Antonio Skármeta, escritor chileno
Antonio Skármeta. Foto: Tomada de Cubadebate

Antonio Skármeta, un cartero en el tejado

 “Hace muchas lunas” —para decirlo a la manera del comienzo de Marca de agua, el libro de Joseph Brodsky con sus “apuntes venecianos”—, un joven andando por los caminos de la literatura —con dieciséis años, ya frecuentaba a Cortázar y Vallejo—, una mañana de julio de 1969 en Santiago de Cuba, en una librería de Enramada, compraba los libros del Premio Casa de las Américas de aquel año, uno de ellos destinado a perdurar con creces no solo en la ruta del bisoño lector, empecinado en escribir, sino también en el mapa de la narrativa latinoamericana: Desnudo en el tejado (cuento), de Antonio Skármeta.

Como una liebre que salta en la espesura de los recuerdos incitada por un centelleo, tal anécdota aparece a la sombra de una triste noticia: el 15 de octubre pasado fallecía en Santiago de Chile aquel escritor, al borde de los 84 años (había nacido en Antofagasta el 5 de noviembre de 1940). Y aunque su primera suma de relatos, El entusiasmo, había salido dos años antes del libro premiado, fue precisamente este último el que lo situaría a escala continental, y no sólo por el realce del lauro, sino por el hecho mismo de una recia y sugestiva disposición del buen contar a lo largo de sus siete piezas.

Portada, libro, Desnudo en el tejadoVolver a leerlo con la resonancia de la infausta novedad, justo en la edición príncipe de hace cincuenta y cinco años, el admirable diseño —la imagen del teclado de una máquina de escribir que se difumina sobre fondo azul— del gran Umberto Peña (La Habana, 1936 – Salamanca, 2023), artífice de la edad dorada en la imagen gráfica de Casa de las Américas, resulta una experiencia que emociona y gratifica: en apenas 135 páginas, la voz de un narrador que se desplaza por diversas zonas y muda de piel una y otra vez, con ímpetu y gracia que no esquivan astucia y calado: lección de un cuentista magnífico.

Seis cuentos y un microrelato a lo Monterroso con su célebre “Dinosaurio” —el que da título al volumen y es justo el que lo cierra con broche de oro: “¿Y qué pretendes? ¿Qué viva desnudo en el tejado?”—, conforman este libro como acabado de escribir ahora mismo, que desborda gracia y atrevimiento con un ímpetu juvenil inquebrantable, suerte de intemporalidad que aviva la atracción, narraciones en las que se advierten, entre otras, las huellas de Cortázar y Hemingway —el primero en “Final del tango”, cual facsímil risueño de “Final del juego”; y el tercero en “Pajarraco”, diálogos con chispa sin desmayo—.

Vale resaltar las tres joyas del libro: “El ciclista del San Cristóbal” —con ese comienzo inolvidable: “Además era el día de mi cumpleaños”, el del muchacho que va a pedalear duro para ganar una competencia—; “A las arenas”, un chileno y un mexicano en el Bronx neoyorkino apuestan por una pesquisa existencial, ambos para el trasunto de una lectura futura con Arturo Belano y Ulises Lima, Los detectives salvajes de Roberto Bolaño —asomo que debo a Juan Villoro en una conversación habanera—; y “Una vuelta en el aire”, peculiar evocación chejoviana de Gabriela Mistral y sus días finales en Nueva York.

Con el despliegue de tramas vertiginosas que siempre apuntan a una indiscutible y atrayente resolución, en las que nunca falta un marcado aliento tocado por lo poético —vale recordar la afirmación de Octavio Paz: “…cuando la poesía se da como una condensación del azar (…) nos enfrentamos a lo poético”—, Skármeta pone de manifiesto sus cuidados a la hora de un estilo que se convierte en seña de identidad como cuentista: dilata de principio a fin las espirales de la realidad, convierte cada resquicio de lo contado en sorpresa que, lejos de alterar el hilo argumental, lo reconforta con prudencia.

A la hora de leerle, resulta jugoso ir a Skármeta por Skármeta, antología de su pensamiento en la revista hypermedia magazine: “El asombro me llevó a leer a otros asombrados”… Y añade: “la variada suerte con que culminaba en sus obras la empresa de vivir (delirio, angustia, amor, desesperación, alegría)” bien beneficiaba al chileno con “los vigorosos lenguajes que comunicaban…”. Luego advierte: “Mis cuentos arrancan de la cotidianeidad, despegan de ella, vuelan a distintas alturas, para verla mejor y comunicar la emoción de ella y retornan humildes al punto de partida, con humo, dolor, ironía, tristeza…”.

Antonio Skármeta, escritor, Chile
Foto: Tomada de Diario de Pontevedra

Su tercer libro del género, Tiro libre (Siglo XXI Editores, 1973), conformado por nueve narraciones, amplía algunas maneras del campo de acción de Desnudo en el tejado, pero esta vez con reminiscencias de los maestros del neorrealismo cinematográfico italiano —por lo demás, luego se ampliarán en su novela Ardiente paciencia (1985), rebautizada por su autor como El cartero de Neruda, tras la famosa película del británico Michael Radford en 1994—: intrigas familiares de una honda huella sentimental, protagonistas que oscilan, con ternura y humor, entre la intimidad hogareña y la vida pública.

El mexicano Juan Villoro —acucioso lector del chileno, ya se ha referido una anécdota al respecto— apunta en el prólogo a una selección de los mejores cuentos de Skármeta, Los nombres de las cosas que allí había (Editorial Alfaguara, 2019): “Los personajes se dejan cautivar por una temible maravilla; aman las grietas de su calle, pero entienden que nada vale tanto como irse y dan un salto hacia lo incierto, dispuestos a pagar las consecuencias”. Y es así como resalta que “Skármeta revela la forma en que la experiencia se trasvasa en imaginación, la esquiva sustancia de la que proviene la literatura”.

Aunque su exitosa carrera como novelista, con títulos como Soñé que la nieve ardía (1975), La boda del poeta (1999), La chica del trombón (2001) —esos dos últimos afincados en la memoria de sus ascendientes llegados de Croacia al norte chileno, con una memorable galería de personajes e historias—, El baile de la victoria (2003) y Un padre de película (2010), relegó injustamente sus libros de cuentos, la verdad es que su huella como autor en esa parcela constituye uno de los techos más altos de la narrativa latinoamericana: ahí está con su alforja de relatos Antonio Skármeta, un cartero en el tejado.

Eugenio Marrón Casanova
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