Dashiell Hammett, escritor, Literatura, Cultura
Dashiell Hammett

Un escritor, un detective: Dashiell Hammett

El nombre de Dashiell Hammett (Condado de St. Mary, Maryland, 27 de mayo de 1894; Nueva York, 10 de enero de 1961) es el de un viejo conocido entre los lectores cubanos: sus novelas El halcón maltés y La llave de cristal —publicadas en Estados Unidos en 1930 y 1931, respectivamente— han tenido en la isla, desde los años sesenta, ediciones y rediciones en la legendaria colección Dragón, del Instituto Cubano del Libro. Aparte de ello, la versión cinematográfica de la primera, realizada por John Huston en 1941 con el protagónico memorable de Humphrey Bogart como Sam Spade, ha sido presencia frecuente en programaciones de cine, tanto en las salas de exhibición como en las pequeñas pantallas.

La reciente publicación en Cuba de un libro de cuentos de Hammett, trasladado con elegancia y energía a la lengua española por la narradora cubana Aida Bahr —quien también se desempeña como traductora literaria—, ha constituido una feliz noticia: El detective de la Continental, bajo el sello de Ediciones Holguín. Se trata de un volumen conformado por siete relatos que advierten el sostenido aliento narrativo y la formidable destreza técnica de su creador.

La biografía de Dashiell Hammett puede ser leída también como un relato nacido de su escritura. Siendo un joven veinteañero, se enroló en el cuerpo de voluntarios desplegado en Francia para ofrecer, a las tropas aliadas, servicios de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial —otro grande de la literatura norteamericana se desempeñaría también como ambulanciero en aquella contienda, Ernest Hemingway, en el frente italiano, de cuya experiencia nacería su novela Adiós a las armas—.

En aquellos días de beligerancia, a Hammett no le tocaría sufrir el infierno de las trincheras y los gases de exterminio que estrenaban su letalidad, sino otro igualmente voraz: la gripe española, cuyas secuelas lo llevaron a padecer la tuberculosis, acentuada en su caso por el alcoholismo. Tras regresar a su país al final de la guerra, entre 1918 y 1922, trabajaría como detective de la agencia Pinkerton en la ciudad de Baltimore —la misma que sería escenario, entre 2002 y 2008, de la serie televisiva The Wire, creada por David Simon, en torno a la violencia policial, la corrupción y el tráfico de drogas—. No sería errado afirmar que, en teleseries como aquella, gravita la ascendencia de Hammett.

Una afirmación de David Simon, en una entrevista publicada en el suplemento cultural madrileño Babelia en 2008, bien hubiera podido ser firmada por Dashiell Hammett —y ello expresa la marca del género en ambas vertientes, la literaria y la televisiva—: “Cuando pasas mucho tiempo en las calles y observas las dinámicas empiezas a ver las mentiras y las contradicciones (…) Si me hubiera limitado a asomarme a las calles de forma superficial, nunca lo habría llegado a comprender”.

El agente de la Continental corrobora que su autor nunca se circunscribió a asomarse frívolamente a la vida, al convertir la noción de narrativa policial en un género literario audaz, apremiante y vigoroso. Sus años detectivescos le sirvieron para escribir un repertorio de historias y personajes con un ritmo acelerado y directo. Ya desde los propios títulos de los cuentos, se advierte un impulso tan característico como elocuente: “La décima pista”, “La herradura dorada”, “La casa de Turk Street”, “La muchacha de los ojos plateados”, “Kid cualquiera”, “La muerte de Main” y “Asesinato en Farewell”.

“Todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector”, ha advertido el novelista israelí Amos Oz en un ensayo suyo al respecto, La historia comienza, en el cual se valora a fondo cómo el inicio de una pieza narrativa resulta determinante para aceptar o no el contrato que ella ofrece. En El agente de la confidencial Hammett lo pone a la orden y un ejemplo es la apertura de La casa de Turk Street:

“Me habían dicho que el hombre a quien estaba persiguiendo vivía en cierta cuadra de Turk Street, pero mi informante no había podido darme el número. Por eso, en aquella tarde lluviosa, estaba yo recorriendo esa cuadra, tocando cada timbre y recitando una historia que decía así:

“Soy del bufete de Wellington y Berkeley. Uno de nuestros clientes, una señora anciana, cayó desde la plataforma trasera de un tranvía la semana pasada y sufrió lesiones graves. Entre los testigos del accidente había un hombre joven cuyo nombre no conocemos. Pero nos han dicho que vive en este barrio —aquí yo describía al hombre que estaba buscando y terminaba preguntando— ¿Ha visto a alguien que se le parezca?”.

Hammett desarrolló su carrera de escritor entre 1929 con su primera novela, Cosecha roja, y 1945 con el libro que Ediciones Holguín ha publicado. Desde esa fecha y hasta su muerte en 1961, dejó de escribir o —como se advierte en una reciente biografía firmada por Nathan Ward—, por lo menos, de volver a publicar nuevos relatos, casi seguro por el hecho de que, tras estar agobiado por la permanente pobreza, se dedicó a disfrutar del dinero ganado como guionista cinematográfico.

Tal como se conoce, la llamada “novela negra” —la que trata los asuntos concernientes al mundo del crimen— debe esa definición al hecho de que sus prototipos iniciales fueron publicados en la revista norteamericana “Black Mask”, a partir de 1920 y hasta su número final en 1951.  Aquellos relatos inmersos en la violencia y el miedo a la sombra del crimen organizado, durante las primeras décadas del siglo veinte en Estados Unidos, cuando la Gran Depresión de 1929 se expandía y a su sombra la ley seca, son el ámbito donde se inscribe El agente de la Continental. Así lo confirma un escritor, un detective: Dashiell Hammett.

Eugenio Marrón Casanova
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