemigo feroz es una lejana retaguardia.

Sí, el coronel Belisario Grave de Peralta, también corre, rompiendo manigua, fugando el cuerpo a los proyectiles, sintiendo el aliento del enemigo en el cuello. Sus piernas fogueadas en siembra y persecución de ganado en la paz lo ayudan y lo alejan de la muerte. Para un coronel de un ejército regular es un bochorno esto de correr como “un pigmeo”. Seguramente que lo ocultaría con ese vocabulario castrense de retiradas tácticas o estratégicas, tan socorrido para barnizar una fuga. Pero para un oficial mambí esta carrera es una pequeña victoria. Lo han sorprendido, le han disparado a quemarropa y sólo tiene 12 bajas, de ellas tres mortales. Pero sobre todo la tropa no se dispersa. Luego de la fuga acude junto a su jefe, sin bochorno ni arrepentimiento. De qué abochornarse si la esencia de aquella guerra es esta carrera cotidiana, esta fuga perenne. Los combates de Santa María de Ocujal o Las Guásimas son excepciones. Victorias hermosas, para recordar, pero la guerra se gana o se pierde aquí, en este encuentro, en aquel asalto, en la emboscada de más allá donde se mata un soldado, se hieren dos que desgasta al contrario. Se gana también en esta inexplicable cualidad del mambí disperso, perseguido, de encontrar a su jefe en esta maraña de bosques y sabanas, reunírsele para retornar a la próxima acción. Esto es lo verdadero y grande de la guerra del 68 y lo que ha sido opacado por un puñado de combates donde se desbarataron a machete algunas compañías.

La persecución ha terminado, los colonialistas  regresan al abandonado campamento mambí. Comienzan a descubrir alegremente los puercos a medio asar, las carnes fritas, las viandas cocidas, los jolongos cargados, hasta el tope, de ropas y pacotilla. Se inicia el saqueo de lo que fue saqueado en Las Cruces. Las botellas de vino y aguardiente tienen nuevos dueños. Hay deseos genuinos de festejar la victoria.

No lejos de allí Belisario prepara el desquite, reúne a los hombres, cuentan los proyectiles, miden el filo de los machetes. La zurrada tropa avanza silenciosamente, confundiéndose con la manigua, respirando el compás de las hojas.

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Limbano Sánchez. Imagen tomada de Ecured

Un estampido interrumpe el rítmico chasquido de las quijadas y los dientes que escarban en las masas de carne asada o frita y cubre voluptuosamente el improvisado campamento de los hispanos. Luego fue el caos, machetazos; disparos, aullidos. El oficial mambí Limbano Sánchez, como un toro salvaje se adelanta a todos, penetra en la masa enemiga disparando y macheteando. Tal parece que no se le puede herir. Su vista causa pavor. Sus manos preñadas de fusil y machete abren brechas de muerte. Para detenerlo en su macabra carrera un español, que ha quedado a sus espaldas, le dispara, pero aquella bestia continúa su loca carrera como un dios inmortal. El hombre vuelve a disparar recordando la leyenda que ya se tejía en torno a Limbano, intocable a las balas, dispara otra vez hasta que lo ve caer.

Ha bastado un puñado de minutos para trocar los papeles. Ahora los que corren imponiéndose a la manigua son ellos, los terribles hombres de la contraguerilla. Del lado de acá se saborea la victoria contando los cuerpos macheteados, 19 en total, gozando con el tacto frío de los 11 Rémington capturados, buscando ávidos el parque de las cananas quitadas a los muertos.

El doctor Carrero, médico mambí, cuenta también plomos, pero estos son los que extrae del cuerpo de Limbano, que  inexplicablemente ha sobrevivido a la balacera. Nacía la leyenda de Limbano Sánchez. El combate de Sabanilla fue arrinconando en el olvido injustamente. Fue aquel un pequeño combate, que sumado a otros muchos convirtió la contienda del 68 en un desgaste cotidiano del ejército enemigo. Era  la victoriosa fuga del coronel que concluyó en una victoria. El destacado intelectual español Pi y Margall al analizar aquella guerra inacabable afirmó que era “… una insurrección siempre moribunda, nunca muerta…”. (2)

Notas:

1– En términos militares de la época eran las bestias dedicadas a la carga en el ejército. Hoy es sinónimo de mula o macho de carga.

2– Citado por Áurea Matilde Fernández en España y  Cuba: Revolución burguesa y relaciones coloniales, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988,   P 75.

Fuentes:

–Juan Andrés Cué Badá: “Asalto e incendio de Yareniquén y Las Cruces”. (En periódico Ahora, Holguín, 14 de marzo de 1975).

—Archivo privado de Juan Andrés Cué Badá, Santiago de Cuba.

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