Holguín se encuentra sitiada por un enemigo silencioso y alado, y parece que una parte de la ciudad se empeña en darle cobijo, mientras las autoridades sanitarias no declaran una contingencia por la propagación agresiva del dengue y el chikungunya, una mirada a las calles, solares yermos y alcantarillas obstruidas revela una contradicción alarmante: somos cómplices por una falta de acción ante la falta de higiene que nos enferma.
El paso del huracán Melissa por el Oriente cubano, no solo dejó inundaciones, sino una estela de escombros y material vegetal que se ha convertido en el paisaje habitual, sin embargo, lo que era un desastre natural se está convirtiendo en un desastre sanitario debido a la irresponsabilidad ciudadana.
Los microvertederos proliferan con una indiferencia social e institucional que estremece. Cada montaña de basura es un foco de mosquitos, un criadero de vectores al aire libre.
Es fácil y necesario señalar las carencias de la Dirección Municipal de Servicios Comunales. La falta de recursos, la escasez de combustible y las plantillas insuficientes son una verdad de Perogrullo que explica la recogida irregular.
El apoyo de otras entidades provinciales, aunque vital, es un parche que no logra contener la suciedad. Sin embargo, este diagnóstico no puede ser un cheque en blanco para la inacción ciudadana ni la coartada perfecta para evadir nuestra propia responsabilidad.
Minimizar estos virus es un error fatal. El dengue no es una simple «fiebre rompehuesos». Sus formas graves, como el dengue hemorrágico, pueden causar hemorragias internas, fallo orgánico y la muerte. El chikungunya, por su parte, se caracteriza por artralgias debilitantes –dolores articulares intensos– que pueden persistir durante meses o incluso años, convirtiendo la vida de quien lo padece en un calvario de movilidad reducida y dolor crónico.
Son enfermedades que no solo postran durante la fase aguda; dejan una huella discapacitante y una carga colapsada sobre un sistema de salud ya de por sí tensionado.
Existe una peligrosa desconexión cognitiva: sabemos que el mosquito es el vector, que pica de día, que se reproduce en cualquier depósito de agua limpia.
Lo escuchamos en la radio, lo vemos en la televisión y lo leemos en la web y los periódicos, pero ese conocimiento no se traduce en la acción básica de eliminar el criadero potencial frente a nuestra casa, de embolsar correctamente la basura o de gestionar los desechos de la poda sin convertirlos en un problema vecinal.
La batalla definitiva contra estas epidemias no se libra únicamente en los laboratorios o los consultorios médicos. Se libra en la esquina donde un neumático abandonado se llena de agua de lluvia, en el patio donde un cascarrón de huevo se convierte en una incubadora, y en la bolsa de basura que, por pereza o desidia, no espera al carro recolector y termina rasgada en la vía pública.
La solidaridad vecinal, tan elogiada en tiempos de ciclones, brilla por su ausencia en la tarea más elemental y continua de la higienización.
El Estado cubano tiene la obligación de optimizar sus recursos y estrategias, pero la sociedad tiene el deber cívico ineludible de la autogestión.
Mientras no entendamos que la salud pública es, ante todo, una construcción colectiva que empieza en la puerta de cada hogar, seguiremos cavando nuestra propia trampa epidemiológica y lamentando contagios y secuelas que, en gran medida, son prevenibles.
La consecuencia no es solo un paisaje urbano degradado, sino un goteo constante de enfermos en el hospital y en los casos más graves en el campo santo. Por eso cada familia holguinera tiene el poder de eliminar las causas de esta epidemia para no sufrir las consecuencias que sufrimos por estos días.
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