
En el universo violento en que vivían los insurrectos los heridos eran frecuentes. Unos en combate y otros por accidente. Esto último menos conocido pero que parece que no era extraño. En ocasiones hay referencias en la documentación a estos tipos de accidentes. Asunto comprensible dada la forma de vivir entre armas manipuladas por personas poco entrenadas por lo menos en el inicio de la guerra. Tampoco eran raras las enfermedades. Hemos analizado algunos ejemplos. En las citas textuales respetamos la ortografía y redacción original En agosto de 1869 las fuerzas del general camagüeyano Ángel del Castillo fueron diezmadas por el cólera. (1)
Las enfermedades provocan bajas en extremo sensibles como los generales Adolfo Cavada y Salome Hernández fallecidos en 1871 de fiebre. El secretario privado del presidente mambí Manuel Menigutia tuvo igual suerte. (2)
Las fiebres eran bastante cotidianas. En su diario Carlos Manuel escribió el 29 de agosto de 1873: “Pocos son los que en el campamento no padecen a cada momento de fiebres por lo que he dejado de tomar notas de ese acontecimiento tan frecuente”.(3)
Cada líder mambí trataba de atender a sus heridos y enfermos como mejor podía. Hacia esta suma de desgraciados, de gente herida por la metralla o derrumbadas por pérfidos microbios se creaba una cálida solidaridad. Existen diversos ejemplos.
En un combate en febrero de 1875 Vicente García tiene: “… dos muertos en la acción y veintiún heridos, diez y seis muy graves y cinco leves.” (4)
El general tunero nos dice que:
“Consultado el Dr. Rafael Pérez Martínez si podrían moverse los heridos hoy, manifestó no ser conveniente y sobre todo no hacerlo con el sol ni a muy larga distancia, pudiendo moverse esta tarde, aunque caminando de noche.
Desde esta tarde me ocupé de sacar dichos heridos moviéndolos a puesta de sol y acompañándolos; .” (5)
En padre con hijo lastimado se transforma inesperadamente este implacable guerrero. Prácticamente el único que logró resistir la “Creciente de Valmaseda” sin abandonar su territorio. Ya no es el inflexible guerrillero capaz de ejecutar al desertor sin temblor en la consciencia. Ahora todo lo subordina a evitar el dolor innecesario del mordido por la metralla.
El general tunero el 11 de mayo de 1876 en un combate tiene cuatro heridos. La atención de la tropa se concentra en aquella preciosa herencia que les ha dejado el plomo y el sable. Se inicia la retirada al paso lento del traslado de los lastimados. Démosle la palabra al guerrillero mambí.
“Me retiré en buen orden y reforzado el enemigo salió en número considerable en mi persecución, alcanzándome al fondo de la finca Quesada, poniendo los heridos en camillas a los que hice retirar sosteniendo con unos sesenta el fuego hasta que consumido por completo el parque seguí retirándome y el enemigo persiguiéndome hasta cerca de San Pablo.
En este segundo combate tuvimos tres muertos, dos heridos graves, unos diez o doce caballos muertos y extraviados y algunos cinco o seis rifles perdidos. Seguí marcha y reunida la gente acampé en el Triunfo. ” (6)
Se ha enfrascado en un intenso combate por cuidar de gente que quizás no pueda dar más su aporte a las fuerzas libertadoras. La solidaridad aparta el sentido pragmático de la guerra. El 17 de febrero de 1877, luego del ataque a Puerto Padre, el general Vicente García dispone: “… que se mandaran los heridos y enfermos a sus casas….” (7)
Se destacaban fuerzas para custodiar los hospitales insurrectos. El 18 de septiembre de 1870 una columna ataca uno de estos hospitales, situado en la jurisdicción de Tunas: “… le hizo fuego una pequeña avanzada que lo resguardaba”. (8) Lograron evacuar a los heridos y enfermos a una zona segura.
En la atención a estos heridos y enfermos del ejército libertador se recurrió a los curanderos y la tradicional atención familiar a los de salud precaria.
El general holguinero Julio Grave de Peralta le escribe, en febrero de 1870, al prefecto de Majibacoa, al que le manda un oficial herido: “Haga usted que el chino curandero que se encuentra en ese punto lo atienda lo cure y atienda lo mejor posible”. (9)
Esta solidaridad no es exclusiva de los jefes regionales del Oriente. Máximo Gómez, descreído y agrio en su trato con sus subordinados, no duda en cambiar sus planes cuando es necesario el cuidado de los alcanzados por el fuego contrario. Asunto que se puso en evidencia con la atención a los heridos del combate del 4 de julio de 1874, en las llanuras camagüeyanas. El dominicano resume su actuar en este caso: “El 5 tengo que retirarme a colocar bien mis heridos”. (10)
El periodista irlandes James O Kelly en su visita a Cuba Libre se dio cuenta que: “Los cubanos conocen plenamente la importancia de mantener la confianza de sus soldados en la absoluta seguridad de no caer en poder de los españoles”. (11)
Agregaba que: “Por muy crítica y apurada que sea la situación para los mambises, en el momento en que un hombre cae, sus compañeros se apoderan de el, llevándolo a la retaguardia” . (12)
Hay diversos ejemplos de esa solidaridad con el herido o el enfermo en las fuerzas libertadoras. Esta sensibilidad se convirtió en un factor de la resistencia en estos hombres y mujeres que resistieron por diez años una implacable guerra a muerte.
NOTAS
1.-Francisco J. Ponte Domínguez. Historia de la guerra de los 10 años, Academia de la Historia, La Habana, 1958, p. 100
2.-Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. 1982. t III, p. 95
3.-Eusebio Leal Spengler. Carlos Manuel de Céspedes El Diario Perdido. Publicimex S.A., Ciudad de La Habana, 1992, p. 95
4.-Diario de Vicente García, en Víctor Manuel Marrero. Vicente García Leyenda y Realidad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 189
5.-Idem.
6.-Ibidem. p. 230
7.-Ibidem. p. 253
8.-Ibidem. p.107
9.-Museo Provincial de Holguín, Fondo Julio Grave de Peralta, Libro copiador, número 1059, 4 febrero de 1870
10.-Máximo Gómez, Diario de Campaña, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 62
11.-James O Kelly, La Tierra del mambí, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p 244
12.-James O Kelly, La Tierra del mambí, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 222
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