Eventos vitales, Cruz Roja
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Eventos vitales: Situaciones de la vida que alteran el equilibrio emocional

En la práctica clínica diaria el médico se encuentra con personas que presentan un malestar general inespecífico que no se corresponde con una enfermedad orgánica o mental concreta. En estas situaciones el profesional de la salud debe proporcionar una atención integral en la que es necesario tener en cuenta los aspectos biopsicosociales y espirituales del ser humano, ello permite en la mayoría de los casos encontrar un diagnóstico y una respuesta a los problemas de salud sin necesidad de someter al paciente a pruebas o exámenes complementarios que, por lo general, son innecesarios y con resultados normales.

Suele suceder que esa sintomatología (psíquica, somática, o ambas), es derivada de problemas personales o de relación y otros relacionados con el entorno, o sea, con el medio en que vive y se desarrolla el individuo. Y es que los sucesos o eventos vitales pueden influir en nuestra salud y en nuestra vida de manera significativa, en ocasiones conllevan a un momento de crisis, aun en el caso en que el sujeto afectado no tenga antecedentes de trastornos mentales.

Cuando los psiquiatras y psicólogos hablamos de eventos vitales nos referimos a cambios importantes en la vida de una persona que alteran el equilibrio emocional y que requieren un ajuste ante la nueva situación. Dicho en otras palabras: son los hechos o sucesos que resultan relevantes en la vida de los sujetos y que estos reconocen como importantes para su cambio evolutivo. Son diversas situaciones psicosociales tan dispares como: el matrimonio, el divorcio, el nacimiento de un hijo, la pérdida de un familiar o persona allegada, el comienzo de la vida laboral, la pérdida del trabajo, el cambio de residencia, el embarazo, los conflictos familiares, laborales y de pareja, violaciones, catástrofes naturales (huracanes, terremotos, tornados), problemas legales y económicos, entre otros.

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La investigación basada en este campo no se centra sólo en un suceso concreto sino también en la acumulación de varios de ellos ocurridos durante los últimos años, habitualmente los dos últimos,  por eso se les conoce como estrés reciente.

El empleo de este enfoque de investigación, seguido por Thomas H. Holmes, presupone estudiar la relación entre el estrés y la salud analizando el efecto simultáneo de múltiples sucesos vitales experimentados por una persona, es decir, un conjunto o sumatoria de estos. Por otra parte dicho enfoque asume que la vulnerabilidad atribuida a los sucesos vitales actúa de forma no específica sobre cualquier tipo de enfermedad o trastorno, tanto físico como mental. Es indiscutible y fácil de comprender que no es lo mismo tener que enfrentar y resolver una situación estresante que varias a la vez. Enfrentar varias a la vez implica movilizar más recursos personales y del medio, más esfuerzo, más tensión, más desgaste.

En relación con el inicio de un trastorno o enfermedad, los sucesos vitales pueden ser entendidos como factores predisponentes o precipitantes.

Los factores predisponentes están generalmente constituidos por hechos ocurridos durante la infancia, como el maltrato infantil, pérdida de algún padre o separación de la familia original. Los factores precipitantes son cambios vitales recientes, por ejemplo, ruptura matrimonial, pérdida del empleo y embarazo no deseado, a raíz de los cuales se desencadenan las enfermedades y trastornos. La historia de sucesos traumáticos infantiles puede incrementar  la vulnerabilidad individual a los sucesos vitales recientes.

joven, alteración emocional
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Esta orientación basada en el concepto de cambio vital ha recibido varias críticas. Desde la perspectiva de la sociología algunos autores han sugerido que aunque todo cambio es potencialmente peligroso porque requiere algún grado de reajuste, no deberían aceptarse esta noción sin ciertas reservas, ya que el cambio es una característica normal e inexorable para cada nivel de vida social y de edad.

Para entender lo que esto significa basta con observar cómo los mismos acontecimientos no influyen de igual manera en todas las personas. Lo que resulta dañino para unos, no resulta dañino para otros.

Por ejemplo, un divorcio puede ser devastador para algunas personas, no así para otras. Cambiar de trabajo o vivienda suele afectar a ciertos individuos, no a todos. Una enfermedad crónica puede ser asumida por alguien como una gran desgracia y le deprime, pero otro en su lugar se ajusta rápidamente a la nueva situación y hace los cambios necesarios en su estilo de vida, con optimismo, para convivir con su enfermedad.

Esto pone en evidencia que no es tanto el cambio por sí mismo, sino la cualidad del cambio y el menor o mayor significado que tenga para la persona que lo experimenta, lo que lo hace potencialmente negativo. Así los cambios que son indeseables, rápidos, inesperados, no normativos e incontrolados parecen ser mucho más dañinos que los cambios deseados, esperados, habituales y controlados. Está claro que no es lo mismo un embarazo deseado y planificado que uno no deseado ni planificado.

En realidad, el hecho de que existan notables diferencias individuales en la adaptación al estrés sugiere que este se produce principalmente por una interacción entre el individuo y el medio en que se desarrolla, y no únicamente por las características naturales de los estresores. El significado de una crisis no reside en la situación sino en la interacción entre la situación y la capacidad de la persona para superarla.

Las personas tienen diferentes habilidades y capacidades en las situaciones sociales a la hora de afrontar los problemas. No todas tienen la misma capacidad para controlar sus respuestas emocionales, ni la misma motivación y compromiso personal ante una determinada situación.

El concepto de estrés hay que entenderlo también desde el nivel colectivo, ya que la capacidad individual para hacer frente a los problemas está influida por las instituciones de la sociedad, tales como la familia y la escuela, organizaciones que deben estar diseñadas para desarrollar las habilidades y competencias necesarias con el objetivo de afrontar las exigencias que la vida impone.

El crecimiento personal implica poseer estrategias adecuadas de afrontamiento a los problemas y situaciones conflictivas que suelen devenir en eventos vitales o estresantes. Las personas deberían aprender a mantenerse “en control”. Por supuesto, esto no siempre resulta fácil. En tal sentido es de gran ayuda ver la vida como fuente de constantes retos y no como fuente de frecuentes catástrofes. Debe tenerse en cuenta que todo problema puede tener su solución, y de no tenerla entonces hay que aceptar esa realidad y reajustar planes, proyectos y actitudes.

La capacidad adaptativa del ser humano es insospechada. A veces las personas no tienen idea acerca de su propia capacidad de resistencia e innovación. Todos tenemos un caudal de posibilidades para afrontar situaciones difíciles, sólo basta con tomarse su tiempo, analizar, trazar estrategias, buscar ayuda, y emprender el camino hacia las soluciones.

No postergar los problemas, enfrentarlos en su justo momento con optimismo, valentía y autoconfianza, son elementos que se deben tener en cuenta para resolverlos y no tener que cargar con ellos como un saco pesado en las espaldas.

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