Pánico, mambises cubanos, Cuba
Mambises cubanos. Foto archivo

El gran pánico

Cuba tiene una larga historia de pánico. Se inició con la llegada de los españoles que establecieron con su violencia irracional, una verdadera alienación en los aborígenes que se vieron inmersos en un mundo que no conocían y no tenía sentido ni posibilidades de ser intelectualizado. Pero sobre todo el estado de indefensión en que se encontraron involucrados por las diferencias materiales de ambas civilizaciones.

Los esclavos que eran transportados de África debieron también de estar sometidos a igual terror ante una sociedad expoliadora a la que no se podían enfrentar con las posibilidades de tener éxito. Este pánico fue una constante en la historia de Cuba hasta 1886 en que se puso fin a la esclavitud. El tercer gran pánico fue establecido por la acción de los piratas que durante los siglos XVI y XVII asolaron la isla apareciendo en los lugares menos imaginables como La Habana o el mediterráneo Puerto Príncipe. Saqueaban, violaban, torturaban pero sobre todo estaban poseídos de una furia incontenibles que en la práctica los hacia invencibles, pues en general actuaron con bastante éxito en sus empresas. Eran gentes, además de suerte al extremo, que escaparon a toda condena de la posteridad. La literatura, el cine y el arte en general tendió a convertirlos en seres románticos y pintorescos borrando la horrible huella de violencia que dejaron en la isla y en los mares donde actuaron.

El cuarto gran pánico de la historia de la isla lo sufrieron los independentistas de la guerra de 1868. Como la historia casi siempre se analiza en su resultado final y no en su desarrollo es contraproducente hablar de pánico entre hombres y mujeres que soportaron tres guerras de independencia. Pero la realidad cotidiana era otra.

El pánico y la incertidumbre era una constante en la vida mambisa en la guerra de los diez años. Se vivía rodeado de temores ante la posibilidad de un ataque de un enemigo superior en hombre y recursos contra el que en muchas ocasiones no se contaban con medios para hacerle frente.

La falta o la escasez de pertrechos era casi una constante en la mayoría de las unidades mambisas. El 13 de septiembre de 1872 el presidente Céspedes utilizando el sistema de claves secretas escribía una oración lapidaria: “No tenemos parque” (1) Apenas dos meses después, el 6 de noviembre, la situación había empeorado, anotaba; “Todas nuestras divisiones carecen de parque”(2) Esto debió de crear un estado de indefensión. Lo que provocaba las numerosas dispersiones ante los ataques contrarios y un verdadero pánico en muchos insurrectos.

Ese estado de pánico no solo era extensivo a las aisladas partidas sino incluso a fuerzas mayores como la comitiva presidencial. El 27 de abril de 1872 esta situación impactó entre la escolta que acompañaba al gobierno. Según Céspedes: “Una falsa alarma, la caída de una palma, ha producido tal pánico, que se ha creído prudente retirarse una legua más adentro del bosque” (3)

En 4 de febrero de 1871 Céspedes escribía: “El estado de Camagüey está pasando en estos momentos por una de esas crisis tan comunes a las revoluciones: el pánico se ha apoderado de una parte del vecindario, que siempre medroso y desconfiado no ha visto sino fantasmas por donde quiera” (4)

Encarnación Varona Socarras, una insurrecta camagüeyana, nos relata sobre aquellos días trágicos: “Pasábamos una vida intranquila, siempre temerosos de ser asaltado por el enemigo…Las actividades de las guerrillas no nos tenían seguros en ninguna parte; diariamente asaltaban y mataban a familiares indefensos y saqueaban todas las estancias y quemaban cuanto encontraban a su paso…” (5)

Calixto García, rememorando en su diario personal un acontecimiento ocurrido en 1871, cuando era segundo jefe del distrito de Santiago de Cuba, pone en evidencia ese estado de terror en que vivían los libertadores en aquellos años difíciles del inicio de la revolución. Con el objetivo de obtener parque hacen una incursión al campamento enemigo de la “Vuelta” nos dice García Iñiguez: “… pasó una partida enemiga como de 25 hombres. Rompió el fuego con nuestra avanzada y aquí fue Troya. La gente estaba desmoralizada y emprendió la fuga, dejando el campo sembrado de jolongos (6), estacas, machetes, etcétera.” (7)

Por suerte los españoles continuaron la marcha y los mambises recuperaron la abandonada impedimenta. Para los civiles que acompañaban a los insurrectos eran en extremo desmoralizantes las rápidas retiradas y las dispersiones, pues en ocasiones no se les podía defender ante un enemigo superior en hombres y armas. Aunque se hacía un esfuerzo, en ocasiones realmente desesperado para protegerlas. Uno de los oficiales de Máximo Gómez durante la campaña del invierno de 1869 en Holguín se refería al intento de brindar protección a las familias que los acompañaban: “Los españoles habían ido estrechando el cerco y se movían incesantemente; nos batíamos á todas horas; abrumados, además, por el sin número de familias que buscaban al amparo de nuestra fuerza para escapar la persecución del enemigo.” (8)

Aunque en el caso de una dispersión era difícil emprender la fuga atravesando espesos bosques seguidos de cerca por el enemigo llevando consigo a mujeres, niños y ancianos. Veamos la reacción de un pequeño destacamento insurrecto que es sorprendido en su campamento por una fuerza enemiga. Según el informe colonialistas en la espesura descubren: “un rancho del cual apenas fue divisada la vanguardia salieron huyendo de unos 12 a 15 hombres haciendo fuego en su retirada.” (9)

Los hispanos los persiguen: “… por espacio de media hora haciéndoles varios disparos a que contestaron con poca regularidad y concluyendo por dispersarse e internarse en espesuras tales que fue preciso desistir de darles alcance.” (10)
Las fuerzas gubernamentales han capturado “…algunas mujeres.” (11) . Esos disparos de los insurrectos con “poca regularidad” son un símbolo de la mediocre logística mambisa. Este grupo no contaba con parque para enfrentar la tropa y facilitar la fuga de estas mujeres, seguramente sus esposas, amantes o parientes. Se abandonaba la familia a la misericordia hispana que muchas veces funcionaba y en medio de humillaciones, eran conducidas a un campamento o un poblado. Estamos ante la típica reacción de una pequeña partida que es sorprendida por fuerzas superiores. A los hombres detenidos casi siempre se les ultimaba, pues se le consideraba insurrectos, y en las reglas establecidas por el estado español para reprimir la revolución era legal tal acción.

No tenían otra alternativa que intentar escapar. Si permanecían con la familia sin parque serian ultimados. Si los hacían prisioneros los ejecutaban. Esta situación debió de crear un estado de incertidumbre en muchos mambises. Se encontraban ante el dilema de abandonar a sus familiares o intentar protegerlos lo que resultaba casi siempre inútil. Al respecto Céspedes refiriéndose a dos miembros de su familia le decía a su esposa el 18 de octubre de 1871: “Estoy lleno de temores por la vida de Javier y Ricardo; pues no quieren separarse de la familia y con eso hacen sus presas fáciles los verdugos españoles, como ha sucedido con Miguel Figueredo y otros”. (12)

Pero los mambises se impusieron a aquel estado de pánico general. Es cierto que hubo rendiciones al enemigo, pero un grupo significativo resistió. Un factor importante fue el papel jugado por el presidente Carlos Manuel de Céspedes que soportó la dura vida de la manigua insurrecta e incluso la ejecución de un hijo por el enemigo. Sobre el escribió uno de sus compañeros de lucha: “Lo encontré en el mismo estado de siempre, animado y esperanzado en el triunfo de la revolución” (13) Era un ejemplo y estímulo para el soldado de fila. Calixto García explotó ese ejemplo positivo cuando hace una concentración de tropas y le escribe a Céspedes: “Desearía al mismo tiempo que se encontrara el Gobierno para la misma fecha de la reunión conmigo, a fin de darle mayor animación y moralidad a las fuerzas y prestarle más prestigio con su presencia al acto que producirá indudablemente un gran efecto.” (14)

Una buena parte de los soldados anónimos se convirtieron en la base esencial de la gran resistencia, los que se sobrepusieron al estado de pánico colectivo. Estos hombres y mujeres que de los que Céspedes expreso: “…descalzos y desnudos, y a la intemperie……jamás murmuraron ni profirieron una queja ni se entibio en sus almas el fuego sagrado del patriotismo” (15)

El pánico era contrastado con la actitud de mujeres como María Rojas que repudio a su hijo que fue ejecutado por traición “incitando a sus demás hijos a defender con más ardor y entusiasmo, si fuera posible, la libertad de Cuba” (16) Gente como esta olvidada madre de la patria en el momento de las deserciones siguieron al lado de la insurrección.

NOTAS.
1–Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes: Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, T III, p 157.
2–Ibidem, p 162.
3–Nydia Sarabia Ana Betancourt, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p 139.
4–Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, t II P. 148
5–Memoria de Encarnación Varona Socarras, citado por Onelio J. Farrey de Zayas (Compilador) Historia de Céspedes, Editorial Acana, Camagüey, 2007, p 2 1
6–Jolongo generalmente era un saco que cada mambí llevaba consigo para depositar en él todo lo que encontraba que podía serle de alguna utilidad.
7–Calixto García Diario del año 1874, Archivo particular de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.
8–Enrique Collazo. Cuba Heroica, S.F., p. 275.
9–Archivo Histórico Militar de Segovia. Ponencia de Ultramar. Cuba 28. Legajo 6.
10–Ibidem
11–Ibidem
12–Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, obra citada, t III ,p 84
13– Nydia Sarabia, obra citada, p 158
14–ANC. Academia de la Historia, legajo 357, núm. 7 (Colección Céspedes, folio 78).
15–Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, obra citada, T II, 221
16– Ibidem, p 214

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