central, cuba neocolonial

Centrales azucareros y la vida cosmopolita

Al viajar por los campos cubanos podemos observar esos centrales azucareros con sus chimeneas rodeadas de apacibles bateyes. El visitante se puede engañar si considera que la base de esos pequeños centros urbanos está en la vida reducida de una aldea. La industria azucarera está estrechamente vinculada a una intensa vida cosmopolita.

El azúcar permitió crear la superestructura de transporte que unió definitivamente a la isla. Primero fue el Ferrocarril Central, creado en 1902, en el preámbulo del gran asalto de la industria azucarera al oriente y el centro de la isla y luego la Carretera Central que unía a La Habana con las demás provincias. Con el desarrollo azucarero se construyeron vías férreas, carreteras y terraplenes que unieron la mayoría de los pueblos de cierta importancia.

Los centrales eran nudos de comunicación. De otra forma no podían sobrevivir. Todos los adelantos de la tecnología de las comunicaciones y el transporte eran rápidamente insertados en su maquinaria productiva. Desde el ferrocarril hasta el transporte automotor pasando por el telégrafo, el teléfono y las plantas de comunicación por microondas estaban presentes en el batey. Incluso una parte considerable de estos centrales tenían pequeños campos de aterrizaje para aviones. El central se convirtió en un centro cosmopolita. Sus dueños muchas veces eran extranjeros o residían en otros lugares de Cuba. Entre sus empleados y obreros industriales y agrícolas abundaban los extranjeros o los naturales de diversos confines del país. La industria azucarera produjo una migración interna sin precedentes en la historia del oriente y parte del centro de la isla.

El poeta cubano Pablo Armando Fernández, en un recuento de su niñez, en el central Delicia, en el norte de Oriente, nos deja un testimonio interesante sobre los hombres y mujeres que hicieron ese prodigio que es el azúcar cubano:

“La fundación del central data de 1911 y su población estaba constituida fundamentalmente por españoles que emigraron a Cuba (…) por algunas familias cubanas (…) millares de emigrantes de las islas menores del Caribe…En Delicias también abundaban los chinos (…). Y había sirios y libaneses. Atraídos por el auge económico (…) llegaron (…) hombres de otras procedencias y nacionalidades: Puertorriqueños, dominicanos, venezolanos colombianos, mexicanos” (1).

La población de la ciudad de Banes, en el norte de Oriente, es un ejemplo elocuente de esta situación. Esta ciudad estaba en el centro del gran emporio azucarero de la United Fruit Company. En 1911 el 7.1 por ciento de sus vecinos habían nacido fuera de la isla. Tal composición demográfica se repite en muchos poblados azucareros. Esto permitió crear cierto matiz cosmopolita en todo el país. La afirmación del poeta Pablo Armando Fernández que era más fácil viajar desde su natal central Delicias, en el oriente de Cuba, a New York que a cercanas ciudades como Holguín o Tunas no es producto de la imaginación artística. Los centrales azucareros en ocasiones tenían comunicaciones más fáciles con Haití, Jamaica o los Estados Unidos que con las cabeceras de los municipios a los que pertenecían. En el territorio de la actual provincia de Holguín había diez centrales azucareros que atrajeron a una gran masa de antillanos y españoles,  hombres y mujeres de diversos países y de diferentes regiones de Cuba.

Hay un caso muy singular de esa atracción de la industria azucarera trayendo a sus campos personas de los más remotos confines del mundo. La Primera Guerra Mundial había comenzado en agosto de 1914. Cuba se mantuvo neutral hasta 1917 que luego de la entrada de Estados Unidos en la guerra también lo hizo. Antes de entrar en el conflicto como país neutral los buques mercantes alemanes que se encontraban en sus puertos y no los abandonaron en un plazo establecido fueron ocupados por el Estado cubano. Según las normas internacionales estos deberían de permanecer bajo la autoridad cubana hasta el fin de la guerra.

En Cuba pronto surgió un problema: ¿Qué hacer con los marinos de estas embarcaciones? No podían considerarse como prisioneros de guerra, pues la mayor de las Antillas no participaba en la contienda. Tampoco se les podía dejar ir libremente pues estaban bajo la responsabilidad del gobierno cubano.

El presidente de la República, Mario García Menocal, le encontró una interesante e interesada solución a este problema. Los envió al central Chaparra, perteneciente a una compañía azucarera estadounidense. Él había sido administrador de esa fábrica y mantenía estrechos lazos con sus propietarios.

La escritora española Eva Canel, que realizó un recorrido por toda la isla en 1914, coincidió en el mismo barco de cabotaje donde estos marinos alemanes eran trasladados desde La Habana hasta Chaparra. Escribió un libro de recuerdo sobre su viaje por la mayor de las Antillas. La obra se llama Lo que vi en Cuba. Fue publicada en 1916. Pero más recientemente la editorial Oriente de Santiago de Cuba publicó los capítulos sobre el recorrido de esta viejera por esta región. Eva reflejó la impresión que le causó el traslado de los marinos alemanes desde el puerto de La Habana hasta el central Chaparra en el Oriente de Cuba.

La escritora española era una simpatizante de la causa alemana por lo que miraba con admiración a estos marinos. Lo que no conocían estos jóvenes es que se habían salvado de participar en una de las mayores matanzas organizadas por los hombres. Pero veamos las impresiones que causaron en Eva Canel. Es esta una de las pocas narraciones que existen sobre esta página desconocida de la historia de la industria azucarera.

“En el embarcadero (2) de Chaparra (3) dejamos unos quince o veinte alemanes procedentes de los barcos internados en la Habana”.

“Al despedirse desde la cubierta, de los compañeros que se divisaban a lo lejos, en el fondo de la bahía habanera, algunos de estos jóvenes, fuertes y serenos, con una fuerza de voluntad pasmosa para dominar sus impresiones, llevaba el pañuelo a los ojos disimuladamente, volviendo en seguida a tomar parte en la conversación agitando el pañuelo hacia los barcos que acababan de abandonar”.

“Sólo uno de ellos hablaba castellano, pero todos según me dijeron eran de instrucción superior a la del obrero, y sin embargo, no pasaban de ser marineros con tatuajes en las manos algunos de ellos”.

“Profunda pena sentí por estos muchachos, en tierra extranjera, sin conocer el idioma, imposibilitados de ayudar a su patria, alejándose de su hogar querido, los barcos en que navegaban, y teniendo que ganar el pan desempeñando faenas que no les son propias. Todo estaba retratado en aquellos semblantes que si no revelaban desaliento, dejar ver en cambio la más heroica de las resignaciones: la de ocultar el dolor por creer que el dolor en algunos casos deprime el honor patrio”.

“No fui yo sola la que hizo reflexiones a bordo. Los tripulantes tuvieron algo que estudiar en aquel grupo de alemanes que se condujeron con la circunspección más cumplida. Creo que habrán salido del barco muy satisfechos porque les han tratado lo mejor que se podía dentro de la clase que ocupaban”.

“Cuando al muelle de Chaparra llegó el tren que debía conducirlos al “ingenio”, todos respiramos libres de una preocupación: parece ser que en el “Chaparra” hay ingenieros químicos alemanes y en este caso ya estos pobres prisioneros en libertad encontrarían quien mirase por su vida y su suerte”. (4)

La industria azucarera cubana para mantener su altísima producción recibió en el periodo colonial a una inmensa masa de esclavos africanos, supuestos colonos chinos que eran más esclavos que colonos e incluso indios de Yucatán prisioneros de una guerra que se desarrolló en esa región. En el siglo XX una gran cantidad de antillanos y españoles arribaron a los bateyes del azúcar con la esperanza de mejorar sus vidas. Estos fueron los más conocidos pero otros muchos también formaron parte de la mano de obra que permitió a la mayor de Las Antillas convertirse en la Azucarera del Mundo.

NOTAS

1— Pablo Armando Fernández, De memorias y anhelos, Ediciones Unión, La Habana, 1998 p 24.

2—El primer embarcadero del central Chaparra se encontraba en Cascarero pero al construirse el de Cayo Juan Claro fue abandonado.

3—Chaparra. Este central después de su nacionalización en 1960 se le nombró Jesús Menéndez. Fue demolido. Actualmente es un municipio de la provincia de Las Tunas.

4—Eva Canel: Lo que vi en Cuba, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2006. Pp.28 29

José Miguel Abreu Cardet
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