Hay un recuerdo que resalta para Delfín Prats, entre los tantos que atesora de su dilatada vida, y que tiene un significado muy especial, según expresa él mismo: el encuentro con Gastón Baquero en Madrid, durante unas jornadas literarias en el otoño de 1994. Tal como rememora el poeta nacido en Holguín en 1945 —a quien se le ha conferido el Premio Nacional de Literatura 2022—, el también poeta, nacido en Banes en 1914 y fallecido en la capital española en 1997 —donde residía desde 1959—, figura singular de la lírica cubana y de Iberoamérica, fue hondamente cariñoso en el trato y la conversación con él a lo largo de aquellos días. En una cuartilla, con su trazo vertiginoso, Delfín escribe un poema —”para tú que lo guardes”, me dice— y lo titula Esquela de seis líneas donde se cruzan el recuerdo de Gastón Baquero en un estanquillo madrileño y las aguas de transparencia insaciadas junto a las sierras baracoanas:
“No nos veríamos más.
No hubo una segunda oportunidad para la charla.
Intercambiamos a través de un diario los paisajes.
El viento en noviembre arruinaba la rosa de Villalba.
Conmigo vino ese testimonio de la helada.
Pero no pude dejarle mis paisajes con sol”.
Tal gesto —tomar el papel y escribir de un tirón los seis versos— no resulta extraño para él y así me lo hace ver al entregarme la cuartilla: “Mis poemas han sido escritos obedeciendo a los dictados de mis sentimientos y mis vivencias”.
Con su locuacidad entre risueña y meditativa, gusta detenerse no pocas veces en la expansión de sus propensiones: “En mí nunca ha habido un aprendizaje de la forma, ni en libros ni en manuales de retórica; todo lo he adquirido intuitivamente. La belleza del lenguaje y la limpieza de la expresión son dos cosas que me interesan mucho, y por ello algunos de mis poemas han sido trabajados durante muchos años…Las mías son las preocupaciones generales de alguien que se enfrenta al devenir del tiempo, y a la hermosura no exenta de conflictos”.
Me advierte Delfín que nunca le ha gustado entregar para su publicación ningún texto de cuya hechura no esté convencido: “Nunca publicaría un poema sin estar totalmente satisfecho con la estructura y la sintaxis”. Tal aseveración tiene mucho que ver con su valoración del quehacer poético, ocupación para la que exige “obstinado rigor”. En tal sentido es rotundo: “El oficio de poeta es una partida de ajedrez, una partida que se juega frente al lenguaje… Se construye frente a los tremendos obstáculos de la composición, donde uno se ve obligado a sacrificar no pocas piezas, que pueden ser versos, estrofas que no llegan a abrirse paso hacia las casillas del triunfo”.
Como parte de la ilustración en lo que compete al movimiento de las piezas en tal partida, Delfín señala que “me ha resultado muy importante leer toda la poesía cubana, desde el Espejo de paciencia hasta Lezama, Guillén y Eliseo, y también atento a lo que hacen los muchachos de hoy. Igualmente, como escritores latinoamericanos, hijos de una tradición tan rica y diversa, estamos obligados a impregnarnos de la poesía de Sor Juana, Darío, Vallejo, Neruda, Borges, Paz, Lihn… Y sin olvidar que me siento próximo a los grandes momentos de poetas españoles de la Generación del 27 en el siglo veinte, tales como García Lorca con su Poeta en Nueva York; Cernuda, Aleixandre, Alberti…”.
Y concluye sobre aquel aprendizaje: “Si se trata de afinidades muy importantes para mí, debo distinguir la poesía rusa de Esenin, Pasternak, Ajmatova, Mandelstam… Los simbolistas franceses, las Elegías de Duino, de Rilke; La tierra baldía, de Eliot; el Asfódelo, de William Carlos Williams; la poesía de Ezra Pound… Por lo demás, debo añadir el conocimiento de las tradiciones de otras lenguas, como la poesía china de la dinastía Tang y los haikus japoneses”.
Un tema que no puede obviar, a la hora de un recuento en su formación, es el de la lectura de novelas emblemáticas de la literatura universal: “Es necesario devorar muchas grandes novelas; pienso en El maestro y Margarita, Retrato del artista adolescente, Orlando, Memorias de Adriano, Pedro Páramo, El tambor de hojalata, Cien años de soledad”… Otro tanto le ocurre con el mundo del cine: las películas de Bergman, Kurosawa, Pasolini, Tarkovski, Wajda, por citar apenas cinco nombres como ejemplo de sus preferencias.
Sustancia primordial para su obra ha sido la relación con la naturaleza y así lo distingue: “No me imagino la escritura de un poema sin haber experimentado la grandeza del paisaje, sin el mar, sin las montañas, sin ese carácter tempestuoso de los ríos que descienden de las serranías orientales”. Todo ello ha estimulado a Delfín Prats para festejar el ascenso de Ícaro desde “un bosque húmedo después de la tormenta”, en “ese lugar llamado humanidad” tan suyo y tan nuestro gracias a su poesía.
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