Un problema social que no acabamos de resolver es la violencia contra las mujeres. Que vivimos en un mundo machista no es una novedad. Ha sido así durante tanto tiempo, que está costando demasiado deshacernos de esas cadenas opresoras que se manifiestan de tantas formas. Maltrato en la casa, acoso en el trabajo, intimidación en la calle, muchas son las maneras, algunas normalizadas, una más injusta que la otra. Lo peor es que cuesta vidas e infelicidad.
El patriarcado pisotea, recrimina, minimiza, lacera a una parte fundamental de la humanidad. ¿Quién y cuándo se dijo que un ser debía ser superior al otro solo por su género? ¿Con qué derecho un sujeto somete a otro? En el reino animal la hembra es sumamente importante. Y no podemos negar la fortaleza de los machos, pero ¿qué nos pasó a nosotros?, ¿por qué motivo eso le da capacidad, a los humanos, para dominar? No somos el sexo débil.
Escucho en ocasiones a hombres agobiados por las campañas a favor de las mujeres y en contra de toda forma de violencia. Sienten reiterativo o exagerado el tema. Sin embargo, no es suficiente. Cada tribuna es poca, si no se consigue la equidad de género. Y mientras exista, mínimo, una niña, adolescente y mujer agobiada psicológicamente, el tratamiento tendrá que ser perenne en nuestros medios y en cada rincón. Mucho más si el caso llega a lo físico, como suele suceder, que termina con agresión al cuerpo, no pocas veces con saldo mortal.
No cuento con información estadística, pero el índice de feminicidio es importante en el mundo, como también lo es la diferencia de salario y oportunidades laborales. Y, por si fuera poco, de manera general, seguimos siendo nosotras las encargadas del hogar y la crianza de los hijos, mientras los hombres miran hacia otro lado, o solo «apoyan», como si fueran los turistas en nuestras propias casas, huéspedes que solo ensucian y generan caos.
Benditos son aquellos que rompieron con los estereotipos y asumen las responsabilidades a la par. Pero son pocos. Las cadenas machistas siguen siendo de peso. Se heredan. Y se puede comprobar en mujeres que crían a sus hijos para encajar en esta sociedad y no rompen el cerco. Probablemente sean las mismas que educan a las niñas como princesas rosaditas y frágiles. Tan acostumbradas están muchas a esa forma de vida, que no encuentran en otros modos el camino. Pienso en países donde la cultura de dominación es tan fuerte, que nos cuesta entender cómo lo soportan.
Lo más alarmante es que el problema está tan sistematizado, que es asimilado, como si nada, el asesinato de una esposa durante una pelea de pareja, por citar un ejemplo, como si fuera un crimen más. ¡Y no lo es! En esos casos, el hombre aprovecha el poder y la fuerza para someter.
No existe justificación alguna que sustente un hecho de violencia. La vida es lo más sagrado que tenemos; luego, la salud mental. Sí, porque hay muchas maneras de morir en vida.
No creo que exista un método certero para cambiar el comportamiento de las personas. La solución está en la educación equitativa que le podemos dar a las próximas generaciones. Como todo cambio de mentalidad, costará más que años, pero es el único modo de construir sociedades apegadas a los valores. Esa debería ser la prioridad.
Por: Yaima Cabezas (Cubasí)
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