Eliseo Diego, escritor cubano

Tres instantes con Eliseo Diego

Como Reyes o Borges, Eliseo Diego hizo girar su poesía en torno a unas cuantas obsesiones; aquellas que, ante sus ojos, resumían la condición humana: el tiempo y la memoria, el espacio y la ciudad, los animales y las cosas, la vida y la muerte.

Rafael Rojas

(Del prólogo a Obra Poética de Eliseo Diego, Fondo de Cultura Económica, México, 2003)

 

I. Como un vino de oro

Noche fugaz de invierno que se anuncia en La Habana de diciembre de 1992: la lluvia y la humedad haciendo de las suyas. Una esquina guardada por árboles y rodeada de jardines, en la calle 21 a orillas de la Avenida G en el Vedado. Eliseo Diego (La Habana, 1920 – Ciudad de México, 1994) en su casa, exactamente en la habitación donde tiene su estudio, colmado de libros, revistas, carpetas con originales mecanografiados o manuscritos… Y también ceniceros, pipas, pequeñas figuras de cristal, mármol y cerámica, un par de mecedoras, fotos de la familia: la esposa, los hijos, los nietos…

Hay también portarretratos con algunos de sus escritores tutelares: Robert Louis Stevenson, César Vallejo, Virginia Wolf… El humo del incansable fumador se extiende lento, para entregar casi la estampa de un capitán de los mares del sur —un marino con guayabera—, como llegado de alguna novela de su admirado Joseph Conrad —Lord Jim, por ejemplo—, quien nos mira también desde una remota estampa. Y los ventanales entrecerrados: a través de los cristales la lluvia y la oscuridad —»La noche es compasiva con las cosas, /pero su corazón ha de tener /la compañía de la luz», dicen unos versos suyos—.

Es ese «corazón» acompañado de la «luz» el que observa, desde la médula de sus versos, la intimidad doméstica, el fulgor de los espacios familiares, una nostalgia tan afable como precisa, con la fidelidad de un lente que se adentra en la memoria del hogar cubano y sus ocasiones más insospechadas. Hay en ello una conjunción de la inmediatez con los hábitos cotidianos, para favorecer lo trascendental que el verso registra. Tal es el momento naciente de Eliseo Diego con su libro En la Calzada de Jesús del Monte (1949), y allí un poema legendario, El sitio en que tan bien se está. Su inicio advierte lo ya dicho:

El sitio donde gustamos las costumbres,

las distracciones y demoras de la suerte,

y el sabor breve por más que sea denso,

difícil de cruzarlo como fragancia de madera,

el nocturno café,

bueno para decir esto es la vida,

confúndanse la tarde y el gusto,

no pase nada, todo sea…

El preámbulo de la entrevista ejerce una gravitación que supera cualquier anotación de frases en el recuerdo; resulta como asistir al decorado de un añejo álbum donde todos los sentidos son regidos por las figuraciones, el lugar como un hechizo perdurable que no agota su distinción en los pasillos de la memoria, escuchar la lluvia tras los cristales y el poeta que instala las señas de su plática con parsimonia tan gustosa como elegante, algo así como el fragmento de una obra teatral sentenciosa y seductora, el aroma del momento que el propio Eliseo ha definido «como un vino de oro».

II. Una experiencia esencial

«Hay en el oficio de la poesía, en primer lugar —y me gustaría recordar a Rilke en sus Cartas a un joven poeta—, el resultado de una necesidad, muy honda, como todo trabajo que se hace para dar respuesta a la vocación más exigente»… Enciende un fósforo y el humo dibuja desde la pipa: «La poesía es una vivencia sustancial, reveladora del mundo, que llega cuando menos se espera»…  Un breve silencio y añade: «El oficio de la poesía no es más que aquello que sirve para revelar los atisbos del misterio que a diario encontramos en la realidad». Y así lo define su poema No es más (por selva oscura):

Un poema no es más

que una conversación en la penumbra

del horno viejo, cuando ya

todos se han ido y cruje

afuera el hondo bosque; un poema

 

no es más que unas palabras

que uno ha querido, y cambian

de sitio con el tiempo, y ya

no son más que una mancha, una

esperanza indecible;

 

un poema no es más

que la felicidad, que una conversación

en la penumbra, que todo

cuanto se ha ido, y ya

es silencio.

Otra vez el humo y de nuevo la voz que parece medir cada palabra paso a paso: «La verdadera literatura es una vía de acercarse al conocimiento del universo. Se trata de una vía con recodos muy distintos: a veces una novela, otras un poema, también un cuento, igualmente un ensayo, o una pieza teatral…». Tras una pausa hace énfasis: «Pero es bueno recordar que ningún texto literario, nunca estará completo hasta que sea recreado en la lectura, pues mientras no esté en manos del lector, seguramente estará incompleto»… Y a continuación: «Se trata de una experiencia esencial». 

III. Un ejercicio espiritual de la atención

Aquella noche fugaz de invierno del año 1992 vuelvo a recordarla cada vez que me asomo a Secretos del mirar atento, un ensayo de su Libro de quizás y de quién sabe (1989), donde el poeta indica que «capacidad de mirar —de un mirar absoluto, suspensas las otras potencias del alma, en un acto de suprema atención—, semejante capacidad de mirar es en sí misma el don de ese conocimiento oscuro pero inmediato de las cosas que algunos llamamos poesía». Tal condición es santo y seña de su palabra.

En esa ocasión me confesaba que «siempre he tenido la ilusión de escribir una novela, pero me sucede que las novelas que me hubiera gustado escribir, ya las han escrito otros: La Isla del Tesoro, La piedra lunar, Alicia en el país de las maravillas, Orlando, Lord Jim, José y sus hermanos, Pedro Páramo…». Tal aseveración mucho dice de su capacidad de asomarse al misterio de la creación verbal en obras literarias que tejen configuraciones tan seductoras como inesperadas; grandeza de un poeta que enseña a nombrar las cosas: un ejercicio espiritual de la atención en tres instantes con Eliseo Diego.

Eugenio Marrón Casanova
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