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Ilustración Canva

Batallas invisibles

Cada persona vive sus propias batallas internas. En la calle, en la cola, en el trabajo, cruzamos caminos con héroes anónimos: los que sonríen a pesar de la angustia; los que celebran la pequeña victoria de levantarse de la cama tras una pérdida devastadora; o quienes libran la batalla más dura contra una enfermedad con una sonrisa valiente.

Son batallas invisibles, pero no menos reales. Es por ello que soy fiel creyente de que la vida hay que vivirla porque, a pesar de todo el estrés diario que vive el cubano, siempre saca esa fuerza innata para sobreponerse a las circunstancias socioeconómicas. Pensar poco, arriesgarse más, soñar alto y no desistir ante la tormenta interior que desata nuestros sentimientos.

Es la misma fibra que te permite enfrentar un cáncer y la que te impulsa a buscar soluciones creativas ante la escasez. La vida no se pone en pausa mientras se resuelven los problemas; la vida es, precisamente, lo que ocurre en medio de ellos.

Además, está bien tener un día donde no te sientas completo, donde las ojeras no puedan maquillarse y el cansancio sobrepase tus límites, donde la presencia de ese familiar ausente escape de las fronteras de tu alma y donde la batalla contra el cáncer sea difícil después de una quimioterapia. Somos humanos y tenemos derecho a que nuestra batería de persona batalladora se gaste por segundos.

Pero este llamado a vivir no es un mensaje tóxico de positivismo a ultranza. Al contrario, su mayor acierto es la humanización de la cotidianidad. Validar el agotamiento, la tristeza y el dolor no es un acto de derrota, sino de honestidad. Es lo que permite que la resiliencia sea auténtica y no una simple pose.

Por eso, disfruta cada instante por mínimo que sea: las conversaciones diarias con tu madre, una serie que no hayas visto o un viaje que tengas planeado son pequeños placeres y momentos que recordarás en el futuro.

Leí en un libro la frase: «No tengas miedo de vivir, rómpete el hocico, el corazón y el alma, que la vida no se nos dio para regresarla intacta, sino vivida», y estuve de acuerdo porque la vida no es un museo para conservarse y verla pasar sin más, sino un campo de batalla y de goce con todas sus consecuencias.

Arlenis Betancourt Yañez
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