Escritor cubano Nelson Herrera Ysla
Nelson Herrera Ysla. Foto: Tomada de Cubacine

El violín de Nelson Herrera Ysla

Un crítico de arte que también pinta a través de poemas. He aquí a Nelson Herrera Ysla (Morón, 1947); un arquitecto que hace muchas lunas se graduó como tal, pero sobre todo alguien que a la sombra de lo que Octavio Paz llamaba “los testimonios directos de la experiencia poética”, ha alcanzado varias parcelas: el ensayo en torno a las mil y una posibilidades de las artes visuales, la curaduría de exposiciones personales y colectivas —tanto en Cuba como en otras geografías—, la edición de catálogos y libros, la participación en jurados y ciclos de conferencias, y el encuentro con los espacios más disímiles en el mundo del arte, siempre con algo que Lezama Lima advertía a propósito de Guy Pérez Cisneros: “…la posición más clara y servicial de una actitud crítica, hacer visible o evidente lo que en el turbión de la creación parece confuso y lleno de larvas primigenias”.

Así las cosas, ahora el porqué de la primera línea de esta columna: un libro invita a ello. Se trata de Violín de Ingres (colección Poesía, Editorial Letras Cubanas), un conjunto de veintiocho poemas en los que su autor —cuya obra en tal género comprende títulos como Escrito con amor (1979), El amor es una cosa esplendorosa (1983), y Pájaros de pólvora (1998), entre otros— entrega una suma personal —el libro en su edición mexicana se titula Colección particular— en la que lo primero a distinguir es el título mismo: no es el poeta que ha sido otras veces, sino el crítico que ahora se vale de la poesía para “pintar” desde ella retratos e instantes, una perspectiva de querencias que son también una memoria activa para la celebración y el gozo. Y todo ello con la suma de maneras y lecturas que a lo largo de los años, han ido conformando su visión de la escritura poética.

Bien se sabe que Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) es uno de los grandes nombres de la pintura francesa: La gran odalisca, esa mujer hospedada en el Museo del Louvre, que se vira de espaldas, pero volteando la cabeza hacia el espectador, tal vez su obra por antonomasia, constituye una belleza legendaria. Pero vale recordar que las manos que sostenían la paleta y el pincel para crearla, eran también las que tocaban uno de los violines en la orquesta de Toulouse: la otra pasión suya. Por ello, referirse al “violín de Ingres” es nombrarla en el rumbo de un artista, favorecido o en busca de amplitud a la sombra de su obra. Dos muestras por excelencia al respecto: el largo y enigmático poema del pintor Pablo Picasso sobre El entierro del conde de Orgaz, la obra capital de El Greco; o los bizarros y sagaces “artefactos visuales” del poeta Nicanor Parra, así como sus hilarantes dibujos.

Lo primero que resalta en este libro de Nelson Herrera Ysla es no solamente la entrega de una obsequiosa galería personal —que es igualmente la de un itinerario revelador de cómo se llega a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia del artista—, sino también lo posible y muy expreso de sus lecturas estrictamente literarias, las que configuran un puntual mapa de rutas poéticas en el aprendizaje del oficio. No son pocos los nombres a la hora de la poesía latinoamericana que un lector avisado puede presentir en sus páginas, muy asentados en dilataciones tan ensoñadas como venturosas: allí están los aromas y las trazas de Nogueras (Ideal de Benito Ortiz), Borges (Zoología fantástica de Íñigo), Parra (Perdida la L del pintor), Guillén (El brujo de Bedia), Pacheco (El fotógrafo de las novias), Jamís (Los artistas de la Plaza), y Retamar (Unas y otras letras de Lázaro), por citar algunos ejemplos.

Título inusual en los predios poéticos insulares —siempre afincados en otras demarcaciones y en otras propuestas—, Violín de Ingres también se explaya en visiones que, más allá del poema ponderativo y abrazador sobre un pintor y su obra, cual ofrecimientos muy personales, constituyen auténticos retratos de artistas a fondo, con una modulación que evoca las maneras de aquellos frente a sí mismos, ejercicio de calado que distingue a la mirada entendida ya transmutada en la escritura reveladora: Roberto Fabelo busca, Eros y Servando Cabrera Moreno, José Luis Posada y Todo duerme menos tu nombre resulta un cuarteto de excelencia a propósito de lo ya advertido. Con gracia y sutileza, observancia y potestad, este libro celebra al arte desde sus mismas entrañas, para un repertorio admirable que engalana un concierto único: el que entrega el violín de Nelson Herrera Ysla.

Eugenio Marrón Casanova
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