Caperucita Roja
El nombre síndrome de la Caperucita Roja se ha asignado de manera popular, no aparece como un diagnóstico en los manuales de psiquiatría. Foto: (Archivo)

Síndromes populares que no clasifican como enfermedad en manuales diagnósticos

En los últimos años aparecen con frecuencia en las más diversas publicaciones muchos síndromes que no constituyen como tal un diagnóstico psiquiátrico y que no aparecen en ninguna de las clasificaciones de los trastornos mentales disponibles en la actualidad. Las más conocidas y utilizadas son el DSM 5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) y la CIE 11 (Clasificación Internacional de Enfermedades, 11.a revisión, de la Organización Mundial de la Salud), que constituyen una estandarización internacional de la información de diagnóstico en el ámbito de la salud.

Tal vez has escuchado sobre algunos de esos síndromes, están en la calle, en el lenguaje cotidiano, y aunque implican malestares emocionales, muchas veces con pérdida del bienestar e incapacidad para afrontar adecuadamente situaciones de la vida, no constituyen una enfermedad. Aquí relaciono siete de ellos.

El Síndrome de Caperucita Roja. Su nombre alude al reconocido cuento del escritor francés Charles Perrault. Hace referencia a la incapacidad de reconocer lo nociva que puede ser una persona dentro de una relación social lo que provoca que tienda a establecer relaciones personales y sociales con ‘sujetos lobos’, con lo que podrían estar sometidas a un trato insano y poco conveniente en el marco de la salud psicosocial.

Síndrome de Peter Pan. Lo constituye el conjunto de características que sufre una persona que no sabe, o no quiere, aceptar las obligaciones propias de la edad adulta y se comporta como un eterno adolescente por lo que no puede desarrollar los roles de esa etapa de la vida (adulto, padre, pareja, trabajador responsable) que se esperan según su ciclo vital o desarrollo personal.

Hombre, parque infantil
El síndrome de Peter Pan hace referencia a personas inmaduras, egocéntricas e inseguras, incapaces de asumir responsabilidades y actuar de forma adulta. Foto: Tomada de La Gaceta

Síndrome de Wendy. Se manifiesta en una necesidad absoluta de satisfacer al otro, principalmente la pareja y los hijos. Esta conducta se debe al miedo al rechazo y el abandono. Por razones culturales es más frecuente en las mujeres que en los hombres.

Síndrome de Estocolmo. Define el fenómeno de la atracción que algunos rehenes suelen sentir por sus secuestradores, con los que llegan a identificarse, comprender y justificar. Es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador o retenedor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor.

Síndrome del nido vacío. Se caracteriza por la presencia de diferentes síntomas físicos y emocionales, los cuales tienden a aparecer después de que los hijos abandonan el hogar para independizarse. Esta situación puede afectar a cualquier padre, sin importar su sexo, edad, empleo o sus intereses familiares.

Síndrome de los abuelos golondrinas. Conforme aumenta la edad las probabilidades de padecer enfermedades y perder autonomía son mayores. Con esto, la pérdida de funcionalidad e independencia van de la mano. Se le llama “abuelo golondrina” a la persona mayor que es acogida por sus hijos en cada uno de sus domicilios de forma rotatoria o temporal.

Síndrome del impostor. ¿Alguna vez has ido a trabajar pensando que eres un fraude? ¿Estás convencido de que las personas adivinarán tus intenciones y se darán cuenta de que no sabes de lo que hablas? ¿Te aterra el fracaso? Este es un fenómeno psicológico en el que una persona siente que no es merecedora de sus éxitos y logros, y que en cualquier momento será descubierta como un fraude. A pesar de pruebas objetivas de competencia y éxito, las personas que lo experimentan tienden a atribuir sus logros a la suerte o a factores externos, en lugar de a sus propias habilidades y esfuerzos. Esta sensación de ser un “impostor” puede causar ansiedad, estrés y menoscabar la autoestima de la persona afectada.

La lista de este tipo de síndromes puede llegar a ser muy extensa, solo he mencionado los que tal vez sean los más conocidos. Todos ellos han sido objeto de la atención de psicólogos, psicopedagogos, trabajadores sociales y educadores, fundamentalmente. También se ha producido una extensa bibliografía  en numerosos libros y publicaciones en revistas especializadas.

En este punto considero oportuno retomar las consideraciones iniciales e insistir en la idea que me motivó a escribir sobre este tema.

Estos conceptos no están acuñados de manera profesional en el campo médico ni psicológico, están más relacionados con el lenguaje popular. No constituyen una categoría diagnóstica y por tanto no deben considerarse enfermedades, aunque es evidente que reflejan situaciones y desajustes emocionales que socaban el bienestar de las personas.

En próximos encuentros comentaré con más detalles sobre cada uno de estos populares síndromes.

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