Cincuenta años han pasado desde que aquel seis de julio, se celebrara por primera vez el Día de los niños en Cuba.
Ver a Fidel dialogando con los pequeños bajo aquel aguacero, constituye uno de los actos más conmovedores de la historia. Su carácter afable me recuerda de inmediato la escena bíblica: un Jesús rodeado de pequeños que se acercan a él como quienes buscan amparo. Y es que ese refugio lo ofreció desde el momento en que convirtió a Cuba en una isla donde el sonreír y el soñar, son un derecho para los infantes.



Logró transformar el panorama desolador que existía antes del triunfo revolucionario, en un horizonte de oportunidades, preservando el legado del apóstol donde los niños son esperanza.
Para la infancia cubana, su día se festeja cada mañana, cuando entre las dádivas está el despertar bajo un cielo donde se vela por el mejoramiento de las condiciones de vida. El derecho a la salud, a la educación, al deporte y a la cultura, son prioridad para el Gobierno.



Aún en las etapas más difíciles de la economía cubana, agravada por el recrudecimiento del bloqueo, la nación prioriza la atención a los menores como uno de los pilares fundamentales de la Revolución.

Los infantes holguineros celebran esa garantía que la Revolución les ha brindado. Una vez más se llena de algarabía toda la nación. Son muchos los motivos para celebrar esta fiesta en Cuba, donde niños y niñas parecen tener una sonrisa perpetua.
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Por : Noemy Marrero (estudiante de Periodismo)
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