En nuestro encuentro de hoy te comentaré sobre una de las capacidades más misteriosas y mal entendidas de los humanos: la intuición. Te invito a una exploración sobre cómo funciona tu mente cuando no piensas conscientemente, porque de eso se trata. Y desde ya te advierto que la intuición puede ser tu mejor aliada o tu peor enemiga. De cualquier modo es una capacidad esencial del ser humano para nada desdeñable, pues una buena parte de las decisiones que tomamos son intuitivas y están vinculadas a lo emocional.
Con casos reales, referencias a algunos experimentos y una mirada científica pero accesible, vamos a descubrir cómo funciona el sistema intuitivo y por qué en determinadas situaciones resulta más efectivo que el pensamiento racional.
Sobre un estudio realizado en Harvard
En un estudio de la Universidad de Harvard a un grupo de estudiantes le mostraron clips de videos, con duración de unos pocos segundos, de profesores impartiendo clases. Después les pidieron que evaluaran a esos profesores a través de preguntas como: ¿Te cae bien? ¿Parece buen docente? ¿Está bien preparado académicamente? Lo más interesante es que esas opiniones que se formaron, solo viéndolos un momento, coincidieron en un 85 por ciento de los participantes con las opiniones que tuvieron después de seis meses de curso. Y es que a veces lo que sentimos en un instante es tan certero como lo que pensamos después de analizar durante meses.
La intuición es una facultad humana que ha fascinado a filósofos, psicólogos y pensadores a lo largo de la historia. Se refiere a esa especie de conocimiento inmediato, sin el uso consciente del razonamiento, que nos permite tomar decisiones rápidas y a menudo acertadas en situaciones complejas o ambiguas. Aunque en ocasiones se la ha considerado como un mero presentimiento o una corazonada, es mucho más que eso, es una forma de procesamiento mental que combina experiencias previas, patrones subconscientes y conocimientos acumulados.
Se trata de un proceso cognitivo que ocurre de manera rápida y automática, sin la intervención consciente de la razón. Cuando enfrentamos una decisión o un problema, nuestro cerebro evalúa de manera implícita toda la información almacenada en nuestra memoria, identificando patrones y relaciones que pueden escapar a nuestro análisis consciente. Así, la intuición funciona como un atajo que nos permite actuar en fracciones de segundo, especialmente en situaciones donde el tiempo o la información son limitados. Por ejemplo, un médico puede detectar de manera rápida una enfermedad en un paciente, no siempre porque piense racionalmente en cada síntoma, sino porque ha internalizado patrones y señales que su cerebro reconoce de forma automática.
Es un conocimiento al que se llega por un camino que no es racional, por lo tanto, no puede explicarse y en ocasiones ni siquiera puede verbalizarse: «¿Por qué decidí eso? No lo sé, fue por intuición», «La intuición me llevó a irme de ese lugar2.
Pero hay un problema, porque este mecanismo increíble puede fallar. Es momento de entender también cuáles son los grandes peligros de la intuición, en qué situaciones podemos fallar y seguir impulsos equivocados.
Volvamos al experimento de la Universidad de Harvard. ¿Cómo es posible que los estudiantes que veían solo unos pocos segundos de clase de los profesores en un video pudieran predecir si un profesor les iba a gustar o no? La respuesta es simple: leer a los demás es clave para sobrevivir y desde que somos bebés lo hacemos. Pero ahí puede aparecer un impostor, el prejuicio, porque además de experiencia acumulamos preconceptos que muchas veces se nos presentan como certezas, aunque no tengan ningún fundamento. Imagínate que tienes que entrevistar a alguien para un trabajo. Por más que intentes evitarlo, ciertos rasgos físicos, culturales o raciales pueden influenciar tu percepción. Y eso no es intuición, es prejuicio.
Además de nuestros prejuicios hay otro problema: los sesgos cognitivos
Un sesgo cognitivo es un efecto psicológico que produce una desviación en el procesamiento mental, lo que lleva a una distorsión o juicio inexacto de la realidad. Existen múltiples sesgos. Un ejemplo es lo que se conoce como Efecto halo, que nos lleva a considerar solo un aspecto de una persona o un producto para formarnos una opinión general. Ves a una persona atractiva y sin darte cuenta le empiezas a atribuir otras virtudes. Supones que es confiable, inteligente, feliz. Y lo contrario también sucede. A partir de un rasgo que no te gusta etiquetas, sin darte cuenta, a una persona con otras características negativas.
Otro ejemplo es el Sesgo de Confirmación, que describe nuestra tendencia a fijarnos, centrarnos y dar mayor credibilidad a las pruebas que encajan con nuestras creencias. Es la preferencia por información que es consistente con lo que pensamos, con lo que creemos, y en contra de datos que lo contradicen. En otras palabras, a partir de esa primera impresión basada en ciertos prejuicios, empiezas a ver todas las señales que te confirman lo que crees y a ignorar las señales que te lo desmienten.
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Hay tres condiciones que tienen que cumplirse para que la intuición sea confiable
La primera es tener experiencia. Si ya estuviste muchas veces en una situación parecida, tu cerebro acumuló sabiduría y cuando te habla no lo hace necesariamente con palabras, a veces lo hace con sensaciones.
La segunda es que existan reglas claras. El ajedrez, la música, una sala de urgencias, son ámbitos donde hay feedback y el error te enseña. Ahí la intuición se entrena, se ajusta, se afina. Pero en terrenos difusos, sin resultados claros, esa misma intuición puede estar completamente perdida y aparecer como pálpito y llevarte a cometer errores con la confianza de quien está convencido de tener razón.
La tercera tiene que ver con tu estado emocional. Una buena intuición necesita un cerebro tranquilo. Si estás enojado, ansioso o eufórico, lo que sientes no es sabiduría del inconsciente, es un impulso. Así que antes de seguir una corazonada pregúntate: ¿Tengo experiencia real en esto? ¿Las reglas del juego son claras y las entiendo? ¿Estoy emocionalmente bien? Si las tres respuestas son afirmativas, entonces escucha esa voz interna. Ahí puede brillar tu intuición y llevarte a tomar mejores decisiones que si te apoyas solamente en la lógica. Pero si alguna falla, desconfía y no uses la intuición como excusa. No la invoques para justificar la vagancia de no analizar con profundidad, para ignorar la evidencia o validar tus creencias. No digas «tengo una corazonada» solo porque no te animas a revisar tus propios sesgos.

La intuición como brújula
Queda claro que la intuición es una forma rápida de decidir qué puede ser brillante o una trampa. Y muchas veces esa intuición se manifiesta como una emoción, una señal que aparece antes de que puedas explicarla. Estudios de neurociencia afectiva del profesor de Harvard, Arthur Brooks, muestran que las emociones funcionan como atajos robustos para anticipar cuán satisfechos vamos a estar en el futuro con una decisión. Brooks propone que prestemos atención a tres señales muy concretas.
- La primera es el entusiasmo. ¿Te da energía imaginar ese futuro? ¿Te ilusiona? ¿Te dan ganas de arrancar? Si no te entusiasma, ten cuidado.
- La segunda es el miedo, pero no cualquier miedo. El miedo productivo ese que aparece cuando algo te exige al máximo, puede ser tu mejor brújula. El otro, el que te paraliza y te está avisando de un peligro que te supera, ese es una alerta roja.
- La tercera es la más sutil, el vacío. Esa sensación de que todo parece en orden, pero algo no encaja. No sabes explicar por qué, pero algo no te cuadra. Si sientes eso, confía en ese no sé qué y ajusta el plan.
Te sugiero que antes de tomar una decisión importante hagas un buen análisis, como por ejemplo una lista de pros y contras, pero no te detengas ahí. Luego imagina cómo sería tu vida después de elegir eso y además de pensarlo, siéntelo. Aprender a escuchar tus emociones no es solo seguir al corazón, es sumar al análisis racional el escuchar y dar importancia a eso que te hace vibrar.
A modo de conclusión
Todos experimentamos la intuición en nuestra vida diaria, ella actúa como un compañero silencioso que nos ayuda a navegar por el mundo y tiene múltiples ventajas: rapidez en la toma de decisiones, capacidad para actuar en situaciones de incertidumbre y una conexión profunda con nuestra experiencia personal. Sin embargo también presenta riesgos, ya que puede estar sesgada por prejuicios, emociones o experiencias limitadas. Por ello, es recomendable complementarla con el análisis racional, especialmente en decisiones importantes o complejas. Las investigaciones sugieren que la práctica y la experiencia fortalecen la capacidad intuitiva.
La intuición es una herramienta invaluable que, cuando se sabe escuchar y equilibrar con el pensamiento racional puede potenciar nuestras decisiones y nuestra creatividad. Comprender su funcionamiento nos permite confiar en esa voz interna que, en muchas ocasiones, nos guía por caminos que la lógica aún no ha explorado. Cultivar la intuición, por tanto, es abrir una puerta hacia una forma más profunda y enriquecedora de conocernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.
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