Truman Capote, escritor, literatura, obra no concluida, Plegarias atendidas
Truman Capote. Foto: John Downing/Getty Images/Archivo

Truman Capote, las plegarias no concluidas

“Es el escritor más perfecto de mi generación”, escribió en una ocasión Norman Mailer, a la hora de enjuiciar la labor literaria de Truman Capote, quien al morir en 1984, llevaba casi 20 años trabajando en lo que iba a ser su obra maestra: Plegarias atendidas. Por entonces tenía 60 años y hay quien afirma que la auténtica causa de su muerte fue un caso agudo de bloqueo de escritor, es decir, su incapacidad para concluir la novela inédita más famosa de la narrativa estadounidense contemporánea.

De una fugaz unión entre un viajante de comercio y una hermosa universitaria, separados a los pocos meses de contraer matrimonio, quedó un hijo al que nombraron Truman Persons, después sería adoptado por el segundo esposo de su madre, de origen cubano, por lo que muy pronto su apellido fue Capote y no Persons.

Muy joven se estableció como una de las firmas de la revista New Yorker  que aglutinaba a los profesionales de las nuevas tendencias literarias norteamericanas de la post guerra: J.D. Salinger (El Guardián en el Trigal) y John Updike (El regreso del conejo). En esta publicación logra editar algunos textos que le permiten vivir decorosamente por un tiempo.

En 1976 editan tres capítulos de su novela Plegarias atendidas en la revista Esquire, levantando un gran revuelo. Capote aseguraba que su intención era escribir un equivalente actual de En busca del tiempo perdido, de Proust, y para ello describía el mundo aristocrático europeo y norteamericano. Un ambiente que conocía muy bien dada su amistad con algunos de los miembros más famosos. Muchos de ellos aparecen apenas disfrazados y en otros casos con sus propios nombres.

Casi todos lo condenaron al ostracismo, por lo que Capote comentó indignado: “No sé por qué se han enfadado tanto. ¿A quién creían que tenían entre ellos, a un bufón de palacio? Tenían a un escritor”. Y un narrador cuya obra no hay un modo elegante de resumir, pues su estilo varía sin cesar, aunque precisamente sea su estilo uno de sus mayores logros.

Nacido en Nueva Orleáns, en 1924, empezó a escribir, dice él mismo, antes de los 10 años. Alcanza fama antes de los 20, cuando publica sus primeros relatos. A los 19 años gana el premio O´Henry con el título Miriam, considerado por él como un truco hábil y nada más. En 1949 tiene 24 años y aparece su primera novela: Otras voces, otros ámbitos. En ella desarrolla algunos de los manierismos típicos de la literatura sureña norteamericana y es muy bien recibida por crítica y público.

Relatos y novela le sitúan ya entre los grandes escritores del momento, lo que es posible declaró Capote, pues “soy un gran admirador de Faulkner, Eudora Welty, Flannery O´Connor y Carson McCullers”, aunque muy pronto dejará de considerarse un escritor regionalista y diga: “Mi primer libro tenía como escenario el sur simplemente porque entonces eso era lo que yo conocía más íntimamente”, y reconoce que sus grandes maestros son Flaubert, Maupassant y Proust.

Es evidente que no miente al asegurar años después: “El sur hace tiempo que ha dejado de procurarme argumentos para mis libros”. Su novela de 1958, Desayuno en Tiffany´s, donde el preciosismo da paso a la curiosidad social, se desarrolla en Nueva York. Con ella concluye uno de los ciclos de su obra, compuesta hasta ese momento por relatos breves —algunos magistrales—, comedias —de escaso éxito—, guiones de cine —fracasados— y reportajes —que contribuyen a convertirle en un personaje de gran fama—.

Aparte de ser un profesional de talento, Capote fue una curiosidad pública, un personaje excéntrico por su estilo de vida y por su reputación de decir cosas escandalosas. En una ocasión declaró ante las cámaras de la televisión: “soy alcohólico, drogadicto y homosexual”.

En 1966 apareció su obra A sangre fría, en la cual abordó sobre un crimen de los que llenan de horror a la opinión pública norteamericana. Para escribirla Capote pasa tres años entre la prisión del Estado y la pequeña ciudad de Kansas, donde tuvo lugar el asesinato.

El resultado es un reportaje novelado o como él mismo explicaba: “un libro que trato tenga la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”, de hecho constituye un testimonio estremecedor. En este libro convergen literatura y hechos de una época dominada por el surrealismo.

Cuando murió, su editor, su biógrafo y su abogado revisaron detenidamente todas las páginas que el escritor había dejado en algunas casas. En lo que se refería a Plegarias atendidas tan solo encontraron los capítulos editados en Esquire y unas cuantas notas. Ni rastro de todos los demás capítulos que había mencionado a su editor y que incluso leyó a algunos amigos.

En relación con este suceso, las hipótesis se desbocan. Por un lado están quienes opinan que el manuscrito completo está guardado en una caja de seguridad. Otros dicen que el original lo esconde un ex amante; pero su editor, Joseph M. Fox, autor del prólogo, no comparte ninguna de estas presunciones, ni tampoco la que afirma que Capote sólo escribió tres capítulos y, como la reacción de sus amigos fue tan terrible, no continuó.

Fox se inclina a pensar más bien que Capote llegó a la conclusión de que lo escrito estaba por debajo de Proust, nivel fijado para superarlo en su novela.

Todo esto le provocó una crisis  que modificó su concepción de la escritura. Nunca se rehizo del todo. No consiguió encontrar ni utilizar todos los recursos, todo lo aprendido en los guiones cinematográficos, comedias, reportajes, poesía, relatos, novelas. Un escritor debería tener todos sus colores y capacidades disponibles en la misma paleta para mezclarlos y en casos apropiados, para aplicarlos simultáneamente, pero, ¿cómo?

No debió encontrar la respuesta, y como, según decía, no sólo pretendía escribir bien, sino crear arte auténtico, en Plegarias atendidas tal vez intentara elevar el chismorreo a categoría artística.

Pese a ello, en las casi 180 páginas que constituyen el libro se aprecia una escritura irregular, con grandes hallazgos expresivos y observaciones muy agudas sobre personalidades de la talla de Jackie Kennedy, Greta Garbo y Andy Warhol, entre otros grandes personajes públicos de las letras, artes, política, periodismo o de la aristocracia de su época.

José Miguel Ávila Pérez
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