Novelas de este tipo solo se pueden escribir si la vida te ha agotado lo suficiente J.D. Salinger hizo algo así. Publicó El guardián entre el centeno seis años después del fin de la II Guerra Mundial y 15 años antes de esconderse del mundo a causa de la fama que la propia novela le dio. No se dejó encontrar hasta medio siglo después, ya muerto y solo compuesto por trozos de cartas y autobiografías.
Fue su única novela publicada y un éxito en Estados Unidos de América casi instantáneamente. Lo entiendo en cierta forma. Recuerdo haber cerrado el libro y pasármelo de mano en mano, sin decir nada ni pensar nada, quieta con solo su movimiento y sonido. Porque los libros tienen sonido y para El guardián era ese: el de un rastro de caída y después, una atrapada.
Holden Caulfield tiene 16 años y acaba de ser expulsado de un colegio de prestigio en Nueva York. Decepcionado terriblemente de todo y todos, decide largarse de ahí tres días antes del regreso a casa y que sus padres lo sepan. Luego recorre la ciudad, conoce lo peor de la noche y lo que no se deja ver en el día. Y de eso va: un adolescente recorriendo Nueva York solo, durante tres días, contándotelo como lo ve y cree, hasta que regresa a casa. Fin de la historia.
Excepto que no es así. En los tres días que Holden recorre Nueva York pasan muchas cosas. Se mete en una pelea, contrata a una prostituta, le roban, se emborracha, le drogan y vive todo tipo de cosas que se supone ningún adolescente debe vivir, ni siquiera en Nueva York. Esa es la cuestión del libro, que te cuenta todo lo que no debe pasar en la vida de alguien a los 16 años. Y lo que no debe pensar. Porque Holden está muy decepcionado de la vida y de todos en su vida. Detesta la ciudad, que la desentraña como superficial y a los demás los ve como cínicos e hipócritas. Y luego peca en su propio juicio.
Lo único bello que distingue Holden es en los niños. Lo vemos en Phoebe, su hermana menor y en Allie, su hermano fallecido por polio a los 13 años. Y se encuentra aspirando el cuidar a los niños de lo que él detesta y atraparlos antes de que se decepcionen de la vida. Todo le sabe a esa frustración y rabia adolescente de querer cambiar el mundo. A la resignación de no hacerlo.
Si acaso se ve como un libro triste, quizás lo estoy representando mal. O quizás demasiado bien. Es una comedia, de las que comienzan con el frescor del narrador y luego terminan quietísimas, con la voz cansada, como si toda la historia te la hubieran contado en alto, en las últimas líneas casi agotándose la voz. La diferencia entre las tragedias y comedias está ahí: una comienza a susurros y termina a gritos, otra empieza en gritos y termina a susurros.
Pero tiene su belleza. Fuera de teorías y especulaciones, “El guardián entre el centeno” tiene su belleza en la voz de un niño de 16 años que está decepcionado del mundo y eso no suele verse mucho. De hecho, no se ve nunca. Ahí está el detalle: en la tristeza que da lo que la gente no quiere ver del mundo.
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