Carlos Manuel de Céspedes, Primera Guerra de Independencia, Cuba
Estallido de la Primera Guerra de Independencia de Cuba el 10 de Octubre de 1868. Foto: Archivo

La naturaleza y la guerra: Cuba (1868- 1878)

En octubre de 1868 estalló la Primera Guerra de Independencia de Cuba que se extendió hasta 1878. Los insurrectos llegaron a utilizar profusamente todo lo que la naturaleza brinda al hombre para su subsistencia.

Las plantas de las más diversas variedades sirvieron de alimento, o medicina, a los revolucionarios. Carlos Manuel de Céspedes dejó constancia en sus escritos de ello. Le comentaba a su esposa:

“Se extrae sal de una especie de palma llamada manaca, de que hay innumerable cantidad en los bosques de la isla, de suerte que ya pueden los españoles perder su tiempo en destruir las salinas y los trenes de fabricar sal, nuestros árboles nos la proporcionan”. (1)

En otra carta a la esposa le expresaba: “En este viaje se sufrió mucha hambre, pero admírate de Cuba. Íbamos, sin saberlo, caminando por encima de la comida. El ñame cimarrón, más sabroso y nutritivo que el cultivado, se extendía por todas partes sin límites”. (2)

Hay innumerables ejemplos de esta forma de utilizar la naturaleza por los insurrectos. En general la propia necesidad y las circunstancias, muy especiales, de la guerra llegaron a provocar una singular relación entre los hombres y ella. Los insurrectos no podían hacer grandes desmontes, ni sembrados extensos, ni obras de regadío, o levantar extensas poblaciones. Contrario a esto era necesario que su presencia no fuera detectada por los contrarios. Así, por ejemplo, se evitaba abrir senderos en los bosques, se era muy cuidadoso en el control del fuego, pues el humo los podía delatar a los exploradores enemigos.

Pero el gran enemigo de los bosques y, en general, del equilibrio ecológico en la isla era la actividad económica y, en especial, la industria azucarera. En esa época los ingenios azucareros utilizaban, fundamentalmente, como combustible la madera. Cada zafra significaba una disminución considerable de los bosques. También la tala de árboles, para su exportación, era un renglón importante de la economía de algunas regiones.

La explotación ganadera también representaba un reglón a tener en cuenta en la disminución de la riqueza forestal, pues se requería su desmonte para construir potreros y haciendas de crianza. Igualmente ocurría con los sitios de labranzas y vegas. Su incremento significaba una merma constate de la riqueza forestal. Los cerdos también influían negativamente en la naturaleza por su labor depredadora. La guerra detuvo, en muchas regiones, y disminuyó sensiblemente en otras toda la producción.

La industria azucarera fue una de las víctimas principales. Muchos ingenios fueron destruidos, principalmente, por los libertadores; pero también por los españoles. Una de las primeras acciones de la marina española fue destruir el ingenio La Demajagua, donde se había iniciado la guerra. Era todo un símbolo, que el primer acontecimiento que provocó la guerra de 1868 fue detener la producción del ingenio Demajagua propiedad de Carlos Manuel de Céspedes. Esclavos y peones fueron convocados con el repique de la campana a integrarse a las filas de la insurrección. Los árboles que debían de ser derribados ese día para alimentar las calderas del ingenio prolongarían su vida por unos años más.

La explotación forestal realizada, para obtener combustible para los ingenios azucareros, se detuvo bruscamente en todo el territorio sublevado. Los campos en general fueron quedando abandonados. La naturaleza fue ocupando el lugar que el hombre le había arrebato. Muchos caminos se convirtieron en estrechos trillos de monte. Fincas desmontadas y cultivadas con esmero quedaron abandonadas a su suerte. La manigua fue ocupando el lugar de los sembrados.

Los grandes enemigos de la mayoría de los árboles pequeños, el ganado vacuno y caballar desapareció devorado por los hombres en contienda. Esto permitió que muchos árboles nacidos en sabanas y potreros lograran alcanzar la mayoría de edad. La explotación forestal, bruscamente, se vio detenida por el hostigamiento mambí.

Ejemplo de esto fue el drama ocurrido en las márgenes de la bahía de Nipe, en el Norte del Oriente cubano. Al iniciarse la guerra se estaba llevando a cabo la explotación forestal en estas costas, donde había invertido capitales la burguesía de origen española de Gibara. Por Nipe se embarcaba gran cantidad de madera con destino a Europa. La guerra detuvo bruscamente esta explotación. Los españoles aprovechando los éxitos de la ofensiva conocida como Creciente de Valmaseda, en 1870, intentaron seguir con la explotación forestal; estableciendo un embarcadero protegido por fuerzas colonialistas en uno de los ríos tributario de la bahía. Por allí se continuaría el implacable desmonte. Fuerzas del General insurrecto Julio Grave de Peralta atacaron, tomaron y destruyeron el embarcadero poniendo fin así al plan enemigo. De esa forma, sin conocerlo, el General mambí, permitía que aquellos tupidos bosques sobrevivieran unos treinta años más; hasta el inicio en ese territorio de la explotación azucarera, principalmente, por compañías transnacionales de Estados Unidos en el siglo XX.

Por regla la guerra trajo una disminución de la actividad agrícola y productiva en general en las zonas donde se desarrolló el conflicto; pero existieron algunas excepciones como: Gibara. Un puerto muy bien protegido y con una importante zona de cultivo. Allí se produce un incremento considerable de la población, tanto rural como urbana así como la explotación agrícola con la lógica transformaciones que esto trae según el desarrollo económico de la época. Muchos vecinos de territorios controlados o donde operaban los mambises se trasladaron a Gibara. También en momentos de éxitos de las operaciones militares peninsulares se reactivó la economía en algunas regiones. Un ejemplo de esto fue Yara, un poblado de la jurisdicción de Manzanillo. En torno a este poblado hubo un renacimiento de la explotación agrícola, fundamentalmente de tabaco. Pero las tropas insurrectas atacaron y destruyeron la zona de cultivo cuando se inició un proceso de recuperación de los revolucionarios a partir de 1872.

Como fenómeno es indiscutible que la guerra afectó sensiblemente la actividad agrícola en amplias zonas. En especial las más alejadas de los centros urbanos importantes. Todo esto determinó que la actividad de explotación y los desmontes se vieran bruscamente detenidos o disminuidos en gran parte de una extensa zona de la isla, la central y la oriental, durante casi 12 años. La Guerra Chiquita que se desarrolló desde 1879 a 1880, creo también un clima de inseguridad que afectó la economía. Por lo que debemos de ver este proceso en lo referente a la relación hombres-naturaleza como uno solo que se inició en 1868 y concluyó en 1880 para los territorios donde se desarrolló la contienda. Mientras los hombres se destrozaban en una guerra a muerte los bosques se incrementaban o por lo menos dejaban de disminuir su área.

Con la fauna ocurrió algo diferente. Una parte de ella se vio bruscamente afectada por la caza excesiva, en especial, la realizada por los insurrectos. Por ejemplo la jutía era casada en grandes cantidades. También algunos tipos de aves y peces de ríos fueron sometidos a una explotación que hasta aquellos momentos no habían conocido.

Hay un aspecto interesante y prácticamente desconocido. Es la acción de muchos animales domésticos que abandonados por sus dueños retornaron a la vida salvaje. Algunos de ellos debieron de tener algún tipo de incidencia en la fauna como los gatos y los perros. No hemos podido obtener información sobre la acción de esos animales. Pero durante muchos años quedó grabada en la imaginación popular la acciones de numerosas manadas de perros jíbaros, como se le llamaba a los canes que se habían hecho salvajes, capaces de atacar al hombre. En ello había mucho de leyenda, pero es posible que en el trasfondo existiera alguna verdad en lo referente al número. Quizás esa sea una huella dejada por la acción de esos animales durante la guerra en la memoria humana.

La guerra también tuvo su impacto en el mundo microscópico. En las islas habían varias enfermedades endémicas, que de vez en cuando desataban epidemias, pero se mantenía un equilibrio entre el hombre, los virus y bacterias patógenas. La guerra introdujo un inesperado desequilibrio. La llegada de una importante masa de hombres que no estaban aclimatados, la desnutrición, el hacinamiento en los poblados donde eran reconcentrados los campesinos, dejó indefensa a una parte de la población al efecto de las enfermedades infecciosas. Todo esto tuvo un brusco impacto en el mundo microscópico provocando un incremento inusitado de las enfermedades que causaron miles de muertes.

El efecto de las guerras de 1868 y la Guerra Chiquita sobre el medio ambiente se prolongó mucho más allá del momento en que las armas guardaron silencio. Se había producido una considerable disminución de la población. Durante el periodo de 1881 a 1894 se desarrolló una recuperación económica, de los territorios afectados por las contiendas, en especial en Camagüey y en gran parte de Oriente, aunque en algunas regiones fue bastante lenta. De esa forma la depredadora actividad económica sobre el medio ambiente tardaría años en recuperarse y en algunos lugares llegó en estado de verdadera ruina productiva a la nueva guerra de 1895.

Notas:

1.-Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo Carlos Manuel de Céspedes Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, Tomo III, p. 92.
2.-Ibídem p. 109.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

15 + nueve =