El poeta holguinero Ronel González. Foto: Juan Pablo Carreras/Archivo

El poeta y Carlos Manuel de Céspedes

Carlos Manuel de Céspedes ha ocupado un sitio destacado, aunque modesto,  en el panteón nacional cubano. Pero si ha contado con menos estatuas que otros héroes‚ ha motivado, no obstante, a un grupo de historiadores y escritores que lo admiran y estudian. Los llamados cespedistas —acaso sin proponérselo— conforman una singular cofradía. Pertenecer a ella es como ostentar un título nobiliario más de espíritu más que de sangre.

Ronel González: «Entre los totíes de Cacocum y el mar de Gibara»

De generación en generación se han ido pasando ese compromiso que va más allá de los historiadores e intelectuales de la región natal como usualmente ocurre con otros patriotas. Estamos ante un éxito del espíritu de mantener el pasado vivo, un gesto grandioso y piadoso de este selecto conjunto. Uno de esos cespedistas es el galardonado poeta Ronel González Sánchez. Bajo ese nombre se oculta una larga aritmética de libros de poesías de reconocido prestigio.

Como si fuera convocado de nuevo a la cita heroica de La Damajagua y se sumara a los mambises del 10 de octubre, Ronel  visitó San Lorenzo, el lugar donde una tropa colonial asesinó a nuestro primer presidente y Padre de la Patria. Solicitamos de él sus impresiones. Fue un propósito especial que se llamara a un poeta para dialogar sobre un fundador‚ que representa otra manera de hacer poesía al intentar la reconfiguración de la imagen de su tiempo‚ amén de que Céspedes fue concretamente un poeta.

¿Qué representa Carlos Manuel de Céspedes en tu trayectoria vital y en la de tu generación?

No creo que Carlos Manuel fuera una figura común para mi generación. De niño solo obtuve la vaga información que recibía en las clases de Historia del cuarto grado. Llegué a cierta compenetración con su trayectoria vital y revolucionaria mucho después de haber leído las compilaciones de documentos de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo y cuando me regalaron en La Demajagua la primera reedición del Diario perdido. Poco después de mis 30 años y de una especial visita a Dos Ríos con la Sociedad Cultural José Martí fue que recibí la señal de que debía ahondar en el siglo XIX y escribir un libro de poesía acerca de las gestas independentistas en las que Céspedes es el primer baluarte.

Después de conocer la gran obra del Padre de la Patria‚ ¿qué significado adquirió San Lorenzo?

San Lorenzo se convirtió en una obsesión para mí. Sabía de la existencia de ese sitio intrincado en la Sierra Maestra‚ sobre todo por el prólogo que hizo Eusebio Leal a El diario perdido y las investigaciones de Rafael Acosta de Arriba‚ quien ha visitado varias veces el lugar, y en un texto hermoso como es Los silencios quebrados de San Lorenzo me hizo ubicar prácticamente en el escenario de la muerte de Céspedes.

¿Cómo crees que ha evolucionado en la población ese acontecimiento si es que ha llegado a su conocimiento?

No tengo una idea clara de hasta qué punto puede o no interesar a la mayoría de los cubanos un sitio como San Lorenzo y lo que allí ocurrió. El asunto es que aun deseando mucho ir es muy difícil acceder a ese sitio, se puede intentar por medios propios, pero apenas hay transporte para esa zona. Claro, si uno es un buen caminador que no teme ir a pie‚ no tiene problemas. Yo pude llegar gracias a las coordinaciones con las autoridades gubernamentales que hicieron dos jóvenes miembros de la Asociación Hermanos Saíz del municipio Contramaestre de Santiago de Cuba y al interés de un poeta de Baire.

¿Cuándo te comenzó a rondar la idea de ir a San Lorenzo?

En el año 2014, en una esquina de una calle de Manzanillo, mi amigo el poeta de Baire Eduard Encina, fallecido lamentablemente a la edad de 44 años en 2017, me leyó un intenso poema dedicado a José Martí. Me emocioné muchísimo y le hablé de mi primera visita a Dos Ríos y de los poemas que habían nacido a raíz de ese viaje.

Estábamos en sintonía. Hablamos entonces de Céspedes y le comenté que no había podido ir a San Lorenzo. Él se entusiasmó mucho con la idea de viajar juntos y, a partir de entonces, comenzó a coordinar con el Gobierno de Contramaestre. Estuvimos a punto de ir cuatro veces en dos años, pero siempre surgía algún inconveniente.

Publiqué en 2016 por la Editorial Ácana de Camagüey Teoría del fulgor accesorio, un libro de décimas acerca de nuestros héroes decimonónicos que Eduard leyó y elogió. En enero de 2017 le di toda la información digital que yo tenía acerca de la historia de Cuba y volvimos a soñar el viaje. Ese año ganó el Premio de poesía de la revista La Gaceta de Cuba con su cuaderno Manigua y se fue al Festival Internacional de Poesía de Medellín. La última vez que lo vi fue en La Habana, el día antes de su periplo colombiano. Me dijo que iba a escribir una reseña acerca de mi cuaderno camagüeyano. Un mes y algo después Eduard falleció, pero depositó en Dianet Espinosa, una joven estomatóloga y poeta, las llaves de todas las puertas que había que abrir para hacer posible el viaje a San Lorenzo y que no pasara desapercibido. Ya en Contramaestre me ayudaron mucho Alfredo Ballesteros, un joven periodista, y el poeta Jorge Labañino Legrá (El Puro), a quienes considero mis hermanos.

¿Cómo fue el trayecto hasta San Lorenzo?

Salimos el 22 de agosto de 2018 alrededor de las 10:00 am en el ómnibus 1231 de montaña desde Contramaestre. Hasta San Lorenzo hay 48 kilómetros, pero el trayecto es arduo a través de un zigzagueante camino en mal estado que varias veces atraviesa el río Contramaestre, el mismo cerca del que cayó en combate José Martí en Dos Ríos, pero que en la Sierra es un riacho, un arroyuelo casi.

Recuerdo el viaje como una experiencia estremecedora. Nuestros paisajes de montaña son únicos. Entre muchos sitios pasamos por Manaquita, un lugar donde radicó un campamento del ejército rebelde, después estuvimos en el Cruce de Los Baños, municipio Tercer Frente, donde hay un sitio histórico y una emisora en la que me entrevistaron para un programa cultural de Radio Rebelde. Desde ahí hay 23 kilómetros hasta San Lorenzo.

Como nos conducía Eduardo Jiménez Rodríguez, experimentado chofer de la base de ómnibus de Contramaestre, conocedor de la zona, nos detuvimos varias veces a hacer fotografías en lugares que él escogió. Pasamos por un pequeño poblado llamado Los Lajiales, luego nos impresionó mucho “el mango de las mujeres”, árbol centenario en el que el ejército español ahorcó a siete mujeres campesinas. Según los pobladores ahí se escuchan lamentos por las noches y la gente evita andar por esos rumbos. Después cruzamos cerca de un campamento del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) donde los jóvenes de las FAR trabajan en la recogida de café, hasta que llegamos al lugar donde estuvo la prefectura mambisa de Lacret, el caserío donde Céspedes vivió sus últimos 34 días.

¿Cómo es San Lorenzo?

En San Lorenzo hay un secadero de café, casas aisladas de familias campesinas, dos justamente al lado de la base del monumento y se ven otras viviendas distantes. Un camino pasa frente a la loma en la que Céspedes se enfrentó a los españoles del Batallón San Quintín y luego, por el mismo camino, se sigue hasta el río en que se bañaba el Presidente.

El paisaje, como casi todo en la Maestra, es imponente, verdeazulado, con las tonalidades grises de los árboles y el complemento de luz que le otorgan el sol y las nubes.

Vi algunos árboles frutales, animales que los campesinos crían sueltos y pocas, poquísimas personas que nos miraban extrañadas. Recuerdo la risa de unos niños de la vecindad cuando nos hicimos fotos con un burrito muy lanudo y manso que encontramos cerca de un árbol.

Palmas, cocoteros, ceibas, plantas ornamentales, arbustos, etc., le dan un toque especial al sitio, pero lo más impresionante es el silencio, un silencio inefable, vivo, como si fuera una entidad al margen.

¿Cómo recuerdas el monumento?

Llegamos poco después de la 01:00 pm. Por una escalinata de piedras, ladrillos y mármol fuimos hasta la cima desde donde cayó Carlos Manuel por un barranco. No había guías ni custodios porque al parecer estaban en horario de almuerzo. Mejor así –pensé- para que la imaginación hiciera lo suyo.

Nos enteramos de que el rescate del sitio se debió a las ideas y gestiones de Celia Sánchez. Lamenté no saber el nombre de los artistas que trabajaron ni la fecha de la construcción.

En la loma hay varias palmas sobre las que anteriores visitantes se dedicaron a garabatear múltiples nombres. En la cúspide hay un busto del Padre de la Patria y una frase: «Todos son mis hijos, señor, y menguado sería ante mi corazón y mi conciencia si por salvar la vida de uno de ellos, comprometiera la de los restantes».

Yo llevaba una bandera y tomamos prestada la de La Demajagua que ondeaba en una de las dos astas de la cima.

Junto al barranco, completamente cubierto de maleza, con la bandera sobre los hombros leí mis poemas dedicados a Céspedes, tomamos fotos e hicimos algunos videos.

Había planeado ese homenaje y pude hacerlo. Mis amigos, incluido el chofer, también se emocionaron.

Después descendimos y nos fuimos al río un buen rato. En el camino cruzamos un puente que tiene cinco alcantarillas por las que el agua bulle y forma pequeñas cascadas. Recogí piedras de la orilla, hice videos, tomé fotos. Estuvimos cerca de dos horas.

Desde el punto de vista histórico ¿crees que era un lugar muy difícil para que llegara una tropa enemiga?

Sí, definitivamente, para cualquiera era muy tortuoso llegar a San Lorenzo. La operación que hicieron los españoles desde la costa —porque entraron por otra ruta, desde el mar, lo cual prueba que sabían muy bien dónde se encontraba Carlos Manuel— fue cuidadosamente planeada, gracias a su trabajo de inteligencia y al parecer por alguna delación. Yo, como no soy historiador sino un atrevido poeta‚ me arriesgo a formular esta pregunta: ¿te imaginas que nos enteremos un día que más allá del supuesto exesclavo delator pudo estar implicado algún jefe mambí?

Tal vez si Céspedes hubiera corrido en dirección al río habría escapado de sus perseguidores. Corrió loma arriba, no solo equivocadamente como se ha dicho, creo que pudo haberlo hecho para atraer toda la atención de sus perseguidores y permitir que los que le brindaron protección se internaran en el monte, pero también creo que de la manera en que los españoles organizaron la operación no tenía escapatoria alguna. Eso vuelve más cruda la historia y acentúa la idea de que todo fue milimétricamente calculado.

¿Te causó algún efecto la despedida?

Una extraña mezcla de sentimientos. Quería y no quería irme. Cuando iba a regresar al ómnibus recordé que no me llevaba nada de San Lorenzo y salí corriendo, loma arriba, con la fuerza de mis 47 sedentarios años, a buscar un poco de tierra. La carrera me agotó mucho. Entonces recordé que Céspedes, con casi 55, había corrido por aquella tierra bien enlodada porque el día antes de su muerte llovió bastante y la mañana del 27 de febrero de 1874 también hubo un poco de lluvia. Recogí tierra en un recipiente de vidrio y bajé rápido. Ya mis compañeros estaban inquietos. Se estaban poniendo nubes y debíamos salir de inmediato porque el descenso es más peligroso cuando llueve.

¿Cómo concluyó esa jornada?

Íbamos tan emocionados que cuando llegamos a Contramaestre decidimos seguir para el cementerio de Remanganaguas, donde enterraron por primera vez a Martí y quedaron sepultadas sus vísceras. Estaba lloviendo y la visita tuvo que ser breve, pero fue muy importante llegar hasta aquellos parajes.

¿No has escrito nada acerca de tu visita a San Lorenzo?

Nació un poema en prosa que aún estoy trabajando porque quiero que sea lo más digno posible de un ser tan grande, pero te voy a copiar las décimas que leí en la cima de la loma, en mi personal homenaje, con la bandera sobre los hombros, mientras caían hojas y flores de los árboles.

 

Vindicación del Padrazo

En cuanto a mí, soy una sombra que vaga pesarosa en las tinieblas. Para mí, ¡ni un día de sol!

Carlos Manuel de Céspedes: Diario perdido, lunes 12 de enero de 1874

 

Ante el frívolo barranco

que embiste casi indefenso,

el mártir de San Lorenzo

entra al honor por un flanco.

Lo transmutó el odio en blanco

de intrigas y proyectiles,

cuando los correveidiles

del rencor que desampara

no calcularon que Yara

menosprecia a los serviles.

En la escéptica maraña

de la fronda que se implica,

donde lo fastuoso abdica

y lo sensitivo daña,

es un altar la montaña

para el solemne ejercicio

del irreverente juicio,

y en su coto nada pulcro

un proyecto de sepulcro

silvestre para el patricio.

Cada vez que la rotunda

noche engaña al centinela

hay una campana en vela

y un jagüey que la secunda.

No habrá hondonada profunda

que le restaure la piel,

pero si con voz infiel

murmura turbado el viento,

desde el plácido aposento

va al monte Carlos Manuel.

Ronel González Sánchez (Holguín, 1971). Poeta. Ha recibido numerosos premios y distinciones. Ha publicado mas de  53 libros‚ destacándose los poemarios: Desterrado de asombros (Letras Cubanas‚ 1997); Consumación de la utopía (Estados Unidos‚1999 y La Habana‚ 2005); Temida polisemia. Estudio de la obra del poeta cubano Delfín Prats (Black Diamond Editions‚ 2014)… Posee la Distinción por la Cultura Nacional, la medalla Abel Santamaría, Hijo Ilustre de Cacocum, entre otras‚ y de los reconocimientos que ha obtenido figuran el Premio en el Concurso Internacional de Poesía Nosside Caribe (Italia‚ 2000) y el Segundo Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma de la ASEJE (Alcalá de Henares‚ España‚ 1996). Recientemente galardonado con el Premio Nicolás Guillén de Poesía 2025, el máximo reconocimiento poético en Cuba.

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