Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, las relaciones interpersonales contribuyen a la formación de nuestra identidad y son fundamentales para establecer nuestra autovaloración y autoestima. Las relaciones que construimos nos permiten crecer. Compartir puntos de vista diferentes nos ayuda a asumir una postura más abierta y flexible hacia el mundo que nos rodea y potencia la empatía, la tolerancia y la inteligencia emocional. Numerosos estudios han demostrado que contar con una sólida red de apoyo social no solo actúa como un agente protector contra numerosas enfermedades sino que también nos añade años de vida. Lamentablemente no siempre sabemos sacarle el mejor partido a las relaciones interpersonales y a menudo nos vemos inmersos en vínculos conflictivos y tóxicos que interfieren en nuestro bienestar.
El conflicto es una situación en la cual dos o más personas con intereses distintos entran en confrontación, oposición o emprenden acciones mutuamente antagonistas, con el objetivo de dañar, eliminar a la parte rival o arrebatarle poder de algún tipo en favor de la propia persona o grupo.
Es un proceso de interacción social que se da en un contexto determinado, una construcción social, una creación humana diferenciada de la violencia ya que puede haber conflictos sin violencia aunque, por lo general, no hay violencia sin conflicto. Se trata de un asunto en el que existe oposición de intereses, necesidades y valores no satisfechos, en el que es habitual que la satisfacción de las necesidades de una de las partes impida la satisfacción de las de la otra.
¿Por qué surgen los conflictos en las relaciones?
Las dificultades pueden surgir por múltiples razones. Lo más usual es que exista en la base una incapacidad para resolver los conflictos de manera asertiva. Debemos tener en cuenta que el encuentro entre dos personas es el encuentro de dos mundos, de dos perspectivas que no siempre tienen por qué coincidir. La manera en la cual manejemos esas discrepancias es fundamental para mantener relaciones que nos nutran o, por el contrario, sumirnos en una espiral que acentúa los problemas.
Cuando ocurre un conflicto de intereses, podemos asumir una postura flexible y abierta al diálogo o podemos parapetarnos detrás de nuestras creencias y profundizar aún más la brecha hasta que sea insalvable.
La manera incorrecta de enfrentar los conflictos a menudo proviene de nuestra infancia, quizás se trata de un estilo de comunicación aprendido de nuestros padres o de alguien cercano. En otras ocasiones los problemas se crean debido a los estereotipos, creencias erróneas y sesgos cognitivos. En el origen, siempre se encuentra una valoración inadecuada, ya sea de la situación o de la otra persona. Un error muy común que cometemos en la comunicación es pensar que los demás saben lo que queremos. De esta forma, por ejemplo, si nuestra pareja no adivina nuestros deseos nos enfadamos porque creemos que tiene la obligación de descubrir lo que pensamos.
Otro problema que suele afectar profundamente las relaciones interpersonales, ya sea en la comunicación entre familiares, amigos o en la pareja consiste en utilizar un estilo comunicativo indirecto. ¿De qué se trata? Es cuando preferimos irnos por las ramas y echar mano a quejas de carácter general en vez de afrontar el tema directamente, expresando nuestra opinión y sentimientos de manera clara y objetiva. Obviamente, una comunicación de este tipo no ayuda a resolver el problema, más bien crea tensión y malestar que aumentan paulatinamente.
¿Cuáles son las consecuencias más comunes de los conflictos?
Todos los problemas que surgen en el marco de las relaciones interpersonales no nos afectan de la misma manera ni con la misma intensidad. No obstante, cuando el problema es grave y la otra persona es significativa para nosotros, podemos sufrir por ellos, inclusive podemos presentar cuadros depresivos o sumirnos en un estado de ansiedad que puede desembocar en un ataque de pánico.
Otras veces reaccionamos con violencia y dejamos crecer la ira y el rencor dentro de nosotros. Reprimir estas emociones es muy dañino pero volcarlas sobre los que nos rodean, que probablemente no tienen la culpa de lo ocurrido, es aún peor porque solo sirve para agudizar esa sensación de incomprensión, falta de comunicación y sentimientos de soledad. En otros casos, los conflictos en las relaciones provocan profundos sentimientos de culpa y desencadenan un círculo vicioso de pensamientos y emociones negativas que nos pueden llevar a poner en entredicho nuestra valía como persona. Una de las consecuencias más graves es la pérdida de la confianza. Hay personas que al ser heridas comienzan a desconfiar de los demás y adoptan una actitud distante con el objetivo de no volver a sufrir experiencias similares, es como si se pusieran una coraza para relacionarse con los otros.
Es posible anticiparse al conflicto si se reconocen los indicios del mismo. Estos siguen una secuencia ascendente respecto al nivel de tensión y de lucha entre las partes enfrentadas. Veamos.
1. Incomodidad: Hay algún aspecto en el entorno o en la relación que no funciona tal y como lo estaba haciendo hasta el momento. Es la sensación intuitiva de que alguna cosa no va bien aunque no se sepa exactamente de qué se trata.
2. Insatisfacción: Se trata de una autopercepción en la que una de las partes no se siente a gusto ante una nueva situación o se ha producido un cambio ante el cual se tienen una sensación de incertidumbre. De estas derivan discusiones momentáneas.
3. Incidentes: Pequeños problemas que implican discusiones, resentimientos y preocupaciones ya que no se tienen en cuenta o se dejan a un lado.
4. Malentendidos: Las partes hacen suposiciones, generalmente a causa de una mala comunicación, poca compenetración o percepciones diferentes de una misma situación, lo cual puede llegar a distorsionar la realidad. El contexto juega un papel muy importante ya que habitualmente no ayuda sino que incrementa los rumores.
5. Tensión: La situación se rodea de prejuicios y actitudes negativas distorsionando la percepción de la otra parte implicada.
6. Crisis: Las partes actúan ante la situación de manera unilateral. Se pierden las buenas formas dando paso a los insultos, la violencia y la lucha abierta.
Los conflictos en la vida cotidiana son inevitables. Suceden entre dos o más personas, a veces entre equipos o grupos humanos con diferentes intereses y expectativas. Esto hace que su gestión sea algo clave, ya sea evitando argumentos, disputas, pugnas duraderas o litigios y actos de violencia. Los conflictos pueden gestionarse bien si se toman medidas a tiempo para diluir el enojo y facilitar la comunicación, o sea que se pueden resolver aplicando una serie de estrategias.
Es importante recordar que todo es negociable y que cualquier idea puede ser buena a la hora de intentar resolver un conflicto. Mantener una perspectiva de comprensión y una actitud proactiva y colaborativa ayudará a encontrar una solución rápida y satisfactoria para todas las partes implicadas.
En nuestro próximo encuentro te comentaré sobre las estrategias que se pueden utilizar para solucionar conflictos. Por lo pronto te dejo estas breves recomendaciones: Mantén la calma, escucha para entender al otro, encuentra algunos puntos en común, expón los argumentos con tacto, ataca el problema y no a la persona, y evita el juego de la culpa, porque en términos generales averiguar quién es culpable no aporta nada si el objetivo es solucionar un problema. A la hora de solventar un conflicto el hecho de culpar solo sirve si reconocemos nuestra culpa en algún aspecto.
Y por último: No olvides que el diálogo es la mejor herramienta para reconstruir relaciones y recuperar confianza. El diálogo sincero, abierto y desprejuiciado permite contar cosas difíciles y crea el espacio para que se cuenten. No significa aceptar, ni justificar, ni perdonar, sino solamente tratar de escuchar la versión del otro.
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