En agosto de 1880 el general mambí Calixto García es hecho prisionero. La contienda de la que él ha sido el máximo organizador ha fracasado: la famosa Guerra Chiquita que se desarrolló entre 1879 y 1880. Trasladado a La Habana fue enviado a España. Allí le dan por prisión la península. Debe de permanecer en ese país, se encuentra sometido a una estrecha vigilancia. Las autoridades hacen un expediente del general insurrecto donde incluyen los diferentes informes de los agentes encargados de vigilarlo. Durante varios años no podrá abandonar la Península Ibérica.
Calixto no tiene más remedio que permanecer en España. Comienza a trabajar en un banco. Logra que se le unan su esposa Isabel Vélez Cabrera y sus hijos que sufren el destierro en New York. Se establece en Madrid donde nacen dos de sus hijas. Pero en la casa del veterano mambí arde la llama de Cuba. Al iniciarse la guerra del 95 se trasladará a los campos de combate. Dos de sus hijos, del matrimonio con Isabel, también lo siguen a la manigua insurrecta.
Calixto en sus años en Madrid no era un amargado y resentido emigrado. Vivió intensamente la vida cultural madrileña participando en conferencias, funciones de teatro y otras acciones culturales. Inculcó el amor por la cultura en sus hijos. Incluso el respeto al pueblo español que sufría al igual que el cubano las guerras colonialistas.
El veterano mambí que combatió la España de Weyler y Valmaseda, la de los voluntarios fue noblemente vencido por la otra España, la verdadera, la de la milenaria cultura, la del pueblo sufrido y optimista.
“Mi padre, escribió su hijo, Carlos García Vélez, era aficionadísimo a todas las fiestas populares en. España. Nos llevaba a ellas siempre. La del corpus a la calle de carretas en un café a presenciar la procesión, de pie sobre sillas y mesas los niños nos pasábamos las horas. El calor en – este día era insufrible. El regreso a -casa caminando tedioso. No había escapatoria. Mi madre y los niños regresaban en tranvía pero los demás trepábamos por la calle de la Montera y Fuencarral hasta el no 90 y cuando nos mudamos algunas cuadras mas arriba a la glorieta de Bilbao.”
Durante su estancia en Madrid se convirtió en un admirador de los vinos españoles y franceses. Gozó sin caer en exceso de esas estupendas bebidas. Su hijo, Carlos García Vélez, nos dejó en su diario personal una interesante descripción de los días en que el veterano guerrero buscaba en las bodegas madrileñas sus vinos preferidos.
“Mi padre gustaba del POMARD entre los de Borgoña. Solía recorrer las bodegas en busca de los borgoñones y cierta vez le ofrecieron una partida de botellas de Chamberlin, que compró a peseta la botella, pues díjole el vinatero que no había podido venderlos en 20 años; no gustando ni a sus parroquianos ni a él. Mi padre siguió siempre el recorrido en busca de añejos vinos franceses y cuando no los había embotellados compraba el vino en pipas que en casa él mismo embotellaba. Conmemoraba los bautizos de mi hermanita Mercedes y dos de sus nietos guardando un número de botellas de buen vino del año… Para el consumo diario de casa bebíamos generalmente el vinillo de Organda, de poco cuerpo y barato, pues su costo no pasaba de un real vellon por botella, comprándolo por arroba que en mayor cantidad el costo en los pueblos cercanos era mucho menor…”
El veterano mambí también se sintió subyugado por las fiestas populares francesas en especial los festejos del 14 de julio por la toma de La Bastilla y la revolución francesa. El visitó ese país por lo menos en tres ocasiones en 1880, 1889 y 1895. Su hijo Carlo que lo acompañó en una de ellas recordaría años después:
“Mi padre en Paris resistía cinco horas de tumultuoso entusiasmo, con que el pueblo bailaba y cantaba. Aquel año de la exposición la alegría francesa se manifestó por todas partes, abrazándose la gente sin conocerse. Los chubascos no impidieron que siguiera el jolgorio callejero y en los biohot, cafés y restaurantes. Adicto mi padre a las fiestas del pueblo. No faltando las del aire libre que mucho lo divertía observar, la del l4 de Julio le entusiasmaba. Cantaba desatinadamente «La Marsellesa» y se sentía feliz. Yo nunca pude compartir los entusiasmos y optimismo de mi padre. Su filosofía de la dicha de vivir me entristecía. Ningún francés pudo, sentir más que Calixto García el Quatorze Juillet. (14 de Julio) ”
Es este el Calixto poco o nada conocido, el hombre sensible a la cultura popular sea, cubana, española o francesa.
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