Es imposible pensar en una sociedad que pueda darse sin familias, porque es allí donde inicia su proceso de personalización. La familia constituye el hogar verdadero, centro de la existencia humana, donde, desde la afectividad, forjamos nuestras actitudes, motivaciones y hábitos.
Es por ello que la Organización de Naciones Unidas declaró el Día Internacional de la Familia en 1993 con el objetivo de aumentar la concientización acerca de los temas relacionados con ella y fomentar los lazos familiares.
Es frecuente la alusión a la familia como órgano fundamental de la sociedad. Pero es una realidad mucho más profunda, arraigada esencialmente en la naturaleza humana y, por ello, fuente de potencialidades inagotables para el crecimiento de las personas y el desarrollo de las sociedades.
Pero, hasta qué punto puede la familia modificar la personalidad y modos de actuación de una persona? ¿Será la familia la responsable directa de los vicios o acciones que cometa el ser humano?
Las familias cumplen funciones estratégicas para la sociedad. Una función social, pues da origen a las nuevas generaciones y se ocupa de su crianza y educación; fomenta el respeto por la diversidad; promueve la ayuda mutua y la solidaridad.
Una función económica, en tanto promueve la producción y el consumo, genera capital humano y social. Y, finalmente, la función de contención, como espacio de protección y seguridad respecto al entorno, pero también el control social de la persona.
Cuando analizamos la historia de lo que ha representado la familia, los estudios revelan una realidad innegable: cuando la función que debe asumir falla, o se debilitan los vínculos, aparecen situaciones de gran impacto social.
El aumento de la criminalidad, el abuso de menores, la violencia intrafamiliar; problemas de comportamiento, la disminución del rendimiento académico; incremento en el embarazo precoz y el aumento en las tasas de depresión y suicidio, especialmente en los jóvenes.
Resulta necesaria una profunda reflexión sobre el sentido de responsabilidad en relación con la familia, en el marco de un claro reconocimiento de su identidad, de sus funciones sociales estratégicas y de los importantes valores que representa en sí misma y que transmite al conjunto de la sociedad.
En Cuba, el tema está recogido en el Código de las Familias, donde se confieren deberes, derechos y obligaciones. Pero, cual es el punto medio entre deber y obligación en las leyes que recogen este Código?, cual es la diferencia entre el respeto hacia padres e hijos y viceversa? y lo más importante, ¿que tanta autoridad le confieren al menor cuando se refiere a violencia intrafamilliar? ¿Será el castigo una forma de violencia?
Las familias no son abstracciones, sino realidades concretas que, día a día, navegan las caudalosas aguas de la complejidad del mundo moderno, el cual las pone a prueba y las somete a nuevas exigencias. Es preciso reconocer que toda desvalorización sobre la familia afecta a la sociedad en su conjunto, y de ella se derivan múltiples problemas de alto costo social y económico.
Preservemos a la familia como lugar de esperanza, de amor incondicional. Recordemos siempre que quien tiene un verdadero hogar posee un seguro contra la desesperación y un refugio dispuesto al que siempre desee volver. Donde cada uno de nosotros vale, simplemente por ser nosotros, no por ser altos o bajos, ricos o pobres, varón o mujer, sino solo por ser uno mismo.
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