Por el sostenido vínculo del extinto arquitecto argentino Rodolfo Livingston (agosto 22 de 1931– enero 6 de 2023), con la mayor de las Antillas durante gran parte de sus 91 años, resulta razonable su expresión: “Mi alma es cubana”, manifiesta en el libro Cuba existe, es socialista y no está en coma, en el que reconoce como, en medio de tantas dificultades económicas, “Cuba no se limita a su frontera. Si no existiera Cuba, tendríamos que inventarla”.
Con toda razón, quienes le conocieron bien en su país y en esta tierra que lo acogió como un hijo, lo distinguen como un ser humano muy especial, por sus cualidades personales e incuestionables méritos profesionales; la manera en que se consagró al solidario movimiento Chau Bloqueo y la admiración que sintió por el líder de la revolución cubana Fidel Castro, desde que combatía a la tiranía batistiana y con quien sostuvo un emotivo encuentro.
La propia Irene Rosa Perpiñal, fundadora —junto a su esposo Eladio González (Toto)— del Museo Ernesto Che Guevara y el solidario grupo Chau Bloqueo, lo recuerda como “un hombre divertido, rebelde, creativo, generoso y muy trabajador; una persona de acción, que hacía realidad sus sueños sin vanagloriarse de ello. Y su libro —publicado en 1993— fue motor impulsor de miles de argentinos que nos contactaron para apoyar a Cuba en aquellos momentos tan difíciles, debido al derrumbe del campo socialista en Europa y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense a la isla”.
Livingston figuró entre los que organizaron paquetes, como integrante del grupo —precisa Irene—: “un movimiento que, en cuestión de siete años, envió a Cuba 760 toneladas de recursos destinados a la salud pública, educación, los medios de comunicación y otros organismos, además del sostenido intercambio de correspondencia”.
Sobre la intensa vida del solidario argentino el distinguido artista y radialista holguinero Martín Arranz precisó que vino por primera vez a Cuba en 1961, cuando se desarrollaba la Campaña de Alfabetización en todo el país y poco después de la victoria contra la invasión mercenaria por Playa Girón, para participar en un Congreso Latinoamericano de Arquitectos, representando a la Facultad del Chaco, donde estudió y trabajó.
Como tenía decidido ponerse al servicio del proceso revolucionario —que en aquellos momentos desarrollaba la Reforma Agraria, los servicios gratuitos de educación, salud y cultura—, en vez de quedarse en La Habana, trabajó durante dos años en la construcción de un asentamiento poblacional en la localidad rural de Turey, Baracoa, conjuntamente con los hombres que las habitarían con sus familias, para lo cual hubo que desbrozar un manglar y construir un terraplén de acceso al lugar, donde surgieron las primeras 49 viviendas colindantes con la carretera Mabujabo. Luego sumaron otras 62, para pobladores de algunas zonas intrincadas del municipio.
Aunque eran años muy intensos, nada detuvo a Livingston. Cumplió su propósito y regresó a Argentina, donde se desempeñó como profesor en tres universidades, sin quitar los ojos de lo que sucedía en Cuba, a donde regresó en 1991, para participar en la Tercera Conferencia Internacional de Arquitectura y Urbanismo, convirtiéndose entonces en supervisor del programa denominado Arquitectos de la Comunidad, que había propuesto, y en ese empeño recorrió casi todo el país, bajo la premisa de que, “en la concepción y concreción de los espacios habitacionales resulta imprescindible el coprotagonismo de quienes en ellos van a residir”.
De esa manera visitó Camagüey, Trinidad, Cienfuegos, Sancti Spíritus, Santiago de Cuba, Cayo Hueso en La Habana y las ciudades de Holguín y Gibara, donde interactuó con profesionales de varios sectores y, por supuesto, Baracoa, donde recibió el abrazo agradecido de los obreros devenidos constructores y sus familias, sobre cuyo acontecimiento confesó, que fueron muchas las emociones. “Recibí 600 abrazos en mi barrio de Baracoa, entre árboles muy altos, y fue la experiencia más intensa que tuve en mi vida”.
Durante sus frecuentes viajes dictó seminarios y conferencias, sin embargo, era tal su modestia que en una extensa entrevista concedida a la escritora chilena Martha Hanaecker afirmó:
Yo no traje a Cuba ningún modelo nuevo de vivienda, ni planos, ni materiales, ni modas. Mi aporte fue haber logrado juntar a los clientes con los arquitectos y a estos con su propia creatividad. Todo estaba allí.
Sobre el diálogo sostenido con el líder cubano Fidel Castro, cuya personalidad histórica ocupaba un sitio privilegiado en su memoria, comentó en la propia entrevista concedida a la chilena Martha Hanaecker:
¡Imagínate!, Fidel es Fidel: todo el mundo habla de Fidel, y como a todo el mundo le pasa, quería ver a Fidel vestido de Fidel, ver la barba de Fidel, el gorro de Fidel, creía que estaba en una película, no lo podía creer; y lo logré: vi a Fidel. Conversamos, le conté todo el plan de los arquitectos de la comunidad, lo escuchó muy atentamente y casi sin interrumpir.
Livingston fue autor de diez libros, columnista del periódico Juventud Rebelde durante dos años; excelente orador que exponía con claridad sus ideas renovadoras y siempre apoyó la justa causa cubana, manifestando su confianza en que todo pasaría como comentó con el también promotor de la música porteña, Martín Arranz: “Cuba no está sola, gente como vos es la que sostiene a esta Cuba que no se cae”.
A Fidel Castro y Martín Arranz les regaló sendos ejemplares de su libro Cuba existe, es socialista y no está en coma. También publicó Cuba rebelde. El sueño continúa, en el cual abordó la renovada y convincente resistencia de este pueblo, bloqueado y constantemente hostigado por el imperio estadounidense.
En sus 91 años de vida jamás hizo algo por interés personal porque, como explicó: “Ya yo fui rico cuando era chico. Serlo no fue la ambición de mi vida”. Convicción que lo acercó al concepto martiano de que: “La sencillez es la grandeza. Amar es el modo de crecer”.
Con toda razón el holguinero Martín Arranz, los argentinos Eladio González (Toto) e Irene Perpiñal, y muchas otras personas de ambos países, que lo conocieron bien y compartieron sus nobles ideas y desempeños, prefieren recordarlo vivo, enfrentando nuevas batallas; y como comentó el inquieto Toto, Livingston estaría entre los que continúan levantando banderas contra el bloqueo y por la retirada de Cuba de la espuria lista de supuestos países que patrocinan el terrorismo.
Coinciden Irene, Toto y Arranz en que la mejor y definitiva cura de tantos males, como los que sufren Palestina y otros países, incluyendo a la propia Argentina, la propuso el Che —coterráneo de la digna pareja y de Livingston, que lo consideró su amigo—: “Sólo la muerte del capitalismo salvará a la humanidad”.
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