Stefan Zweig
Stefan Zweig. Foto: Tomada de nuevarevista.net

La vuelta de Stefan Zweig

La consecución de obra, plenitud y destino, este último hasta sus límites más intensos, es la impronta de Stefan Zweig (Viena, Imperio Austrohúngaro, 1881 -Petrópolis, Brasil, 1942), uno de los grandes escritores de la lengua alemana, y de Europa en la primera mitad del siglo veinte. Su vocación por la literatura como guía de conocimiento, para penetrar en lo humano y sus circunstancias más íntimas, distinguen la autoridad de su palabra con esplendor de oficio, razón de conducta y honestidad sin concesiones.

Descendiente de judíos —su padre, un acaudalado empresario de la industria textil y su madre, hija de un banquero italiano—, Zweig había estudiado en la Universidad de Viena, donde obtendría el título de doctor en Filosofía. Igualmente cursaría estudios sobre historia de la literatura, que le permitirían acceder a los círculos de la vanguardia cultural en su ciudad natal —eran los días del psicoanálisis con Sigmund Freud, la composición musical con Arnold Schönberg y la pintura con Gustav Klimt, por citar tres nombres relevantes—.

Dos géneros literarios ocupan, con sutileza y estilo, su obra —también en menor proporción, las parcelas del ensayo y el teatro—: la novela y la biografía. En el primero, la seña más reveladora se ubica en los desasosiegos del alma, a través de relaciones acuciantes y temperamentales, que adquieren una hiriente y reveladora intensidad: así lo advierte un título como Veinticuatro horas en la vida de una mujer; en tanto en el segundo se distingue su destreza en retratos de figuras señeras en el epicentro de épocas y geografías diversas.

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El biógrafo Stefan Zweig alcanza el olimpo del género con libros en los que la pesquisa histórica y el brío narrativo se entrelazan: tal es así que, en ellos, fueran tiempos lejanos o cercanos a los días del autor, su lectura ofrece un conocimiento detallado gracias a la mirada penetrante que lo extiende, con abundancia narrativa que seduce. Así lo pueden advertir obras legendarias como Magallanes, Fouché y María Antonieta —puestas en manos de los lectores cubanos en diversas ocasiones por la editorial Arte y Literatura—.

Stefan Zweig, escritor aleman
Foto: Tomada de alianzaeditorial

Pero tal vez sea El mundo de ayer la cota más alta de Zweig. Allí está el testimonio de su vida, afirmado con escritura de intenso calado y notable elegancia, rondada por la nostalgia de un tiempo azaroso y fecundo que él supo retratar como pocos. Pleno en acontecimientos imprescindibles para comprender la historia del siglo veinte —entre la primera y la segunda guerras mundiales—, en el encuentro y la amistad con figuras capitales de los ámbitos artísticos y literarios, su recuento es su mejor novela: la de su vida.

Muestra de cómo llevaba adelante el proceso de creación, siempre meticuloso y estricto, es el que revela en aquellas páginas: “…cuando empiezo una obra biográfica, utilizo todos los detalles documentales imaginables que tengo a mi disposición; para una biografía como María Antonieta examiné realmente todas y cada una de las cuentas para comprobar sus gastos personales, estudié todos los periódicos y panfletos de la época y repasé todas las actas del proceso hasta la última línea”.

A la hora de sus relaciones con otros grandes escritores, vale un ejemplo que brinda cuando se refiere a sus días suizos en Zurich: “En un rincón del café Odeon se sentaba, a menudo solo, un joven que llevaba una barbita de color castaño y unas gafas ostentosamente gruesas ante unos penetrantes ojos oscuros; me dijeron que era un escritor inglés de gran talento. Cuando, al cabo de unos días, trabé conocimiento con James Joyce, rechazó rotundamente cualquier relación con Inglaterra. Era irlandés”.

Su recuerdo sobre el autor de Ulises resulta explícito: “Cierto que escribía en inglés, pero no pensaba ni quería pensar en inglés. Me dijo: Quisiera una lengua que estuviera por encima de las lenguas, una lengua a la que sirvieran todas las demás. (…) Tras aquella frente redondeada, moldeada a martillazos y que brillaba como porcelana bajo la luz eléctrica, estaban estampados todos los vocablos de todos los idiomas y él jugaba con ellos y los mezclaba de una manera brillantísima”.

Como dice el personaje de Cimbelino en esa obra de Shakespeare, Zweig tomó sus palabras como exergo en El mundo de ayer: “Acojamos el tiempo, tal como él nos quiere”. Condenados sus libros a la hoguera tras el ascenso de Hitler al poder, borrado su nombre por los nazis, emigrado a Brasil con su esposa, ambos hicieron un pacto suicida acosados por la depresión: la mañana del 22 de febrero de 1942 fueron encontrados sin vida en la habitación de su casa en Petrópolis, vestidos, sobre la cama tras optar por envenenarse.

Para quien la literatura es conocimiento, dominio, placer, remembranza y salud del alma, el encuentro con este vienés universal es una experiencia inigualable. Sea una biografía o una novela, sea un ensayo que desentraña a otro escritor o una pieza dramática, sea un pasaje cualquiera entre tantas historias por él llevadas como nave segura hasta el mejor puerto, los secretos que anidan en la condición humana son la mejor confirmación para agradecer siempre la vuelta de Stefan Zweig.

Eugenio Marrón Casanova
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