Teléfono móvil, tecnología digital

¿Usamos la tecnología o ella nos usa?

En los últimos años, hemos sido testigos de una transformación radical en nuestra forma de vivir, comunicarnos y relacionarnos con el mundo. Un objeto pequeño y aparentemente inofensivo: el teléfono móvil, ha tomado un rol central en nuestras vidas.

Lo llevamos a todas partes —al trabajo, al baño, a la cama—; nos acompaña en la mesa mientras comemos y, a menudo, es lo primero que revisamos al despertar y lo último que vemos antes de dormir. Pero la vida parece acabarse cuando, por alguna razón, ese dispositivo no está con nosotros.

Cada vez es más común experimentar un malestar profundo al estar sin el celular, incluso durante breves períodos. Los estudiosos de este fenómeno le han dado un nombre: nomofobia, una abreviatura de «no-mobile-phone-phobia» y, aunque aún no está oficialmente reconocido como un trastorno psicológico, describe una realidad muy presente: el temor irracional a estar desconectado.

Pero, ¿de dónde viene esta ansiedad? Para entenderla es necesario reconocer que los teléfonos inteligentes ya no son simples herramientas de comunicación sino, en muchos casos, una extensión de nuestra identidad.

En el móvil guardamos fotos, recuerdos, conversaciones, contactos, compromisos, noticias, entretenimiento y redes sociales. Nos informan, nos validan, nos entretienen y, muchas veces, nos dan la falsa sensación de compañía constante. Estar sin ellos equivale, para algunas personas, a una sensación de vacío o pérdida.

Este tipo de angustia puede manifestarse con síntomas físicos como sudoración, nerviosismo, respiración agitada o irritabilidad. También puede afectar el sueño, la concentración o el estado de ánimo. Pero más allá del síntoma individual, la pregunta de fondo es: ¿por qué hemos llegado a depender tanto?

Hay una explicación neurológica: cada vez que recibimos una notificación, un «Me gusta» o un mensaje, nuestro cerebro libera dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer. Esto nos genera una sensación de recompensa inmediata, que con el tiempo puede generar una necesidad constante de estímulo. De ahí que revisemos compulsivamente el celular, incluso sin que haya ninguna alerta nueva.

La buena noticia es que podemos tomar conciencia y empezar a recuperar el control. No se trata de satanizar la tecnología, sino de aprender a convivir con ella de manera saludable. Podemos establecer momentos del día en los que desconectarnos sea parte de la rutina: dejar el celular fuera del cuarto, tener tiempos sin pantallas durante las comidas, practicar actividades que no involucren dispositivos, como leer, caminar o, simplemente, conversar cara a cara.

También convendría revisar nuestros hábitos: ¿realmente necesito revisar el celular cada cinco minutos? ¿Qué estoy buscando cuando me aferro a él? ¿Información, compañía, validación? Estas preguntas pueden ser un buen punto de partida para construir una relación más equilibrada con la tecnología.

En definitiva, vivir sin el teléfono móvil por un rato no debería ser motivo de angustia, sino una oportunidad para reconectar con nosotros mismos, con los demás y con el entorno. El silencio y la pausa también son formas de bienestar. No se trata de alejarnos por completo del mundo digital, sino de asegurarnos de que, al final del día, somos nosotros quienes lo usamos y no al revés.

Aniel Santiesteban García
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