Este 11 de julio se cumplen 224 años del nacimiento del consagrado filósofo y pedagogo cubano nombrado como José Cipriano Pío Joaquín, pero trascendió por su primer nombre, acompañado de los apellidos de la Luz y Caballero, que honró durante toda su vida.
Cada actuación suya irradiaba luz y era un caballero en todo el sentido de la palabra, como resultado de la educación brindada por sus padres, Antonio José María y Manuela Teresa de Jesús, quienes inspiraron su formación académica y filosófica, con notables aportes al desarrollo de la nacionalidad cubana.
Como al decir de José Martí: “la luz es el gozo supremo de los hombres”, Pepe, como era familiarmente llamado, comenzó a iluminar su camino desde los 12 años de edad con el estudio del latín y la Filosofía, en el convento habanero de San Francisco. A los 17 años se tituló de bachiller en Filosofía en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana.
Cursó la carrera de sacerdocio en el Real Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio de La Habana; venció el Bachillerato en Leyes, teniendo como maestro al presbítero Félix Varela y profundizó en las doctrinas de enciclopédicos maestros europeos del Siglo XVIII como Locke, Condillac, Rousseau, Newton y Descartes.
Después, entre 1824 y 1828, se desempeñó como director de la cátedra de Filosofía en esa propia institución, tras vencer las pruebas de oposición y cuya responsabilidad tuvo anteriormente su condiscípulo y amigo, José Antonio Saco, aplicando ambos, con fidelidad, la metodología y doctrinas aprendidas del maestro Varela.
En 1836, de la Luz y Caballero se graduó de abogado en la Academia de Puerto Príncipe; entre 1838 y 1840 se desempeñó como director de la Real Sociedad Patriótica de La Habana, tras ocupar el cargo de vicedirector; y tomó parte en el frustrado proyecto de establecer una Academia Cubana de Literatura. También, entre 1835 y 1842, ocupó responsabilidades en la Sociedad Económica Amigos del País
Acompañando sus escritos periodísticos con varios seudónimos, como Un Habanero, El Justiciero, Un Amante de la Verdad y El Amigo de la Juventud, colaboró, entre 1840 y 1850, con varias publicaciones como el Faro Industrial de La Habana (1844); la Revista de La Habana (1853-1854); y a partir de 1841 fue Socio Correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Barcelona.
Escribió discursos e hizo frecuentes traducciones de obras clásicas, como resultado del dominio de los idiomas inglés, francés, italiano y alemán; y resulta imposible no destacar su magnífica compilación de ´Aforismos´, con notas breves de pensamientos religiosos, patrióticos, científicos y humanos, escritos durante su vida, que perdió el 22 de junio de 1862.
Durante los años 1883 al 1785 viajó por Egipto y Siria; en 1828 a Estados Unidos de América y un año después recorrió Inglaterra, Escocia, Francia, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Suiza, Alemania e Italia, donde conoció a renombrados intelectuales como Goethe, Humboldt, Michelet y Walter Scott.
Aunque era un sabio, jamás dejó a un lado su humildad. De ahí que José Martí, al conocerlo en persona quedó impactado con la manera amable, educada y serena con que lo trató y en ese sentido expresó: “…Yo era pobre, yo era muy pobre y muy infeliz ante él, y me trató siempre como a un hermano y como a un monarca”.
Al recordar en 1875 su deceso, dijo el Maestro: “Los niños se agruparon a la puerta de aquel colegio inolvidable; los hombres lloraron sobre el cadáver del maestro: la generación que ha nacido siente en su frente el beso paternal del sabio José de la Luz y Caballero”. Él “pudo ser abogado, con respetuosa y rica clientela, y su patria fue su única cliente. Pudo lucir en las academias sin esfuerzo su ciencia copiosa, y solo mostró lo que sabía de la verdad, cuando era indispensable defenderla (…) supo cuánto se sabía en su época; pero no para enseñar que lo sabía, sino para transmitirlo¨. En fin, que, José de la Luz y Caballero “sembró hombres”.
En su homenaje, diversos centros educacionales del país, como la Universidad de Ciencias Pedagógicas de Holguín, llevan su nombre y se defiende el más conocido de sus aforismos: “Instruir puede cualquiera, educar sólo quien sea un evangelio vivo”.
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