Ilusionados por la libertad, algunos cubanos amanecieron el 10 de octubre de 1868 enfrentados a uno de los ejércitos más aguerridos de Europa, el español; y a esa lucha independentista se unieron muchos militares extranjeros.
Habían actuado los antillanos con despampanante imaginación tropical para fraguar una gigantesca conspiración, que se extendió por buena parte de la isla. Se dejaron engañar por la facilidad de las primeras victorias. Atacaron con éxito a guarniciones reducidas y oxidadas, por la vida regalada en la rica colonia caribeña.
El Estado español despertado del agradable letargo, en que lo sumía la riqueza cubana, se lanzó a una feroz defensa de lo que consideraba suyo. Las unidades de combate rebeldes, dirigidas por caballerosos y soñadores terratenientes convertidos en generales y coroneles por su ascendencia y simpatía entre los vecinos, fueron rápidamente derrotadas. Las familias generosas y hospitalarias, las bellas hijas de propietarios, de campesinos conocieron los desmanes de una soldadesca enardecida por las fáciles victorias. Los independentistas cubanos comprendieron que no todo se puede alcanzar con la buena voluntad. Las dos grandes desventajas de los cubanos eran la falta de recursos bélicos y de jefes y oficiales de experiencia militar, capaces de organizar y dirigir a las tropas cubanas.
Entonces se inició la gran sed, la sed de armas, parque, cañones y todo lo que sirviera para matar. También se hizo casi obsesiva en la dirección revolucionaria la sed de hombres capaces de dirigir, organizar y utilizar esas armas. Se recurrió a un grupo de dominicanos que había combatido en su país durante la guerra de Restauración en el bando hispano y residía en Cuba. Varios de ellos se unieron a las fuerzas cubanas y dirigieron con éxito las primeras operaciones militares. Muy pronto las posibilidades de encontrar hombres de experiencia se habían agotado por entero en la isla. Ya no quedaban ex militares anclados en la mayor de las Antillas a los que no se les hubiera ofrecido puestos y grados en las filas de la revolución. Incluso se intentó reclutar a militares españoles con diversas promesas si desertaban. El 28 de febrero de 1869 Carlos Manuel de Céspedes hacía un llamado a los miembros del ejército español donde expresaba: “… si algunos de vosotros queréis unirnos a nosotros con el santo lazo de la libertad venid en horabuena, que si amáis la guerra—os distinguiremos en nuestras filas según vuestros méritos”. (1)
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En el desarrollo de la contienda se produjeron algunas incorporaciones de militares españoles a las filas libertadoras. En Holguín, por lo menos dos soldados de una columna enemiga se pasaron al bando revolucionario. Hay otros ejemplos. Pero eran soldados de filas u oficiales de baja graduación que no fueron determinantes en la organización de las fuerzas libertadoras.
La emigración revolucionaria cubana, establecida en Estados Unidos y otros países, hizo un esfuerzo considerable para enviar expediciones con hombres y armas y hacer llegar parque y otros utensilios militares necesarios para un ejército en campaña. La emigración también trató de solucionar el problema de la falta de jefes con suficiente experiencia militar. Se logró enganchar en las expediciones una cantidad significativa de militares extranjeros. Algunos de ellos altos oficiales.
La guerra de Restauración de República Dominicana, la de Secesión de los Estados Unidos y la de los mexicanos contra el emperador Maximiliano fueron las grandes abastecedoras de oficiales y jefes de conocimiento a las filas insurrectas. Las numerosas guerras civiles desarrolladas en los países latinoamericanos también suministraron algunos oficiales de relieve. En este sentido se destacan Venezuela y Colombia. Por último, hasta la guerra Franco-Prusiana dio su aporte al esfuerzo independentista de estos caribeños.
Los cubanos pudieron reclutar entre los veteranos de esos conflictos a futuros generales para sus ejércitos mal organizados y peor dirigidos. De esa forma incorporaron el general sudista Thomás Jordan para dirigir la expedición independentista transportada en el buque Perrit, en mayo de 1869, y organizar militarmente a los cubanos. Jordan pasó de defensor de la esclavitud en los ejércitos sudistas a abolicionista en el Ejército Libertador Cubano. Los independentistas estaban tan necesitados de militares de experiencia que, aunque Jordán no hablaba español, llegó a ser mayor general y jefe del Estado Mayor de los revolucionarios.
El papel de estos hombres en la contienda cubana no podemos verlo por el número. Realmente fueron pocos, aunque importantes por sus conocimientos militares. En total llegaron a ostentar grados de coronel o general en las fuerzas cubanas en la guerra de 1868 un total de 30 extranjeros con experiencia militar. De ellos eran de Venezuela 10, de Francia 1, de México 6, de República Dominicana 7, de Colombia 1, de Estados Unidos 2, de Polonia 1 y de Canadá 1. Además, por los menos había tres cubanos veteranos de las guerras civiles de Estados Unidos y la de México contra Maximiliano con altos grados y cargos en las fuerzas libertadoras. (2) También varios españoles y canarios alcanzaron relevantes grados militares en las fuerzas libertadoras.
Otros extranjeros con experiencia militar ocuparon cargos y alcanzaron grados de menor relieve. Aunque en el tipo de guerra que se hacía en Cuba, donde la partida reducida era fundamental, el aporte de estos militares de grados más modestos fue importante.
Las motivaciones de estos hombres para enrolarse en las filas de los desarrapados son diversas y entran más en el campo de la biografía específica que en el de un estudio generalizador. A criterios de los diferentes estudiosos se les ha juzgado a unos como aventureros, a otros como idealistas o una suma de ambas cosas. Pero en ningún caso como mercenarios. El bando cubano, en la práctica, poco o nada podía ofrecerles en el sentido material a estos hombres.
En general existía un movimiento en la población del sur y del norte de América de solidaridad y simpatía hacia la causa del pueblo cubano. Los pueblos del Nuevo Mundo habían sufrido las depredaciones de las potencias europeas —Guerra del Pacífico, la Restauración Dominicana, el imperio de Maximiliano impuesto a México—, por lo que existía un momento favorable en el pensamiento de América hacia la sufrida isla del Caribe. Muchos de estos militares extranjeros combatieron en las filas de la revolución durante toda la Guerra de los Diez Años. Varios de ellos se mantuvieron fieles a la causa del pueblo cubano durante todo el proceso independentista. Ejemplos elocuentes fueron Máximo Gómez, Modesto Díaz, Thomás Jordán, Henry Reeve y otros muchos. No pocos murieron.
La presencia de un grupo de experimentados extranjeros en el arte militar abrió un periodo donde varios de los principales cargos del ejército eran ocupados por ellos. Un ejemplo fue en la división de Holguín, una de las mayores del Oriente del país, que entre los años 1868 y 1871 fue dirigida por los siguientes extranjeros: Amadeo Manuit, venezolano, del 23 de octubre al 2 de diciembre de 1868; Luis Marcano, dominicano, del 2 de diciembre de 1868 a marzo de 1869; Thomas Jordán, estadunidense, del 20 de mayo a junio de 1869; Máximo Gómez, dominicano, de agosto de 1869 a febrero de 1870; José M. Aurrecoechea, venezolano, de agosto a diciembre de 1870; y José Inclán, mexicano, en 1871. (3)
Holguín no fue una excepción. En Manzanillo el jefe de las fuerzas insurrectas, desde mediados de 1869 hasta marzo de 1870, fue el dominicano Luis Marcano. Posteriormente un venezolano se encargó de ese mando. El dominicano Modesto Díaz dirigió las fuerzas insurrectas de Bayamo, durante varios años. Las tropas de Jiguaní fueron comandadas por el también dominicano Máximo Gómez desde principio de 1869 hasta agosto de ese año. La división de Santiago de Cuba, quizás la más poderosa con que contaba el Ejército Libertador en Oriente, quedó bajo el mando de Máximo Gómez luego de la muerte de su caudillo local, Donato Mármol.
El general estadounidense Thomás Jordán desde mayo de 1869 hasta mediados de ese año fue Jefe del Departamento Oriental y luego Jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador. En la práctica era jefe de Camagüey donde se mantuvo operando. En este mismo periodo otros extranjeros ocuparon diversos cargos de importancia en las filas de la revolución.
En julio de 1869 de los cinco mayores generales del ejército libertador cubano en el departamento de oriente 3 eran extranjeros (4). Hay periodos entre los años 1869 y 1870 en que, prácticamente, todas las divisiones insurrectas del Oriente de la isla están subordinadas a extranjeros. Otros ocuparon altos cargos en los estados mayores y en la vida militar de cada una de estas unidades.
Estamos ante uno de los acontecimientos más peculiares de la insurrección cubana. Al mismo tiempo que se mueven poderosas fuerzas regionalistas y caudillistas se acepta el mando de extranjeros como jefes. Esto se debió a un hecho muy importante. La guerra tiene sus propias leyes. El éxito es fundamental. Para los grupos regionalistas caudillistas aceptar a estos militares extranjeros fue un indiscutible sacrificio por la unidad y la patria. Pero cuando los regionales caudillistas tomaron experiencia militar y de sus filas surgieron combatientes capaces como: Vicente García, Calixto García, Ignacio Agramonte… el papel de estos extranjeros comenzó a perder importancia. Es cierto que algunos continuaron desempeñando altos grados y cargos en las filas de la revolución como Máximo Gómez y Henry Reeve. Pero, ya no se convirtieron en una necesidad de primer orden para la supervivencia de la revolución. La destitución de Máximo Gómez y el mexicano Inclán en 1872, aunque por causas muy diferentes, demostró que la revolución contaba con jefes cubanos capaces de encargarse de la guerra. En ambos casos fue designado un cubano para ocupar el puesto que detentaban estos sacrificados extranjeros.
En el orden político los militares extranjeros jugaron un importante papel en la consolidación del gobierno centralizado de Céspedes en el oriente del país durante el año 1868. Sus victorias prestigiaron al líder manzanillero ante los demás caudillos. Aunque es indiscutible que existe un asunto claramente definido. Esos hombres actuaron con un desinterés a toda prueba. Se incorporaron al bando de los desarrapados, de los perseguidos. Ofrecieron una prueba de generosidad que les ha ganado por siempre el respeto de los cubanos.
Notas:
1- Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes, Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, T. I p. 155.
2- Escalante Carlos Amel y otros, Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba Primera parte (1510-1898) Biografías, Ediciones Verde Olivo, La Habana, 2001, T. I.
3- Jose Abreu Cardet. Holguín: Dos Siglos de Internacionalismo. Editado por la Comisión de Historia del PCC Provincial de Holguín. Holguín, 1988. p 10.
4- Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes, Escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, T I, p. 197.
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