Escritor cubano, Héctor Leandro Barrios
Héctor Leandro Barrios. Foto: Tomada de Ediciones La Luz/Facebook

La máquina infalible de un joven cuentista

Desde las épocas remotas de Las mil y una nochesJorge Luis Borges bien lo indicaba: “Es un libro tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria”—, el cuento, como género literario, no cesa de mostrar su pertenencia íntima a los designios más imborrables y provechosos de la civilización; el placer entrelazado de contar y escuchar —o sea, de escribir y leer— una historia, tantas historias como sean posibles, resulta esencial para el conocimiento de lo humano y sus circunstancias.

La estrenada publicación del libro Bumbos, de Héctor Leandro Barrios (Rodas, Cienfuegos, 1985), ganador del Premio Celestino de Cuento en su edición 22, ratifica con energía lo antes advertido. Se trata de ocho ficciones en las que se trenzan el encanto del gozoso contar y la potestad del saber escribirlas, a partir de sucesos que se distinguen, de frases naturales y tenues en las que siempre ocurre algo: Telaraña, El último performance, Bulbo de luz, Bumbos, La morsa, Salto al vacío, De vuelta a casa, y Humo.

Escritores cubanos, presentación de libro
Emerio Medina presentando el libro de Héctor Leandro Barrios en la reciente jornada del Premio Celestino en Holguín. Foto: Tomada de Ediciones La Luz/Facebook

Resulta bueno recordar, a la sombra de este libro, lo que decía un hacedor legendario, Julio Cortázar, desde su afinada experiencia: “el cuentista sabe (…) que su único recurso es trabajar en profundidad (…) el tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión espiritual y formal (…) Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria”.

Así las cosas, Bumbos coloca al alcance del lector ocho historias, con dos condiciones inseparables que acreditan la destreza del autor: por un lado, el dominio de las solicitudes técnicas que son indispensables a la hora de narrar — aliento, contención, curiosidad, precisión, sorpresa—, y por el otro, la enunciación de los requerimientos verbales que son inherentes a la manera de emplear un lenguaje —caudal, usanza, percepción, certeza, tradición—. Ambas ponen en evidencia las virtudes de un aprendizaje.

¿De qué tratan los que conforman Bumbos? Todos se dilatan en la vida cotidiana, en las cosas que no por estar al alcance de una ojeada, signifiquen lo expreso de unas situaciones y sus protagonistas, sino más bien lo que se deja ver cuando, al escarbar en la superficie de los hechos, resalta un fondo en el que personas y ambientes, descubren aquellas luces y oscuridades donde la naturaleza humana se revela en toda su extensión, en un mosaico en el que el cuentista extiende, con sumo tacto, la urdimbre de apariencias y apremios.

Por supuesto que cada uno de ellos distingue lo ostensible de una eficacia narrativa bien aprehendida o seguida de cerca, maneras de hacer del cuento una parcela autosuficiente para el desentrañamiento y goce de instantes que flechan al lector; sin embargo, hay tres de ellos que son un espléndido tríptico que sobresale con creces: El último performance, Bulbo de luz, y Bumbos, y ese último, la joya de la corona de Héctor Leandro, una de esas narraciones que parecen escritas en la plenitud de un rapto.

“… ¿te enteraste?, están montando una exposición en el teatro del hospital”. La interrogación se la hacen a una joven doctora que está concluyendo la especialidad de cirugía cardiovascular en Venezuela. El remate es la apertura de lo que vendrá con El último performance, pregunta y respuesta que contienen las claves de esta suerte de velado suspense: “el artista es cubano, Sonia, es de Cienfuegos”. Con inquietud bien amansada que se va desplegando paso a paso, la historia se dirige segura a lo inesperado.

“…el recuerdo es musgo, verdor que crece en el pozo de las memorias”. Tal aseveración, al comienzo de Bulbo de luz, deslinda una narración que colinda con el poema, recorrido íntimo por los recodos de la infancia a través de un personaje que, cual observador intemporal, desglosa la historia: “Una casa de madera; Pisadas del niño; Un pasillo que huele a yodo; La tarde, el ocaso, la lluvia; Paredes de cartón que no llegan al techo; La noche, una nocturnidad que abraza; Insomnio, visiones; El tiempo inasible; Una noche distante”…

“Allí estaba yo, tumbado en el sofá de la sala, mirando las nervaduras del techo o a través de las ventanas donde corrían las nubes azotadas por un látigo negro”. Así comienza Bumbos, la prenda de excelencia del autor, tal como ya se ha señalado, y por lo demás uno de los cuentos más perfectos de la reciente literatura cubana; los vestigios de un altísimo linaje literario gravitan en la escritura de esta pieza —algo que un lector avisado distingue: Hemingway y Novás Calvo—, realce de orfebrería única.

Escritores cubanos, Ediciones La Luz, Holguín
Los escritores Emerio Medina, Héctor Leandro Barrios y Luis Yuseff durante la presentación del libro Bumbos en Holguín. Foto: Ediciones La Luz/ Facebook

Y esa palabra, Bumbos, ¿qué quiere decir?… Al inicio se precisa que es “un tipo de botes de polímero o más exactamente estructuras de polímero semejantes a botes, pero sin quillas. Estructuras a las que también les llamaban corchos, balsas. Las balsas de los pescadores anónimos, dijo aquella vez y yo sentí que su comentario alentaba destellos”. Relato de aprendizaje que se asienta en las confidencias del bisoño pescador, hay allí un escenario cuyos detalles se van desplegando con sutileza, todos ineludibles.

¿Un fragmento de Bumbos que revele la elegancia de su prosa y el calado de su mirada?: “Allí estaba el pez, un pez enorme, casi de mi tamaño. Un pez plateado que Pánfilo intentaba colgar de una rama. ¡Era hermoso! Lo alzaba como a un joven príncipe, como el cadáver venerado de un príncipe que subiera a su catafalco (quizá solo exponía a la burla un trofeo de guerra). Cuántas espaldas habría torcido aquel cuerpo cilíndrico, cuántas artes de pesca habría burlado, cuántas muescas de anzuelos niquelados”.

Siempre he creído que lo más venturoso de un nuevo cuentista, aparte de las faenas que desarrolla desde su talante, radica en la estirpe que se pone de relieve en sus textos —solamente alcanzable desde, con, y por la pasión de leer—. Héctor Leandro carga sobre sus espaldas un arsenal de lecturas cuyas huellas palpitan en las piezas de este libro: Cardoso, Cortázar, Onetti, Pitol, Villoro… —por solo anotar un puñado de nombres del género en nuestra lengua que allí tienen una descendencia oportuna—.

Así las cosas, Bumbos resulta un feliz descubrimiento, certidumbre de lo que la bella y oficiosa Scheherezada traspasó desde las penumbras de una habitación remota, para cautivar a su amante, y agrandar los horizontes de la imaginación hasta nuestros días… Lo decía Cortázar: “El cuento contemporáneo se propone como una máquina infalible destinada a cumplir con la máxima economía de medios”. He ahí la lección de Héctor Leandro Barrios, o sea, la máquina infalible de un joven cuentista.

Eugenio Marrón Casanova
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