María Callas, entre el canto, el escándalo y la obesidad (+ Video) (+ Trailer)

La cantante de óperas María Callas, apodada por sus admiradores como la Divina, ha vuelto al escenario mundial, pero ahora a través de la magia del Séptimo Arte para revivir la historia de una diva que logró conquistar con su voz a millones de seguidores del bel canto.

Se trata de un largometraje de drama psicológico dirigido por Pablo Larraín, escrito por Steven Knight y producido por Fremantle. La película está protagonizada por Angelina Jolie interpretando a Callas, Valeria Golino interpretando a su hermana Yakinthi y Haluk Bilginer como Aristóteles Onassis.

La película se estrenó en el 81º Festival Internacional de Cine de Venecia, donde compitió por el León de Oro.  Actualmente es distribuida por la plataforma Netflix y en Cuba se le puede ver por la red de videos Picta.

Este comentario lo escribí para el suplemento cultural Ámbito, en febrero de 1992, pero lo he reeditado para compartir con mis lectores de Radio Angulo digital la historia que comenzó el tres de diciembre de 1923, cuando María Callas nació en Fifth Avenue Hospital, de Nueva York; era el tercer vástago y segunda niña del matrimonio formado por Evangelina y George Kalogeroupoulou, emigrantes griegos. Le pusieron el nombre de Cecilia Sofía Anna María y aprovecharon la llegada a los EE.UU. para cambiar el apellido familiar por Callas.

Su niñez es típica de muchos otros. Al morir su hermano, a los tres años, su madre parió a Jackie, a quien colmó de atenciones, ya que la niña era bonita y graciosa, mientras que María era una niña de grandes ojos a quien había que comprar constantemente ropa nueva, al no servirle la que tenía.

La futura superdiva debió sentir aquel desapego de su madre, quien sólo la atendía a la hora de las comidas y la alimentaba a la griega con grandes cantidades de alimentos. Tímida y triste, María Callas recuerda cómo su desordenada dieta la convertía en un monstruo de la obesidad. Era torpe, nada le sentaba bien, padecía miopía y se ve obligada a usar espejuelos.

Pero también era la única que podía realizar la gran ambición de su madre: ser artista, pues Evangelina, frustrada cantante lírica quería que alguna de sus hijas lograra lo que ella nunca pudo.

A los ocho años, el llamado “patito feo” – como la menciona su madre en sus memorias-, empezó a tomar clases de piano, a los 10 cantaba la habanera de “Carmen” y “La paloma” ante las visitas, y a los 13 ya se había ganado un puesto en el corazón materno: no del amor, sino el de la ambición.

María se aferró a su voz y supo, casi desde el principio, que sólo a través de ella conseguiría no pasar inadvertida. En 1937, cuando terminó el curso –nunca volvería a una escuela y siempre se quejaría amargamente de su falta de estudios-, su madre se separó del esposo y regresó a Grecia con sus dos hijas.

Durante su estancia en la nación helénica solo tenía como compañía a tres canarios: Stephanakos, Elmina y David, este último su mejor profesor de canto, según la propia María –y su madre lo corrobora en sus memorias.

La niña pasaba horas examinando a David, mientras éste trinaba. Trataba de descubrir su secreto y llegó a meterle los dedos en la garganta para mirar en su interior. Cada día David comenzaba a cantar y María le acompañaba intentando controlar su voz, como lo hacía el canario, pero el cansancio la derrotaba y se quedaba atrás. Nunca pudo competir con David.

Callas tuvo otros maestros, entre ellos a María Trivelli, con quien descubrió realmente la importancia de su voz –hasta ese momento la había tratado como a una mezzo, pero ella le hizo ver su condición de soprano-, además de la cantante Elvira de Hidalgo, quien fuera su gran maestra y la primera que le enseñó a utilizar la emoción al cantar y la instruyó en el repertorio del bel canto.

EL CAMINO AL ESTRELLATO

Su primera actuación en la ópera la hizo en una representación estudiantil, en el Conservatorio Nacional, en el papel de Santuzza, de “Cavallería rusticana”. Siguieron otras intervenciones, hasta la gran oportunidad: una sustitución en la Opera Real para “Tosca”. Cantó esta obra una veintena de veces seguidas, y desde entonces no dejó de actuar. Corrían los años de la Segunda Guerra Mundial.

En 1945, sintiéndose segura de su voz, decidió regresar a los Estados Unidos de América, en contra de la opinión de Elvira Hidalgo y de su propia madre, que creían más conveniente para su carrera que se trasladara a Italia.

En América las cosas no marcharon bien. No era fácil golpear a las grandes puertas de los templos operísticos y mucho menos del Metropolitan Opera House de Nueva York, con la simple recomendación de haber cantado en la Opera de Atenas. María se dedicó a cuidar de su padre, cocinar y ganar libras, por lo cual le pidió a su madre que regresara la ciudad de los rascacielos. La Callas contaba con 21 años.

No tuvo una auténtica oportunidad profesional hasta febrero de 1947, cuando el director del Festival de Verona, Giovanni Zenatello, un conocido tenor retirado, estaba en Nueva York buscando una soprano para “La Giocanda”. María fue sometida a prueba con el aria del suicidio, pero antes de que terminara, Zenatello, a pesar sus 70 años, buscó en la partitura el dúo entre Enzo y Gioconda y se puso a cantar con Callas. María firmó el contrato.

En Verona conoce al maestro Tulio Serafín, que iba a encargarse de dirigirla en “La Gioconda”, y al industrial local Gianni Battista Meneghini, con quien se casó a los 24 años.

Si Meneghini le proporcionó el apoyo económico para dedicarse a su arte, Tulio Serafin la hizo soltar las amarras que contenían su talento. Creyó en ella, lo que María Callas necesitaba. Confío en la grandeza de su voz y su capacidad para cantar óperas que ya no estaban  en el repertorio de las sopranos contemporáneas, sencillamente porque no podían ejecutarlas.

María Callas traía aires renovadores al bel canto y le devolvía a la ópera toda su dimensión teatral, gracias a sus grandes dotes de actriz. La crítica la aplaudió, el público la hizo su preferida. El mundo descubría una forma distinta de cantar e interpretar la ópera.

La diva coincidió con un momento de auge de la industria discográfica: el nacimiento del long play. Con esta técnica, su éxito se expande aún más. Muchos la comparaban con otra soprano excelente, pero muy distinta, Renata Tebaldi, a quien la prensa sensacionalista convirtió en rival de la Callas y hubo fuertes polémicas alentadas tanto por la prensa especializada en el bel canto como por la del corazón y chismorreos de famosos.

Sin embargo, fue sustituyendo a la Tebaldi cuando debutó en la Scala de Milán, coliseo con el que nunca tuvo buenas relaciones e incluso llegó a la ruptura. Callas cantó “Aida” y ocupó, durante dos representaciones, el lugar de Renata Tebaldi.

Junto con su fama empezó a crecer la leyenda de que era una mujer intratable. De hecho, María Callas poseía un fuerte temperamento, pero todos sus directores coinciden en que era disciplinada y obediente; sus famosos arrebatos se debían más a su afán de perfeccionismo que a la soberbia; sin embargo no tuvo suerte con la prensa, que siempre estaba presente en los momentos de mayor cólera de la artista y se complacía en publicar todo tipo de artículos que fueran adversos a la cantante.

No faltaron otros incidentes que dieran pie a la leyenda, desde sus supuestas declaraciones sobre la Tebaldi, hasta una incomparecencia justificada por su agotamiento pero siempre mal vista por los fanáticos de la ópera.

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Maria Callas en la recepción organizada en su honor por Elsa Maxwell, al piano. Venecia, el tres de septiembre de 1957. Foto: Franco Gremignani / Publifoto Archive Intesa Sanpaolo

Uno de esos escándalos se produjo cuando faltaban pocos días para su última representación de “La sonámbula”, en el Festival de Edimburgo: no asistió porque, según dijo, estaba cansada, pero cometió la torpeza de ir en Venecia a una fiesta dada por su amiga la periodista Elsa Maxwel.

Se ha dicho que la amistad de María Callas con la Maxwel fue funesta para la cantante, al conocer en casa de ésta al naviero griego Aristóteles Onassis. Durante esos años de romance con Onassis abundaron las noticias de la cantante en la llamada “prensa del corazón” y alguna que otra vez aparecía una crítica sobre sus presentaciones como artista.

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Aristóteles Onassis baila con Maria Callas en la fiesta de Nochevieja del Hôtel de Paris, Montecarlo, el 31 de diciembre de 1960. Foto: Franco Gremignani / Publifoto Archive Intesa Sanpaolo

En octubre de 1968 se desató otro de los más sonados escándalos de la superdiva, cuando Onassis contrajo matrimonio con Jacqueline Beauvoir, viuda del asesinado presidente John F. Kennedy; por lo que la Callas tuvo que conformarse con un discreto segundo plano: fue el golpe más duro de su vida, pues Aristóteles Onassis era su gran amor.

Por estos años decide mantener una vida privada, pero su error consistió en la manera de disfrutar la privacidad, ya que para ella significaba escándalos, fiestas hasta el amanecer, viajes en cruceros por todo el mundo, amores con multimillonarios. Esta “vida privada” la comenzó la cantante cuando se encontraba en pleno apogeo de su fama.

Las plateas empezaron a llenarse con lo “más selecto de la sociedad del momento”, pero ninguno de ellos apreciaba a la cantante, solo le interesaba la mujer de los escándalos.

LA CARRERA CONTRA LA OBESIDAD

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Franco Corelli y María Callas en el estreno de la ópera «Poliuto» de Gaetano Donizetti en el Teatro de la Scala. Al fondo, desde la izquierda, Nicola Zaccaria y Ettore Bastianini. Milán, el siete de diciembre de 1960. Foto: Publifoto Archive Intesa Sanpaolo

Las fotos que se conservan de María Callas nos hablan de la cantante. Hay una de 1951 en que aparece sostenida por sus gruesas piernas en el escenario de la Scala de Milán, durante un ensayo de “I vespri siciliani”: el cuerpo deforme cubierto por ropas de mal gusto, el cabello recogido en un moño que le hace aparentar el doble de sus 28 años.

Otra foto de la Callas la muestra dejándose caer delicadamente sobre el mismo escenario, en brazos de cuatro bailarines. En 1954 la cantante pesa 143 libras, ha perdido 27 kilogramos, y aún ose ha detenido en su carrera contra la obesidad.

Su lucha queda reflejada en una tabla que cuelga en el que era su hogar en Milán y comienza con “Gioconda”: 92 kilogramos, y sigue descendiendo “Aida”, “Norma”, “Medea”, “Lucía”, “Alceste”, hasta acabar en los 64 kilogramos de “Don Carlos”.

EL OCASO DE LA SUPERDIVA

Luchino Visconti, italiano, director de escena, quedó admirado por la extraordinaria actriz que había en María Callas. La dirigió durante 10 años en “La vestle”, “La sonámbula”, “La traviata”, “Ana Bolena”. Otro tanto le ocurrió a Zeffirelli, quien la dirigió en cinco producciones, entre ellas, la famosa “Tosca”, del Convent Garden, en 1964, con una Callas ya en declive.

La soledad y el resentimiento fueron sus únicos compañeros durante algunos años. El 25 de marzo de 1970 fue ingresada en el hospital Americano de Nevilly, víctima de una sobredosis de barbitúricos. Su última esperanza, el filme “Medea”, dirigido por Pasolini, había sido un fracaso comercial.

En 1973 María Callas regresó a escena con una gira de conciertos con el tenor Giuseppe di Stefano. Entre las arias elegidas por ella, cantó “Oh, mio bambino caro”, de Gianni Schichi, “Visi d´ arte”, de Tosca, y la escena del suicidio  de “La Gioconda”. Fue de lo poco que se atrevió a cantar. Tenía horror a las críticas de la prensa, al público, a salir a escena.

El 16 de septiembre de 1977 se produjo la muerte de esta cantante, que dividía al mundo en cumbre y abismo. A la 01:30 de la tarde un ataque al corazón coronó la labor de destrucción iniciada por la cantante años atrás, cuando abandonó por su voluntad lo único que le había sostenido: su arte.

José Miguel Ávila Pérez
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