El dibujo, como forma de expresión gráfica, es una de la más antiguas y utilizadas por la humanidad para transmitir proyectos, ideas, emociones y pensamientos. Resulta la base de toda obra en cuestión, la matriz inherente al artista y por ello los maestros dibujantes han sido fundamentales para el inicio de toda carrera de un artista visual así como para el desarrollo de posteriores técnicas del mismo. Uno de los ilustradores y dibujantes que ha parido la provincia es Manuel Gamayo Cordero, quien nos trae la exposición personal “Manu Abril” casi al finalizar el año y dar las últimas campanadas para cerrar un ciclo laboral.
Un paso por más de cincuenta años de trabajo contando con cien piezas distribuidas entre dibujos individuales, óleos y collages es la propuesta que hace Gamayo a modo de recordatorio de su larga trayectoria como dibujante, desde bocetos hechos en la propia Academia de Artes Plásticas allá por la década de los setenta hasta los trazos reposados y firmes de dibujos más contemporáneos.
La muestra, embriagada primeramente con la música del guitarrista Eliezer Travieso y luego con las anécdotas del propio artista de cómo el dibujo ha sido parte de su vida; dio paso al otro yo del autor, como lo asegurara Bertha Beltrán Ordóñez, curadora de esta expo personal que desde la entrada ya te plantea el decursar y el descubrimiento de un Gamayo apasionado y amante de la poesía, plasmando en sus dibujos el nombre artísticos de sus obras, tal es el caso de “…Uno de tus dibujos no lo pude soltar”, “Mi verso crecerá bajo la hierba”, “Así es como lleno mis horas”, entre otras ideas que aluden al romance entre pluma, carboncillo, lápiz, óleo y lienzo.
Esa fascinación por la figura humana, sobre todo la femenina, afianza la idea del creador, del DaVinci criollo, de la representación del estado material del cuerpo y de la fantasía con que vuela, más allá del verso convertido en imagen, el imaginario de Manuel Gamayo Cordero.
Ese atisbo de libertad con que dibuja el artista, sin miramientos por la desnudez, perfecto e imperfecto cuerpo que se deja llevar por el trazo preciso de la pluma, el recorrido de la tinta que moldea un rostro, unos dedos, los cabellos largos que admiran a Velázquez, a Durero, a la superficie de unos senos bien formados que preguntan el comienzo de la vida, el tiempo, el secreto bajo la piel, la culpa de la carne expuesta solo en la mente del espectador.
Sincronía entre boceto, frase, mosaico tejido entre imágenes decodificables por el potencial ilustrativo de la muestra en cuestión dando paso a toda una sección de collages que se entrelazan en el tiempo, “en un mismo escenario”, en honor a “un precursor”, “al triste”, a la “gaviota” sin plumas, a los recuerdos de épocas pasadas.
Tal vez, estas resulten lo mejor de toda la exposición por la carga un poco más conceptual y no tan ilustrativa como el resto de las obras.
Además, un espacio dedicado a las “retraturas” como él las llama, resulta íntimo, dedicado a los amigos y conocidos del autor, la representación caricaturesca a medias, de estas personas que comparten su día a día.
Sin dejar atrás, por supuesto la figura cimera del Quijote, conservadora, españolizada, castellanizada. La visión además del maestro Martí, entre versos rasgados, en homenaje a la literatura, a lo límpido de las letras, a los “versos libres”.
Esta puesta es para apreciarla con calma y mesura, descubrir los secretos de los collages o para apreciar la técnica de los dibujos en sí, sin importar la etapa, sin el mancebo o el maduro, es todo un regalo de años sin resultar un camino; es la certeza de saberse dibujante.
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