Banes, Ché
Luis Hernández Herrera en el patio de su casa. Foto: Carlos García Matos (Radio Banes)

«Yo conocí al Ché», recuerda Luis Hernández

«Yo conocí al Ché», fue lo primero que me dijo Luis Hernández Herrera al llegar a su humilde vivienda de la calle Línea, en las afueras de la ciudad de Banes, donde tiene “su campamento” y el patio que sigue cultivando con amor.

Luis nació por la zona de Los Pocitos, allí en medio de la pobreza y la estrechez de la vida, para luego andar por la zona de Báguanos y Cueto con su familia, donde, desde los nueve años, tuvo que coger la mocha para picar caña y ayudar la familia.

«Mi papá nos dijo, muchachos, no hay de otra, a picar caña para poder vivir y ayudar, porque la cosa está fea y dura. Así, mi hermano y yo tuvimos que coger la mocha y hacernos hombres para poder salir adelante y por lo menos llevarnos algo a la boca, porque la situación era bien difícil», afirma Luis.

Medita unos segundos como si en cada lapso repasara las hojas del libro de la vida para seguir contando. «Ah, pero en los tiempos muertos teníamos que hacer carbón. Usted no sabe cuántas carboneras montamos nosotros, y vendíamos la lata a unos kilos, prácticamente nadie la quería comprar porque no había dinero».

Así, en ese mundo, lo sorprendió la guerra revolucionaria y el triunfo del primero de enero de 1959, cuando en realidad no entendía nada de aquel proceso, porque era analfabeto y nunca había escuchado radio ni televisión. «Yo vivía en el monte, solo escuchaba algunas cosas, pero lo mío era trabajar como un burro, e imagínate, analfabeto, nunca había visto ni un libro, ni un lápiz, qué iba a entender… y mis padres, igual».

Al triunfar la Revolución, ya un jovencito, Luis comienza a trabajar en una granja cañera en Cueto, hasta que regresa a la zona de Río Seco a principios de los años 60 del siglo pasado, y se le da la oportunidad de trabajar en la fábrica de aceite esencial de limón, la cual es visitada por el Comandante Ernesto Guevara, entonces ministro de industrias.

¿Cómo fue ese encuentro con el Ché? ¿Qué recuerdos guardas?

«Lo tengo ahí en los ojos todos los días.  Recuerdo que de pronto llegaron unos dos carros y se desmontaron unos hombres de verde olivo y entraron a la fábrica, que en ese entonces era prácticamente un chinchal que producía una cifra no muy grande de aceite esencial de limón. Uno de ellos era el Ché y creo que venía acompañado por el Comandante Faure Chomón. Entraron y comenzaron el recorrido. En uno de esos momentos me puso la mano en el hombro y preguntó sobre el proceso productivo y otros del área de caldera donde trabajaba.

«Dijo que había que modernizar la fábrica, ampliarla y mejorarla para potenciar el proceso productivo, y así se hizo. A los pocos días de su visita empezaron a llegar equipos, es decir, que lo prometió y lo cumplió. La fábrica de Río Seco existe gracias al Ché, que se preocupó por su desarrollo», dice Luis, mientras sostiene en sus manos libros de Fidel y del Guerrillero Heroico, quienes son sus guías y su ejemplo en la vida.

Para él, la vida fue siempre un reto, desafíos que fue venciendo con voluntad, firmeza y constancia. De analfabeto llegó a ser director de la fábrica «Jesús Menéndez», una industria compleja en sus procesos productivos, económicos y de comercialización, que exige conocimientos.

¿Cómo usted llegó a ser director?

«Eso tiene su historia. En el año 1963 me enviaron a un curso a La Habana y allí lo primero que hicieron fue como un diagnóstico de conocimientos, y compay, me “plancharon”; imagínate tú, yo analfabeto, no sabía nada de lo que me preguntaron y me dije, ahora sí estoy jodido, a volver para atrás y sin nada, pero para suerte, una profesora que estaba por allí dijo déjame a ese muchacho, que lo que está es “desnivelado”, que yo lo pongo en su lugar, y como en dos meses y medio, con  clases mañana, tarde y noche, ya estaba listo para el curso y lo vencí junto a los demás.

«De ahí en adelante fui pasando otros cursos de técnico en contabilidad y de dirección. En fin, me fui superando hasta que llegué a ser director de la fábrica, aquella que me abrió las puertas de un trabajo digno y al cual le entregué parte importante de mi vida y a la que siempre tengo en el corazón, porque allí, además de mis compañeros, tuve el honor de conocer al Ché Guevara».

Las pupilas de Luis  poseen un brillo intenso, a pesar de los años vividos, y que transmiten fuerza y vitalidad. «No tengo cansancio, sigo con deseos de hacer y contribuir. Es verdad que la edad y las enfermedades me limitan, pero ahí tengo el patio sembrado, me levanto temprano y hago mis tareas, porque hay que seguir pa’lante».

Se apega a sus libros, a los recuerdos, al orgullo mismo, para repetirme una vez más: «Periodista, yo conocí al Ché».

Por: Carlos García Matos (Radio Banes)

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